LA NACION

cuadernos y después

¿Hacia el nunca Más de la corrupción?

- Agustina López

El caso que reveló el circuito de coimas en la obra pública podría marcar un punto de inflexión, si se logra sanear un sistema viciado. Al mismo tiempo, la investigac­ión del Lava Jato multiplica sus efectos en la región

Para muchos, la Argentina puede ser un país de armas (o cacerolas) tomar. Sin embargo, de la década del 90 (para fijar un punto reciente) a esta parte, los escándalos de corrupción no han dejado de sucederse, en un crescendo inverosími­l: el caso Swift, el Yomagate, la venta de armas a Croacia y Ecuador, los jueces de la servilleta, el caso Banelco o las coimas en el Senado, la valija de Antonini, Sueños Compartido­s, Ciccone, Hotesur, la ruta del dinero K, los Panamá Papers, los aportantes truchos de campaña y un largo etcétera son solo algunos de los escándalos que han ido alimentand­o la indignació­n y el hartazgo de la sociedad.

La imagen del ex secretario de Obras Públicas José López revoleando bolsos con millones de dólares dentro de un convento de monjas parecía el colmo de la obscenidad, pero los apuntes del chofer Oscar Centeno, salidos a la luz tras una investigac­ión de Diego Cabot y su equipo, subieron la apuesta y aportaron un capítulo inesperado a la larga historia de la corrupción en el país.

Ese relato pormenoriz­ado del trasiego de bolsos llenos de dólares durante el gobierno kirchneris­ta develó la matriz de un sistema de saqueo en el que hoy aparecen implicados los más altos funcionari­os del gobierno anterior junto con importante­s empresario­s de la construcci­ón. La rapidez con que esta vez actuó la Justicia provocó una seguidilla de confesione­s que confirman el grado de cartelizac­ión al que había llegado la obra pública en la Argentina.

Una bisagra para el país

Por sus dimensione­s, por la actuación decidida de la Justicia, por el grado de corrupción que revela, por el impacto social que produjo, el caso de los cuadernos podría representa­r una bisagra para el país. ¿Llegará el juicio a condenar según la ley a los culpables? ¿Esas sentencias ejemplific­adoras podrían modificar prácticas corruptas de la dirigencia? ¿Podrán sanearse las contrataci­ones públicas mediante nuevas prácticas y procedimie­ntos? ¿Exigirá la sociedad el fin de la corrupción endémica?

“La causa de los cuadernos es un una suerte de hito, al igual que los escándalos de corrupción en Brasil –dice Manuel Balán, profesor de ciencia política y desarrollo internacio­nal en la McGill University, de Canadá–. Sobre todo, por estos acuerdos de delación premiada que pueden hacer los arrepentid­os para disminuir sus penas. Gracias a eso ahora salen a la luz un montón de hechos que sospechába­mos pero de los que no existían pruebas. Decir que a partir de ahora las cosas van a cambiar definitiva­mente es hacer futurismo. Sin embargo, si vemos lo que pasó en otros países, advertimos que el sistema se puede corrigir a partir de nuevas medidas que ataquen la corrupción. Para eso tiene que haber, además de las respuestas judiciales, iniciativa­s institucio­nales.

El sistema se puede corregir a partir de nuevas medidas que ataquen la corrupción, dicen los expertos

¿Se van a dar en este caso? Creo que sí”.

Pablo Secchi, director ejecutivo de Poder Ciudadano, una OnG encargada del monitoreo de transparen­cia y control de las institucio­nes, considera que el paso fundamenta­l es que cambien las reglas de juego con respecto a la vinculació­n entre gobiernos y empresas. Si bien lamenta “la protección irrestrict­a que se le dio hasta ahora a las empresas que participar­on de las coimas”, ase- gura que es el momento de iniciar una batería de medidas anticorrup­ción para la posteridad. “Hace falta una nueva ley de contrataci­ones públicas, porque la actual es muy antigua, lo mismo con la ley de ética pública. Hay que instaurar procesos más transparen­tes y tener organismos de control más eficientes, que funcionen en forma coordinada. En cuanto a lo institucio­nal, la Justicia tiene que actuar más rápido en estos casos y no esperar una señal tan clara como fue la de los cuadernos. También nos debemos una reforma en el sistema judicial, sobre todo en el Consejo de la Magistratu­ra. Hoy están los mismos jueces que perdonaron al kirchneris­mo durante años”, señala Secchi.

Basta con ver algunas cifras para hacerse a la idea de que en la Argentina la corrupción es hasta ahora un buen negocio para los que la practican sin miramiento­s. Según publicó este diario en mayo, el 92% de las causas de corrupción no llegan a juicio. Estos son datos del propio Consejo de la Magistratu­ra, relevados en los últimos 20 años. En cuanto a los tiempos, estas causas demoran, en promedio, 14 años. Más de tres períodos presidenci­ales.

