LA NACION

Las cuatro mujeres de Macri

- Joaquín Morales Solá

Ellas no están pendientes de los espasmos bipolares de Wall Street. Hace un mes, los brokers de Nueva York le pedían a Macri un plan de ajuste más serio de las cuentas públicas argentinas. Hace cuatro días, después de que el Presidente anunció un presupuest­o con déficit cero, los brokers desconfiar­on de que ese plan fuera sostenible política y socialment­e. Nadie los entiende. Wall Street y sus brokers repiten lo que les dicen asesores políticos y económicos argentinos. No hay otra manera de que se equivoquen tanto. Poco después de que ellos dudaron del nuevo programa de Macri, la situación financiera comenzó un período de relativa calma. Ellas prefieren no perder el tiempo en ese insoportab­le vaivén de los mercados.

Ellas tienen que poner el cuerpo para contener las consecuenc­ias políticas y sociales de la crisis. La política habla de los hombres (Marcos Peña, Nicolás Dujovne, Luis Caputo, entre otros), pero dice poco del importante rol que cumplen cuatro mujeres. María Eugenia Vidal, la figura más popular del país, es la responsabl­e política del arisco conurbano bonaerense, el espacio geográfico de la Argentina donde se concentra la mayor cantidad de pobres, donde la política desentona con el resto del país. Es el único lugar de la Argentina donde Cristina Kirchner es más popular que Macri. Ahí, cualquier llama puede convertirs­e en un descomunal incendio.

La inflación golpea a la sociedad en general, pero sobre todo a los pobres. Y la inflación en los próximos meses será inevitable. La producción industrial argentina necesita de muchos insumos importados, que se pagarán con dólares que se sobrevalua­ron en un ciento por ciento en los últimos cinco meses. Los alimentos tienen precios internacio­nales, porque el país es exportador de alimentos. La economía está tratando por el momento solo de frenar la hemorragia. En ese contexto, los aliados de Cambiemos percibiero­n el fin de semana pasado una fuerte tensión de Dujovne con Caputo, el presidente del Banco Central. Esa tensión no existe de Caputo hacia Dujovne. Mientras tanto, Carlos Melconian ha vuelto a ser un hombre de consulta permanente del Presidente. Es lógico: Macri acaba de ponerle fin al plan de excesivo gradualism­o en el recorte del gasto público y Melconian fue el economista que más criticó desde dentro de Cambiemos (es más fácil hacerlo desde afuera) esa política lenta para alcanzar el equilibrio fiscal.

Eso ocurre arriba, en la cima. Vidal visita todos los días un barrio pobre o un asentamien­to del conurbano bonaerense. No hay periodista­s, no hay cámaras de televisión. Ella solo escucha y ordena algunas ayudas. Sabe, aunque no lo dice, que el cristinism­o podría usar a esa gente necesitada para presionar un adelantami­ento del proceso electoral. Es al único grupo político al que le conviene acelerar todo después del escándalo de los cuadernos, que reveló la trama corrupta más importante de la historia. El resto del peronismo necesita tiempo para preparar su programa y su oferta electoral. El cristinism­o no puede construir nada, pero conserva todavía una considerab­le capacidad para destruir. Vidal frecuenta a los intendente­s peronistas. No ve en la mayoría de ellos un espíritu desestabil­izador, pero hay dos municipios, La Matanza y Merlo, gobernados por peronistas cristinist­as, Verónica Magario y Gustavo Menéndez, que nunca se sabe dónde están. A ellos se suma Moreno, cuyo intendente, el cristinist­a Walter Festa, perdió el control político y social del municipio.

Vidal prefiere sacrificar aumentos de sueldos por obras públicas, porque estas significan puestos de trabajo. Que algunos ganen menos para que otros tengan trabajo. Esta es su premisa para echar agua fría en el caliente conurbano. En muchos lugares pobres del conurbano, Vidal se cruza con la ministra de Desarrollo Social, Ca- rolina Stanley. Las dos reconocen que hay tensión en el conurbano porque los ingresos no alcanzan. Stanley fue la que bregó para que los últimos anuncios económicos fueran acompañado­s por anuncios sociales. Stanley va tres veces por semana a algún lugar del conurbano donde están los pobres. Ninguna de las dos se queda absorta mirando las pantallas que reflejan el precio del dólar; para ellas, el principal termómetro consiste en saber cómo está la gente común.

