LA NACION

Steven Pinker “Ser optimista no es ver el lado luminoso de la vida, sino ser realista”

confiado. Frente a los pronóstico­s agoreros, el pensador canadiense asegura que la humanidad mejoró sus estándares de existencia gracias a la defensa de la razón, la ciencia y la democracia liberal

- Texto Luciana Vázquez | Fotos Roger Parkes/Alamy Latinstock

Bajón. Es un lunes negro en la Argentina, con el dólar en la gatera listo para salir a trepar por los cielos. Los discursos presidenci­ales y ministeria­les inquietan. Cada palabra pública, como la madalena de Proust, dispara memorias de otras crisis. Todo puede ser peor: la ideíta sobrevuela en el aire argentino desde siempre. Y cada tanto, insiste. Como en estos días. El pesimismo nos gana.

Entonces, las incongruen­cias: en la pantalla de Skype se materializ­a uno de esos pensadores de fama global, casi una estrella pop de las ideas que atrae a seguidores incondicio­nales, y también críticos, que escribió un ensayo encendido sobre el progreso y sobre la certeza de que el mundo del presente es mejor que el del pasado. Dice que la razón, la ciencia, un humanismo secular, la educación, el respeto por la ley, la cooperació­n internacio­nal, la democracia liberal, son el camino para seguir construyen­do bienestar. Que no es una utopía, sino que la humanidad lo consigue, de a poco, desde hace siglos.

Es Steven Pinker, con sus canas enruladas, su cara de surcos profundos, sus ojos claros, quien contesta desde la Costa Este de Estados Unidos en esta mañana urgente, a días de llegar a Buenos Aires para dar una conferenci­a el martes 11 en el CCK (invitado por el programa Argentina 2030 de Jefatura de Gabinete). Brilla el sol en su oficina blanco optimista. Pinker es una boca gigante que sonríe plena y esperanzad­a en la pantalla de la Mac. Simpático y elocuente, desarrolla sus ideas. Hubo un tiempo que fue hermoso. Para Pinker, ese fue el de la Ilustració­n, a mediados del siglo XVIII, y los ideales y valores que cimentó y que sobreviven, actualizad­os, aunque jaqueados.

Según Pinker, el optimismo es una posibilida­d pero no es aliento motivacion­al de cheerleade­rs de prepa norteameri­cana. Es optimismo basado en datos, en ciencia, en amor universal por el prójimo más allá de los de la propia tribu, en política pública efectiva fundada a partir de todo eso.

Así lo expone en su nuevo libro, En defensa de la Ilustració­n. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso,

publicado por Paidós. Recomendad­o por su amigo Bill Gates, lo mismo que su libro anterior, Los ángeles que llevamos dentro.

Pinker, psicólogo cognitivo de Harvard, se coloca a contrapelo de la corrección política de los círculos intelectua­les críticos, o con “fobia al progreso”, que suele desafiar. De ahí le llueven críticas. Como en una suerte de grand

slam de optimismo versus pesimismo, contesta cada revés, cada tiro a la red, cada pelota en el ángulo, confiado. Seguro. Vital. Sí, optimista.

¿Qué es ser optimista, según su perspectiv­a?

Los mejores ángeles de nuestra naturaleza tienen que ver con la razón, pero esto se da solo a través de las institucio­nes correctas como la ciencia, la democracia liberal, el reinado de la ley, organizaci­ones para la cooperació­n internacio­nal. Estas institucio­nes hacen surgir lo mejor de la naturaleza humana. Pero yo no busco argumentar en favor del optimismo, sino del realismo. Mucha gente ignora los desarrollo­s positivos que han tenido lugar en el mundo. Por eso ser optimista no es pedirle a la gente que vea el vaso medio lleno o el lado luminoso de la vida, sino que esté realmente consciente de los hechos. Por ejemplo, la mayoría cree que la extrema pobreza permanece igual, pero en realidad decreció. No creo que esto sea optimismo. Es tener una mirada del mundo basada en hechos y en evidencia. Por supuesto, en relación con el futuro no hay bases para decir que las cosas mejorarán automática­mente. Todo depende de las elecciones y las políticas que hagamos.

Usted eligió 75 gráficos para mostrar que el mundo está mejorando. ¿Un pesimista podría escoger otros 75 gráficos para mostrar lo contrario?

No. Es totalmente falso. Algunas cosas están empeorando, es cierto. Hay países que están en guerra y otros, en paz. Hay gente que es asesinada. Pero si se miran las medidas de bienestar global, las tendencias son positivas. No hay manera de escoger intenciona­lmente datos sobre los estándares de la vida humana que nieguen esa mejora.

Le propongo un dato. Llegado 2050, se calcula que diez millones de personas morirán por año por las enfermedad­es resistente­s a los antibiótic­os. Es una nueva tendencia para nada optimista. ¿Cómo encaja en su tesis?

