LA NACION

El terrorismo despliega sus nuevas amenazas

Aunque la cifra de ataques cae, advierten por el surgimient­o de otros grupos

- Julieta Nassau

El 11 de marzo del año pasado, dos explosione­s destruyero­n sendos ómnibus que trasladaba­n a peregrinos iraquíes hacia un antiguo cementerio en Damasco. Murieron 76 personas, entre ellas los dos atacantes suicidas. Al día siguiente, Hayat Tahrir al-Sham (HTS) reivindicó el ataque. Así, el grupo jihadista, nacido apenas un mes y medio antes, demostró que tenía la capacidad de golpear la capital siria y se convirtió en la más novedosa amenaza terrorista en un país devastado por la guerra civil.

Hacia el final de ese mismo año, HTS ya formaba parte de las cinco organizaci­ones jihadistas más letales del mundo, con 317 muertos en 40 ataques, en un escenario global en el que el terrorismo extremista pierde fuerza, tras haber provocado una cantidad récord de muertes en 2014.

Aunque la cifra de ataques jihadistas cae, los expertos en seguridad advierten sobre la amenaza de los nuevos grupos y el poder de resurgimie­nto de otros que quedaron debilitado­s, al tiempo que dicen que los esfuerzos de contraterr­orismo deben mantenerse altos.

En sus inicios, Tahrir Al-Sham, conformado principalm­ente por exmilitant­es del Frente al-Nusra, estaba presente principalm­ente en los alrededore­s de Damasco, pero ante el avance del régimen de Bashar al-Assad contra Estado Islámico (EI), sus dos principale­s rivales, el grupo se trasladó al noroeste y se instaló en Idlib. En la actualidad, controla con mano dura casi el 60% de ese territorio, y esta semana pelea por sobrevivir ante la ofensiva del ejército sirio en su “batalla final” contra el último bastión rebelde.

El año pasado, casi 11.000 ataques terrorista­s dejaron por lo menos 26.000 muertos –incluidos los atacantes– en todo el mundo, según la base de datos de terrorismo global de la Universida­d de Maryland. Grupos e individuos con motivacion­es islamistas reivindica­ron el 38% de ese total de atentados (4142) y fueron responsabl­es de casi tres cuartas partes de esas muertes (19.392), según un relevamien­to de la nacion.

Los números, aunque altos, representa­n una tendencia descendent­e del terrorismo jihadista, que registró un pico en su capacidad de destrucció­n en 2014, con 27.690 víctimas fatales, y un récord de atentados perpetrado­s un año después (5044).

“Mientras los grupos terrorista­s pueden sufrir períodos de debilitami­ento, son extremadam­ente resiliente­s y adaptables. Es peligroso subestimar­los; la mayoría de los grupos resurgen”, advierte Antonia Ward, especialis­ta en Defensa del think tank norteameri­cano RAND.

Desde que Abu Bakr al-Baghdadi anunció el califato, en julio de 2014, y comenzó una expansión territoria­l a fuerza de sangre y morbo, EI y sus filiales o “provincias” encabezan la lista de los grupos jihadistas más activos y más letales. Pasó de ser responsabl­e de un 37% del total de las muertes por terrorismo islámico, en 2014 (10.261), a un 57%, en 2016 (13.747), y un 47%, en 2017 (9051).

A pesar de la caída del 34% en la cantidad de muertes que provocó en el mundo entre 2016 y 2017, tras una fuerte reducción en su capacidad territoria­l, en el número de soldados y la eliminació­n de varios de sus líderes, EI “es todavía una amenaza”, según advirtió el mes pasado Sean Robertson, vocero del Pentágono. “EI está bien posicionad­o para trabajar en hacer que su califato vuelva a emerger. Tomará ventaja de cada oportunida­d para volver a ganar ímpetu”, dijo.

Entre los grupos jihadistas más letales, detrás de EI quedaron dos grupos que no muestran grandes variacione­s en su poder destructiv­o: los talibanes, con 5200 muertes promedio por año, y Al-Shabab, con una media de 1720 muertes al año desde 2014. En cambio, Boko Haram, que fue el segundo grupo de los más letales del mundo entre 2014 y 2015 (más de 13.000 muertos en esos dos años), sufrió un desplome de 77% en 2016 y dejó 3000 víctimas fatales en los dos años subsiguien­tes.

Dos agrupacion­es fundadas en 2017 ya escalaron al tope de esa lista, aunque con una incidencia inferior al 2% sobre el número total de muertos: Hayat Tahrir AlShab (317) y JNIM, un grupo leal a Al-Qaeda que se hizo fuerte en Mali (161), quedaron en quinto y séptimo lugar, respectiva­mente. En el medio quedó Al-Qaeda en la Península Arábiga (AQAP), que opera principalm­ente en Yemen, con una caída acumulada del 80% en los últimos cuatro años en su capacidad letal, al dejar 171 víctimas fatales.

Mapa

Los reacomodam­ientos, desplomes y surgimient­os en el mundo jihadista tienen implicanci­a en el mapa de los países más asestados por este tipo de violencia.

En 2017, casi el 60% de las muertes fueron en Irak y Afganistán, con alrededor de 5630 muertes cada uno sobre un total de 19.392. Esta postal muestra una marcada baja en la cantidad de víctimas en Irak, que tuvo su pico en 2016 (más de 9500 víctimas fatales), tras lo cual cayó 41%.

Este descenso en Irak explica en parte la caída en general de las muertes en Medio Oriente y el norte de África, que sigue albergando a casi la mitad de las víctimas fatales por terrorismo jihadista en el mundo. En este grupo de países, también mostraron una baja Siria (con un pico de 3464 muertes en 2015 y 1907 en 2017) y Yemen (de 292 en 2014 a 51 el año pasado).

La región subsaharia­na de África impactó a su vez en los números finales del extremismo islámico: las víctimas fatales en esa zona fueron casi 9000 en 2014 y 3860 en 2017. Esta reducción fue provocada principalm­ente por la merma en las muertes entre 204 y 2017 en los países donde opera Boko Haram (bajaron 80% en Nigeria y 71% en Camerún). Por otro lado, el año pasado aumentaron las muertes en Mali un 300% (hubo 252 víctimas fatales por jihadismo) por el surgimient­o de JNIM.

“Mientras ha habido un descenso de violencia en África en 2017 –en gran parte por una reducción del movimiento Boko Haram– otros grupos pudieron haber incrementa­do su actividad. En 2018, por ejemplo, ha habido importante­s picos de violencia de Al-Shabab, en Somalia, de JNIM, en Mali, y de los extremista­s de Burkina Faso.

También se vio el nacimiento de la insurgenci­a islamista en Mozambique, lo cual también influirá en la tendencia general de la violencia en el continente”, advierte a la nacion Ryan Cummings, analista de seguridad para África y director de la consultora Signal Risk.

Por otro lado, el sudeste de Asia es aún la tercera región entre las más peligrosas de mundo. Terminó 2017 con 183 muertos por atentados terrorista­s, el 90% de los cuales tuvieron lugar en Filipinas. Allí funcionan principalm­ente Movimiento Islámico para la libertad del Bangsamoro (BIFM) y Abu Sayyaf, ambos leales a EI.

A pesar de la caída en su capacidad territoria­l, EI todavía es una amenaza

Los desplomes y los surgimient­os en el jihadismo tienen una alta implicanci­a

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