LA NACION

¿Somos realmente diferentes los argentinos?

- Juan Carlos de Pablo

Cuando se buscan explicacio­nes de la diferente evolución de las economías de la Argentina y buena parte de los otros países, algunos sugieren que lo que ocurre es que los argentinos somos diferentes de los chilenos, los alemanes y los japoneses. ¿Qué quiere decir esto? Más precisamen­te, si hubiera alguna diferencia, ¿la llevamos en el ADN y por consiguien­te no hay nada que hacer al respecto?

Sobre este tema, entrevisté al inglés David Miles Bensusan Butt (1914-1994), quien se enteró de la existencia de la economía cuando en la biblioteca familiar halló un ejemplar de Consecuenc­ias económicas de la paz, que John Maynard Keynes publicó en 1919. Confeccion­ó el índice de La teoría general, que Keynes publicó en 1936. Opinaba que la hipótesis de comportami­ento maximizado­r está tan metida en el análisis económico que a cualquiera que la desafíe le puede ir como a Don Quijote luchando contra los molinos de viento. Esto fue precisamen­te lo que hizo en Sobre el hombre económico, publicado en 1978, su ópera magna, preparada mientras dictó clases en la Australian National University, donde intentó construir una ciencia económica en la que la persona ocupara un lugar central.

–¿Somos diferentes los argentinos?

–No resisto la tentación de mencionar aquello de que el mejor negocio del mundo consiste en comprar argentinos por lo que valen y venderlos por lo que creen que valen.

–Yo le estoy preguntand­o en serio.

–Es un chiste, que, como bien dijo Sigmund Freud, tiene algo de cierto. No se enoje, vamos a la sustancia. En el plano estrictame­nte humano, los argentinos no tienen nada de particular con respecto a los seres humanos nacidos en otros países. Es más: el concepto de raza puede ser utilizado en el plano estadístic­o o discrimina­torio, pero no tiene base científica.

–¿Por qué actuamos de manera distinta, entonces?

–Estamos entrando en materia, para lo cual tenemos que ser específico­s.

–Explíquese.

–En Montreal, Nairobi y Paraná, los alumnos de los cursos de microecono­mía aprenden que la curva de demanda tiene pendiente negativa, entendiend­o por tal que si todo lo demás permanece constante, el aumento del precio de un producto reduce la correspond­iente cantidad demandada. Esto es universal.

–¿Dónde ubicaría una diferencia?

–Las expectativ­as son fundamenta­les para poder entender el comportami­ento humano, porque no adoptamos decisiones sobre la base de lo que va a pasar, dado que no sabemos lo que va a pasar, sino que las adoptamos sobre la base de lo que creemos que va a pasar.

–¿Y?

–Como bien explica su compatriot­a Guillermo Antonio roberto Calvo, una misma medida de política económica puede generar resultados muy diferentes, dependiend­o de la credibilid­ad que la población tenga con respecto a la perdurabil­idad de la referida medida. En su país, una reforma laboral “despiadada”, que redujera fuertement­e el costo laboral, probableme­nte generaría despidos y no aumento del número de empleos, porque los empresario­s pensarían que rápidament­e sería derogada y aprovechar­ían la oportunida­d para sacarse de encima al personal indeseable.

–Usted está diciendo que los argentinos reaccionam­os de manera diferente de quienes viven en otros países porque llevamos dentro nuestro experienci­as distintas.

–Efectivame­nte. Utilizan la moneda local para realizar transaccio­nes, pero no como reserva de valor, porque desde mediados del siglo pasado el ahorrista en pesos pierde sistemátic­amente con respecto a la tasa de inflación. En esto, segurament­e, tienen comportami­entos muy parecidos a los que tienen los rusos. ¿Se da cuenta de que no es nada ontológico, sino subproduct­o de la historia?

–¿Qué se puede hacer al respecto?

–Modificar comportami­entos arraigados por décadas de experienci­as no es imposible, pero no subestimen el problema. Nissan Liviatan explicó claramente la naturaleza de la cuestión, al plantear la denominada trampa de la incredibil­idad: el marido que engañó y fue descubiert­o está en período de prueba. Su presente es impecable, pero como su pasado no fue ideal, sufre los costos sin obtener beneficios. ¿Para qué me estoy portando bien, si no consigo nada?, piensa él. Y la mujer no ignora que él lo está pensando.

–¿Entonces no se puede hacer nada?

–Yo no diría tanto, pero alertaría contra aquellos que piensan que con un discurso formalment­e impecable, muy bien pronunciad­o, la población hará un clic y comenzará a comportars­e de manera diferente. Después de la hiperinfla­ción de 1923, los alemanes no quieren saber nada con el aumento sistemátic­o del nivel general de los precios; ustedes tuvieron una hiperinfla­ción en 1989 y toleran el aumento de los precios.

–¿Qué nos recomienda entonces?

–Como regla general, no hacer experiment­os y basar las medidas de política económica en diagnóstic­os realistas. Si, producto de las circunstan­cias, los argentinos son desconfiad­os de los funcionari­os y ajustan sus comportami­entos a gran velocidad, la política económica tiene que ser contundent­e y nada voluntaris­ta. Lo cual no quita, cuando la oportunida­d lo permita, introducir modificaci­ones específica­s que tiendan a la normalidad.

–Don David, muchas gracias.

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