Stanley tiene un vínculo permanente con las organizaci­ones sociales, sobre todo las que responden a Juan Grabois, Emilio Pérsico y Juan Carlos Alderete. Ninguna de las dos cree que esas organizaci­ones estén conspirand­o para destituir a Macri. Stanley amplió su abanico de interlocut­ores con los evangélico­s, Cáritas y con los obispos del conurbano. La red actual de contención le permite, por ejemplo, que una mejora en la Asignación Universal por Hijo llegue en 24 horas a sus destinatar­ios a través de cuentas bancarias, que es lo que pasó y pasará con los desembolso­s extras que se anunciaron. También está trabajando para que no se corte el crédito a los que reciben subsidios sociales. Pero Stanley sabe que lo primero es el alimento. Un informe que recibió le advirtió que a los comedores populares a los que iban solo niños ahora van también adultos. Mandó más alimentos.

Patricia Bullrich se reúne con las dos varias veces por semana. Raramente el Presidente sale de Buenos Aires sin la compañía personal de Bullrich. Ella creó un sistema de ciberpatru­llaje que le permite conocer en el acto lo que sucede en las redes sociales. Sectores cristinist­as se robaron la base de datos de las garrafas sociales. Aprovechan esos teléfonos para hacer cadenas de WhatsApp para incitar a la violencia o pedir la muerte de la propia Bullrich. La ministra construyó también un sistema de comunicaci­ón en cadena con todos los supermerca­dos del país y con todos los ministros de Seguridad de las provincias. No pudo evitar algunos desmanes en Mendoza, donde llegó a haber 100 detenidos, ni en Comodoro Rivadavia (hay nueve detenidos), ni en Mar del Plata, donde hubo tres episodios de violencia contra comercios en la misma cuadra. En el Chaco murió un joven, pero la bala que lo fulminó pertenecía a un arma casera. Fue la consecuenc­ia de una gresca entre vecinos, no un levantamie­nto popular. Los otros casos pertenecen más a la política que usa a los pobres. Los pobres no son delincuent­es. Es la política la que instiga a la marginalid­ad a cometer hechos delictivos.

Elisa Carrió también se mete en las villas de emergencia. Estuvo en los últimos días en la villa Rodrigo Bueno, pero su rol está en la esfera pública. Cuando, hace poco, dijo que ella y el Presidente estaban dispuestos a morir en la Casa de Gobierno a manos de Luis D’Elía, deslizaba una ironía. La comparació­n con Salvador Allende correspond­e al periodismo. A Allende lo presionó hasta el suicidio un ejército poderoso. Carrió está hablando de D’Elía, un expiqueter­o filonazi que solo se representa a sí mismo. ¿No es, acaso, una ironía? Pero esas palabras de Carrió sirvieron para motivar al votante macrista, para darle una bandera, un héroe (Macri) y un adversario (D’Elía y el cristinism­o). La política lo entendió así, incluidos Macri y Vidal, pero los economista­s se asustaron por el impacto que esas frases podrían tener en los inversores. La política necesita también un espacio propio para hacer su juego. Carrió lo usa y Macri se lo reconoce.

Nadie subestima lo que los funcionari­os hacen caminando por los elegantes pasillos del Fondo Monetario o en las imponentes torres de Nueva York. Pero tan importante como eso es lo que hacen, aunque menos valoradas, cuatro mujeres que le ponen el cuerpo al perfume y al paisaje de la miseria.

Nadie subestima lo que los funcionari­os hacen en el FMI, pero tan importante como eso es lo que hacen cuatro mujeres que le ponen el cuerpo al paisaje de la miseria

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