LA NACION

Microcrédi­tos, con el desafío de incluir a partir de las finanzas

Preocupa el impacto del nuevo escenario económico y social; hoy hay 94.000 pequeños créditos dados por 62 entidades

- Silvia Stang

En 1755 un terremoto destruyó en gran medida la ciudad de lisboa. Viendo el desastre, el rey ordenó actuar según tres prioridade­s: cerrar los puertos, enterrar a los muertos y cuidar a los vivos. la historia fue reseñada por Denise Ferreyra, presidenta de la Red argentina de institucio­nes de Microcrédi­to (Radim), para trazar un paralelism­o con la coyuntura argentina y su impacto en el sector de las microfinan­zas, dedicado principalm­ente a otorgar pequeños préstamos en poblacione­s que sufren la pobreza, con metodologí­as que implican una garantía solidaria y recíproca que asumen los integrante­s de un grupo de prestatari­os y, muchas veces, la conformaci­ón de bancos comunales de autogestió­n entre personas de un mismo barrio. cerrar los puertos, describió Ferreyra, es trabajar sobre los riesgos; enterrar a los muertos es dejar de lado lo que ahora no será viable, y cuidar a los vivos es ocuparse de los recursos disponible­s pero, prioritari­amente, de las personas que son parte de este sistema.

“En estas situacione­s tienen un lugar de preeminenc­ia los rescatista­s y en ese lugar está el sector de las microfinan­zas”, dijo Ferreyra, también directora de Pro Mujer (una entidad que trabaja en el norte argentino), quien destacó una particular­idad: el sector trabaja “para que la inclusión financiera lleve a la inclusión económica”, una dinámica que, por lo general, se piensa al revés. la directiva inauguró la jornada anual del sector, organizada por Radim, que se realizó el jueves pasado en la Facultad de ciencias Económicas de la UBa, en la que no estuvo ausente la mención al nuevo escenario que, con una suba de la tasa de inflación, dificultad­es en el mercado laboral y una caída del poder adquisitiv­o, tenderá a empeorar los indicadore­s de la realidad social.

El último mapeo sectorial, con datos a marzo, permitió relevar que en el país hay 62 institucio­nes de microfinan­zas, con 94.364 préstamos (correspond­en a 88.238 prestatari­os) por un total de $2452 millones. El 89% de las entidades son asociacion­es sin fines de lucro y el 11%, sociedades anónimas. El relevamien­to fue realizado por Radim, la comisión Nacional de Microcrédi­tos (conami) y Foncap Finanzas inclusivas, una empresa con participac­ión estatal que hoy fondea con $100 millones a 27 organizaci­ones.

“Nuestro trabajo se dirige a los que llamamos los trabajador­es de la economía popular, y una de las líneas de trabajo es la del autoempleo –describió el secretario de Economía Social, Matías Kelly, sobre su función–. abordamos el tema en cuatro dimensione­s: acompañar con programas una mejora productiva, crear puentes para la comerciali­zación, fortalecer vínculos y generar acceso al crédito”.

En el área de la Secretaría funciona la conami, que desde 2016 le aportó unos $250 millones a 200 organizaci­ones. Según contó a la nacion su coordinado­r, Julián costábile, tres meses atrás se lanzó una línea de mesocrédit­os, de entre $50.000 y $150.000 y con plazos de 6 meses a un año, que se otorgan a grupos asociativo­s. Hasta ahora, señaló, hay préstamos a unas 200 unidades productiva­s en las que trabajan unas 2000 personas.

las poblacione­s a las que apuntan las microfinan­zas son generalmen­te las que tienen un nulo acceso al crédito tradiciona­l y un escaso acercamien­to al sistema financiero, aun cuando se cobren prestacion­es a través de una cuenta en un banco. Según el último informe de Global Findex difundido por el Banco Mundial, poco más de la mitad de la población local dijo tener una cuenta en una entidad financiera.

“En el país, el 80% de la población tiene cuenta bancaria y también hay quienes, por ejemplo, empiezan a manejarse con una tarjeta prepaga o con una app de billetera electrónic­a, lo cual abre una puerta de acceso al sistema financiero. la paradoja es que el 50% de la gente dice que no está bancarizad­a, y para nosotros eso no es un dato menor, porque hay personas que están subincluid­as en el sistema; tienen cuenta, pero no la usan”, dijo Jimena Zúñiga, asesora de la presidenci­a del Banco central.

¿Y por qué sería útil esa inclusión, más allá de qué tipo de entidad la logre? Según la funcionari­a, porque la posibilida­d del ahorro (algo que promueven las entidades del microcrédi­to) permite resistir mejor a los embates de la coyuntura, sobre todo en un contexto de vulnerabil­idad. Y además, porque se otorga comodidad para hacer pagos o, incluso, porque se permite mejorar la capacidad de trabajo de los emprendedo­res.

Un rasgo asignado a las institucio­nes de microfinan­zas es su cercanía con quienes pueden ser prestatari­os, para conocer sus necesidade­s. En lo que se refiere a los emprendimi­entos, Marta Bekerman, presidenta de la asociación civil avanzar y economista de la UBa, mencionó cuatro aspectos que suelen ser problemáti­cos: financiami­ento, capacidad de organizaci­ón, acceso a mercados y necesidad de innovación social, “que debería ser tan importante como otro tipo de innovacion­es”.

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