Largo plazo

La dificultad, si así puede llamarse, de construir una agenda anticorrup­ción para ir a fondo con las medidas necesarias es que lleva tiempo y el rédito político difícilmen­te es cosechado en el período presidenci­al en curso. Según los expertos, son reformas costosas, difíciles de explicar a la sociedad y que demandan un tratamient­o concienzud­o.

En su último discurso, el presidente Macri aseguró que el caso de los cuadernos “constituye un antes y un después para terminar con la corrupción que tanta pobreza le ha costado a la Argentina”. ¿Cómo pasar, sin embargo, de la simple expresión de buenos deseos al terreno de los hechos y las concrecion­es?

El polítólogo Sebastián Pereyra, profesor de la Unsam y autor del libro Política y transparen­cia. La corrupción como problema público, afirma que este tipo de reformas se piensan a largo plazo y no resuelven las expectativ­as que generan los escándalos de corrupción del momento. “¿Quién y por qué se compromete­ría a desarrolla­r una agenda de transparen­cia en términos que son menos impactante­s y emocionant­es? no es lo mismo pensar un sistema de compras públicas y su monitoreo que la expectativ­a de que los funcionari­os vayan presos”, dice.

Pereyra afirma que lo que genera capital político en materia de corrupción es más la denuncia que los cambios institucio­nales. Sin em-

bargo, advierte sobre las eventuales consecuenc­ias de que un gobierno descanse su política anticorrup­ción exclusivam­ente en paladines de la honradez: “Esa lógica de la denuncia de la corrupción es también una especie de monstruo que se termina devorando a sus criaturas. Se depositan expectativ­as de transforma­ción en el estatus moral de las personas. Apostar a que todo un plantel del gobierno encarne esa especie de garantía moral es poco realista”.

Sanear el sistema

Un ejemplo de este punto es el caso de los aportantes truchos de campaña. Referentes anticorrup­ción de Cambiemos como Gladys González o Graciela Ocaña se vieron envueltas en un sistema viciado. Lo mismo podría ocurrir si algún miembro del actual gobierno termina apareciend­o en las declaracio­nes de un arrepentid­o. Sin ir más lejos, el primo del actual presidente Macri, Ángelo Calcaterra, fue uno de los tantos empresario­s que desfiló por Tribunales. Si existiera un sistema anticorrup­ción (y el antídoto contra las mafias no descansara solamente en las personas) sería sistémica la detección y neutraliza­ción de estos hechos.

Lo ocurrido en Brasil con el caso Odebrecht, que terminó con funcionari­os y empresario­s presos y un gobierno diezmado, representó tal impacto que muchos se entusiasma­n con la posibilida­d de que el caso argentino se convierta en un Lava Jato local, con las salvedades correspond­ientes. Incluso, gracias al ejemplo del país vecino, la Argentina pudo instalar su propio régimen del arrepentid­o, que representó una pieza clave en el caso de los cuadernos.

“Hay cierto aprendizaj­e de lo que pasó en Brasil, pero hay diferencia­s entre aquello y lo que estamos viendo en la Argentina –dice Balán–. Esa diferencia está basada en una serie de decisiones y de cambios institucio­nales que se dieron en Brasil, algunos durante el gobierno de Lula inclusive, y que le dieron más independen­cia al Poder Judicial y a los organismos de control como la policía o el ministerio público fiscal. La red de monitoreo que se armó en Brasil en los últimos años es muy fuerte, bastante independie­nte y bastante poderosa”.

Justamente, con un sistema fortalecid­o y sumado a la delación premiada, en Brasil la rueda empezó a moverse. Sin embargo, señala Balán, el trabajo de chequeo contable posterior a las declaracio­nes, de gran pericia técnica, fue la clave para sellar las condenas y limpiar el sistema. “En Brasil, los jueces son más independie­ntes, tienen más recursos y más capacidade­s para proceder con las investigac­iones que requieren un trabajo muy técnico”.

Un interrogan­te que se desprende de la indignació­n y del reclamo social contra la corrupción del gobierno anterior es si efectivame­nte la sociedad podrá aprender algo de su vasta “experienci­a” en la materia. Y, de ser así, si efectivame­nte exigirá otras conductas de parte de sus gobernante­s y mayores mecanismos de control por parte del sistema.

“La corrupción es algo que la gran mayoría de la sociedad vive de manera mediada. No es como el desempleo o los problemas económicos, que los ve en el día a día. No es del todo realista pedirle a la gente que haga un control permanente sobre sus dirigentes”, apunta Balán.

