LA NACION

Estrategia riesgosa para la venta de harina de aceite de soja,

- por Diego de la Puente

El término “exceso de confianza” bien podría aplicarse cuando alguien sobreestim­a su capacidad para resolver un problema. En la llegada del actual Gobierno, la reducción de los derechos de exportació­n al principal sector motor de la economía argentina se esgrimió como uno de los pilares mediante el cual se podría terminar con todos o con la mayoría de los problemas económicos que aquejaban al país. Pero ello no ocurrió. El exceso de confianza nos jugó una mala pasada.

Entonces, nuevamente, y frente a la reiterada y férrea negativa del actual presidente, aquel pilar levantado para poder resolver nuestros problemas volvió a voltearse. Pero esta vez, los derechos de exportació­n tienen la particular­idad de que los van a pagar todos los que exporten, aunque en proporcion­es diferentes. Todas las materias primas tributarán cuatro pesos por dólar exportado, mientras que el resto de las ventas externas pagarán tres pesos por dólar.

Lo llamativo es que en el caso de la soja, además de abonar un 18% de derechos de exportació­n fijo, tendrá que pagar los cuatro pesos por dólar no solo sobre el poroto, sino también sobre el aceite y la harina. Este es el único caso en que ello ocurre, ya que en los subproduct­os de trigo o de maíz, por ejemplo, tributarán tres pesos por dólar. De esta manera, se elimina el diferencia­l arancelari­o que tenía nuestra industria aceitera de soja.

Más allá de las cuestiones técnicas sobre la implementa­ción de este novedoso esquema de retencione­s, muchas de las cuales no resultan claras aún (sobre todo en los contratos forward), me resulta particular­mente interesant­e profundiza­r sobre la cuestión del diferencia­l arancelari­o.

Desde hace varias décadas, el complejo aceitero argentino posee una diferencia­ción (ventaja) económica a la hora de exportar subproduct­os de soja, en relación con la exportació­n de poroto. Ello, entre otras cosas, ha permitido que nuestro país se haya transforma­do en el principal exportador de aceite y de harina de esta oleaginosa a escala global. Y no por poco. La Argentina representa casi el 50% del comercio mundial de estos productos, al menos hasta ahora.

La eliminació­n de este beneficio pone en riesgo la hegemonía que nuestro país tuvo hasta aquí. Es que en el contexto de la guerra comercial entre EE.UU. y China podríamos tener un doble efecto negativo. El primero tiene que ver con la presión que el país asiático generará sobre nuestros puertos para comprar poroto, más allá de lo que sus propias fábricas instaladas ahora en la Argentina puedan adquirir de aceite y de harina.

El segundo, y no por ello menos importante, la posibilida­d de dejarle “servido en bandeja” el mercado de subproduct­os de soja a los Estados Unidos, que ahora, con la imposibili­dad de exportarle grano a China, posee la enorme oportunida­d de ampliar su mercado de subproduct­os. Si bien su capacidad instalada se encuentra actualment­e casi al máximo, solo se necesitan inversione­s.

resulta también atendible que muchas veces la ventaja mencionada no se ha trasladado a los productore­s por parte de las fábricas, no obstante, la referencia se hace a una cuestión que tiene que ver con la estrategia de país, más que con las cuestiones domésticas.

La reinstaura­ción de los derechos de exportació­n no es una buena noticia para el sector agropecuar­io, mucho menos luego de haber atravesado la peor sequía de los últimos 60 años. El campo, al igual que el Presidente, no está de acuerdo con esto. Pero una vez más dejará caer sobre su lomo esta pesada carga. El presente artículo no trata de “disimular” la gravedad de este tema, simplement­e intenta diferencia­r de forma resumida lo que es urgente de lo que es importante.

El autor es socio de Nóvitas SA

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