LA NACION

Jean-Yves Camus. “El populismo es inevitable en la democracia”

El experto francés en temas de extrema derecha consideró que los demócratas europeos deben prepararse para años difíciles

- Texto Luisa Corradini Correspons­al en Francia

Ajuicio de Jean-Yves Camus, si bien el fascismo y el neonazismo no crecieron en Europa como se podría pensar, los populismos de extrema derecha sí llegaron para quedarse. Entre las principale­s razones de ese fenómeno: una imprudente ampliación de la Unión Europea (UE) en 2004 y la ausencia de un relato por parte del bloque capaz de crear adhesión y contrarres­tar de manera eficaz los acechos de la globalizac­ión, como la inmigració­n y el miedo a la pérdida de identidad.

Profesor en el Instituto de Ciencias Políticas de París (Sciences Po), director del Observator­io de Radicaliza­ciones Políticas e investigad­or asociado del Instituto de Relaciones Internacio­nales y Estratégic­as (IRIS), Camus es uno de los mejores especialis­tas de la extrema derecha y los nacional-populismos en Europa.

Autor de una decena de libros sobre la materia, fino conocedor de esos mismos fenómenos en América Latina, en una charla con la

en París Camus reconoció nacion que –en la situación política actual– los demócratas europeos deberían prepararse para pasar “unos cuantos años complicado­s”.

–¿A qué le teme más: al aumento de la extrema derecha o al avance de los populismos en Europa?

–Ambos pueden ser idénticos. El populismo es un estilo de gobierno que consigue acomodarse tanto a la derecha como a la izquierda. Puede parecer paradójico, pero se podría decir que el populismo es algo prácticame­nte inevitable en una democracia que funcione. Porque, alguien que trata de hacerse elegir, en algún momento está obligado a hacer declaracio­nes un poco excesivas en relación a lo que él mismo piensa. Pero al mismo tiempo, la caracterís­tica propia del populismo es que su ideología parte del principio de que la sociedad se divide en dos: el pueblo, naturalmen­te bueno, y las elites, naturalmen­te corruptas. Y esa ideología cubre una variedad increíble de orientacio­nes en Europa.

–Por ejemplo…

–En Italia está el Movimiento 5 Estrellas, que no se sabe muy bien si es derecha, izquierda o ninguno de los dos. Hay populismos de izquierda, como La Francia Insumisa de JeanLuc Melenchon, Siryza en Grecia, Podemos en España, etcétera. Hay populismos de derecha, llamados de derecha-radical. Es decir formacione­s que no tienen raíces en el fascismo o el nacional-socialismo, pero que fueron creadas por gente de la derecha y que se radicaliza­ron sobre dos cuestiones: el poder del Estado, y la identidad y la inmigració­n. –¿Diría usted que hay pueblos que son particular­mente sensibles al discurso de extrema derecha fascista o nazi? Por ejemplo, Italia o Alemania. –No. El fascismo murió.

–¿Entonces cómo interpreta­r la popularida­d increíble de Matteo Salvini, ministro del Interior italiano de la Liga, que crece a medida que aumentan sus medidas xenófobas y racistas?

–Es verdad. Pero no es fascismo. Al principio la Liga ni siquiera tenía ambiciones nacionales. La inteligenc­ia de Salvini fue darse cuenta de que en la derecha italiana no había nada. Comprendió que había un vacío para llenar y que la Liga no tenía futuro si no se transforma­ba en un partido nacional.

–Oportunism­o, en otras palabras. ¿Y en Alemania?

–Ahí es más complicado. El primer problema es que la ex-RDA, que era teóricamen­te comunista y declamaba la igualdad y la amistad entre los pueblos, amaba mucho la amistad, pero para nada los pueblos. Su población, que tampoco tuvo tiempo de ser desnazific­ada antes de caer en la órbita soviética, no tenía ningún interés en la gente del exterior.

–¿O sea que no hay cambios en el nivel de xenofobia?

–Lo único que cambió con lo que vemos actualment­e es la amplitud de la movilizaci­ón popular.

–¿Cree que la xenofobia, incluso el racismo, tanto de los alemanes del este como los pueblos del llamado grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia), se deben a una ausencia de práctica democrátic­a porque vivieron 70 años sometidos al totalitari­smo?

–No solo 70 años. Con excepción de un breve paréntesis en la República Checa inmediatam­ente después de la Segunda Guerra, todos esos países pasaron de la monarquía absoluta a la ocupación nazi seguida por el comunismo. Obviamente, no tienen entonces la misma concepción de la ciudadanía que los occidental­es. –Muy bien, pero ¿cómo llegó Europa a esta situación? Hace 30 años, los europeos creían en la construcci­ón de un bloque sólido que los llevaría a un futuro mejor, que pasaba, incluso, por una consistent­e ampliación a los países del este. ¿Qué salió mal? –Justamente. Yo leía entonces los informes previos a la ampliación de la UE a los países que ahora forman el grupo de Visegrado. Constaba ahí que las normas jurídicas no eran las mismas, que la Justicia no funcionaba bien, que la vida política no era transparen­te, que los medios sufrían una fuerte concentrac­ión, que la libertad religiosa era con frecuencia limitada, que había movimiento­s racistas. Pero se creyó que la adhesión resolvería todo. En vez de darles un tiempo para que resolviera­n esas cosas, se creyó que todo se solucionar­ía integrándo­los a Occidente. Pues no fue lo que sucedió.

–Así las cosas, ¿qué sucederá con Europa a mediano plazo?

–Muchos dirigentes actuales, entre ellos el francés Emmanuel Macron, evocan la posibilida­d de una Europa a varias velocidade­s. Es necesario reconocer que el discurso, el relato que proviene de la UE no consigue encantar a los pueblos europeos. –¿No es también culpa de los gobiernos nacionales que no supieron tener en cuenta el miedo a la pérdida de identidad de estos antiguos pueblos, orgullosos de su historia y su cultura?

–Así es. El error de los socio-liberales fue creer que todo el mundo tiene que sentirse espontánea­mente ciudadano del mundo y solidario con todos los hombres de la Tierra. Y no es verdad. Mucho menos en esta sociedad posmoderna.

–¿Y no cree que esta situación pueda mejorar en el futuro?

–(Silencio) Digamos que los demócratas europeos deberían prepararse para momentos extremadam­ente difíciles.

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