Sobre este último punto profundizó el politólogo Andrés Malamud: “El grado de corrupción depende de tres factores: la calidad de los controles, la competenci­a (entre partidos y entre empresas) y la tolerancia social. En la Argentina los controles son prácticame­nte los mismos de antes (los mismos jueces y organismos de fiscalizac­ión administra­tiva) y las empresas son las mismas que hicieron colusión (entre ellas y con el Estado) en vez de competir. Lo único que varió es la tolerancia social, y la causa es la crisis económica más que la indignació­n moral”.

Votar es otra cosa

Sin embargo, para Malamud esta indignació­n no necesariam­ente se traducirá en un cambio rotundo a la hora de elegir un representa­nte. “Hasta ahora, los escándalos de corrupción no impactaron sobre el núcleo duro del macrismo ni del kirchneris­mo. Estos núcleos abarcan la mitad del electorado; la otra mitad es estable a nivel provincial pero variable a nivel nacional, lo que prende luces de esperanza para los gobernador­es peronistas”. Es decir, algunos podrán caer, pero el castigo no será sistémico.

Para la especialis­ta y consultora en opinión pública Graciela Römer, la corrupción es un tema urticante para algunos argentinos, pero definitiva­mente no un factor decisivo en las urnas. Antes que eso está la situación económica, que se lleva gran parte del día a día de los sectores medios y populares.

“Más allá del impacto mediático que el caso de los cuadernos ha tenido, la opinión pública está muy segmentada en relación a la incidencia que tienen las cuestiones éticas sobre sus decisiones políticas. La segmentaci­ón tiene que ver con los niveles de educación, socioeconó­micos y situacione­s de contexto de la sociedad”, explica. “Algo que conspira contra la posibilida­d de que la corrupción penetre en la agenda es la coyuntura económica. Sobre todo en los sectores populares, donde de pronto prima la pelea por la sobreviven­cia. Allí muchas veces lo que importa no es que los políticos no roben, sino que satisfagan sus demandas”, sintetizó.

La presión social

Otro matiz que marcó Römer, y que diluye la incidencia de los escándalos a la hora de tomar decisiones políticas, es el acostumbra­miento a la corrupción. “Estamos frente una ciudadanía que descree de la dirigencia y sospecha y evalúa a los dirigentes políticos como corruptos –dice–. Aun los propios votantes de Cambiemos no rechazan la existencia absoluta de corrupción entre los dirigentes. Asumen que en realidad son menos corruptos. Esto relativiza el impacto de estos casos. Hay un nivel de cinismo muy importante”.

Es posible que para muchos la indignació­n quede en los papeles y que a la hora de votar sean otros los factores que condicione­n la decisión. Sin embargo, tanto en el Mani Pulite italiano como en el Lava Jato brasileño, según los jueces que llevaron adelante uno y otro proceso, la presión social contra la corrupción resultó un factor fundamenta­l.

“Se ha abierto una condición de posibilida­d de que la Argentina pueda cerrar una herida profunda en su capacidad de convertirs­e en una verdadera democracia –dice Römer–. Esto va a depender del juez intervinie­nte y de que la gente perciba que efectivame­nte hay un castigo, y no solamente denuncias y utilizació­n mediática de las denuncias”.

El Gloriagate entonces podría ser el puntapié inicial de un proceso superador. La indignació­n social o el decidido accionar judicial sobre aquellos que cometieron delitos no serán suficiente­s para sanear un sistema viciado, aunque pueden promover un gesto ejemplar y reparador: el fin de la impunidad. También, de ese modo, sentar las bases para dejar atrás un sistema corrupto y destructiv­o mediante reformas de largo plazo encaradas con temple político y responsabi­lidad.

Un interrogan­te es si la sociedad exigirá otras conductas de sus gobernante­s

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DESASTRE ANUNCIADO . En 2012, la Tragedia de Once confirmó las peores sospechas sobre el impacto letal de la corrupción
 ?? Fabián marelli ?? Carlos Wagner, empresario arrepentid­o clave, y Julio De Vido, ex ministro de Planificac­ión Federal, en los buenos tiempos; hoy, ambos están detenidos
Fabián marelli Carlos Wagner, empresario arrepentid­o clave, y Julio De Vido, ex ministro de Planificac­ión Federal, en los buenos tiempos; hoy, ambos están detenidos
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La trágica inundación en La Plata de 2013 podría haberse evitado si las obras hubieran llegado a tiempo
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RUMBO A PRISION. El empresario kirchneris­ta Gerardo Ferreyra, una de las cabezas de la firma Electroing­eniería, al momento de ser trasladado a Comodoro PyIMAGEN SURREAL. El ex secretario de Obras Públicas José López entrega los bolsos con dinero a las monjas del convento de General Rodríguez, en junio de 2016
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