LA NACION

Una situación de ruptura agravada por la crisis

- Merval Pereira.

La radicaliza­ción de la política brasileña tocó su clímax, hasta ahora, con el ataque que sufrió anteayer el candidato Jair Bolsonaro, que lidera la carrera electoral. Se trata de una situación de ruptura que se ve agravada por la crisis económica y social que atraviesa el país.

En los últimos tiempos, presenciam­os radicaliza­ciones en ambos extremos de la lucha por el poder. La caravana de Luiz Inacio Lula da Silva fue blanco de disparos, y el acampe de sus seguidores en Curitiba, después de su detención, fue atacado por adversario­s políticos. En el otro extremo, Bolsonaro, que se cansó de alentar a la población a andar armada y hasta llegó a enseñarle a disparar a un chico, terminó alcanzado por un extremismo aparenteme­nte de fundamento religioso, una novedad perversa en la disputa política brasileña.

La división de la sociedad hecha por Lula –entre “nosotros”, los que están a favor del pueblo, y “ellos”, los adversario­s, definidos no por cuestiones ideológica­s, sino por intereses electorale­s– llevó al país a una radicaliza­ción que desmiente la reputación del brasileño como “hombre cordial”. Así fue definido por el historiado­r Sérgio Buarque de Holanda en su sentido de “pasional”, pero confundido popularmen­te por una cortesía que se ve desmentida por la violencia cotidiana que se vive en todos los sectores de la sociedad, sin distinción de ricos ni pobres ni de quienes estén a favor o en contra del pueblo, como si de un lado pudiesen existir solo personas buenas y solo malas del otro.

Desde las masivas protestas de 2013, el país vive en esa tensión latente que hace brotar una derecha extremista para contrapone­rse a una izquierda radical. Sin Lula en la disputa electoral por determinac­ión de la Justicia, Bolsonaro –su contracara, que cultiva una imagen antilula– aparece como una solución rápida para los problemas del país.

Así como el recuerdo de Lula lleva a millones de brasileños a soñar con un país que solo existió por un breve lapso y con bases precarias, otros tantos creen que solo alguien como Bolsonaro puede enderezar la situación. Los dos son salvadores de la patria a su manera, y ahora Bolsonaro, apuñalado, queda igualado con el líder del Partido de los Trabajador­es (PT) y es visto como un mártir por sus seguidores: Lula está preso injustamen­te para que no gobierne a favor del pueblo, y Bolsonaro fue apuñalado porque es un hombre providenci­al que resolvería los problemas del país.

Cada cual manipula a su manera la opinión pública con un estilo populista de hacer política, y ahora se colocan en la misma situación de aislados por las “fuerzas del mal”, mártires de la defensa de los pobres y desvalidos; uno desde la cárcel, y el otro, desde el hospital. El debate político dejará de girar en torno a los últimos intentos vanos de Lula de competir por la presidenci­a y pasará a centrarse en el estado de salud de Bolsonaro.

De un lado, eso reduce su capacidad de movimiento, pero del otro amplía su capacidad proselitis­ta. una en cuesta de Data folha que será divulgada pasado mañana ya registrar á los primeros efectos del atentado al candidato ultra derechista, en el mismo momento en que el PT tendrá que decidir quién sustituirá a Lula en la boleta.

El exalcalde de San Pablo Fernando Haddad, el previsible sustituto, sufre resistenci­as dentro del propio PT, y ahora esas presiones aumentarán, ya que es considerad­o “pobre en votos”. La conmoción generada por el atentado contra Bolsonaro podrá dar rienda suelta a un sentimient­o que domina a una parte importante de la población, y en el imaginario popular puede reforzar la imagen de vengador de Bolsonaro, licuando la influencia de Lula en las clases menos favorecida­s.

Tal vez el PT tenga que cambiar de estrategia, llevando en la boleta a un político más popular, como Jaques Wagner, exgobernad­or de Bahía, en detrimento de Haddad.

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