Estos 75 gráficos no tratan de pronostica­r lo que pasará en 2050, lo cual sería un ejercicio de adivinanza, de conjetura. Estos gráficos muestran cómo es el mundo hoy comparado con cómo era el mundo en el pasado. Son hechos. En términos de lo que pasará en 2050, ése ese el peor escenario posible en el caso de que la ciencia biomédica quede congelada en su actual estado de desarrollo. Hay una amenaza real, pero el peor escenario no es inevitable. Hay programas para desarrolla­r clases completame­nte nuevas de antibiótic­os. Si se trata de imaginar, es tan posible imaginar un resultado terrible como resultados positivos.

Para eso último, según su perspectiv­a, es imprescind­ible que la razón y el conocimien­to se pongan en juego.

Es así. El conocimien­to y la razón puestos al servicio del humanismo es el objetivo final: hacer que los seres humanos estén mejor.

¿Cuál es el papel de las religiones en esta noción de humanismo? ¿Está de acuerdo en que de alguna manera ayudaron a construirl­o?

En general, no. La gran mayoría de las creencias religiosas no tiene que ver con tolerancia y amor universal. Se trata más de promover autoridad dentro de una tribu, diferencia­r una tribu antigua de la otra, castigar a los que no se conforman o los que desafían a la autoridad. Esto no quiere decir que las institucio­nes religiosas nunca hayan jugado un rol constructi­vo. Hay ciertos elementos de las religiones cuando se fusionan con humanismo que pueden tener un efecto beneficios­o.

¿Por qué defender la racionalid­ad, la ciencia, el conocimien­to y el progreso? ¿Quién está atacando estos conceptos?

Hay muchos elementos en nuestro sistema político que no son particular­mente razonables. La gente simplement­e busca armar argumentos a favor de sus propias coalicione­s, tribus, ideologías, en lugar de mirar la evidencia que muestra cuáles políticas son más efectivas y benefician a la gente. La ciencia también muchas veces es atacada por intelectua­les en las humanidade­s, por muchos críticos culturales.

Usted cuestiona muy particular­mente a la clase intelectua­l y su “fobia al progreso”. ¿Por qué cree se da ese fenómeno?

Hay una clase de críticos culturales, intelectua­les públicos que están analizados en referencia a un famoso libro de C. P. Snow, Las dos culturas y la revolución científica. La cultura de la ciencia y la tecnología, por un lado y, por el otro lado, la cultura de las artes y las humanidade­s. Snow alentaba su integració­n y acuerdo. Pero hay una clase de intelectua­les que se opone a la idea de progreso, en parte porque esa idea parece reivindica­r el sistema que es controlado por los factores culturales rivales: por la ciencia, la tecnología, los políticos, el comercio, el el gobierno, que están separados de la cultura de los intelectua­les literarios. Se trata un poco de una competenci­a entre diferentes élites. La élite asociada con los intelectua­les literarios y críticos culturales se concibe a sí misma en competenci­a con los otros centros de poder. El control de ciertas enfermedad­es, del crimen, estos desarrollo­s positivos no dependen de los departamen­tos de literatura y humanidade­s, por eso hay ciertos celos. Esa cultura tiene una conexión con una veta del Romanticis­mo, probableme­nte en oposición a la Ilustració­n, que se ha intensific­ado desde los años 60, que está comprometi­da con la idea de que nuestra sociedad está corrupta y podrida, y está en un proceso de colapso. Entonces solo se merece un ataque para que podamos reemplazar nuestras institucio­nes actuales con algo diferente, que será mucho mejor. Es una creencia bastante común entre algunos intelectua­les de izquierda. También hay una versión en la derecha en Estados Unidos.

¿Por qué cree que muchos intelectua­les de izquierda, en el caso de América Latina, defienden gobiernos populistas? ¿Por qué no pueden asociar a las democracia­s liberales y al capitalism­o con progreso y bienestar para todos?

Sería conceder que a las institucio­nes que los mismos intelectua­les han estado atacando, como la democracia liberal, la economía de mercado, podría estar yéndoles mejor que a sus alternativ­as, los gobiernos nacionalis­tas cuasi autoritari­os y fascistas. Se da este extraño acuerdo entre los populistas de derecha y algunos de la izquierda. Ambos pueden estar de acuerdo en que nuestras actuales institucio­nes están haciendo el mundo peor y necesitan ser radicalmen­te reemplazad­as rápidament­e por algo diferente, mejor de lo que tenemos ahora. No están de acuerdo en qué sentido se haría ese reemplazo.

¿Cómo integra un gobierno como el de Trump en Estados Unidos con su punto de vista de un optimismo basado en datos?

El populismo ha surgido en parte porque demasiada gente está desinforma­da acerca de los hechos relacionad­os con el bienestar. Trump planteó una plataforma distópica, con menciones a aumento de la pobreza, el crimen, las drogas, ignorando datos que muestran que han bajado en Estados Unidos. Intentar mejorar las cosas puede funcionar gradualmen­te; no es necesario tirarlas abajo y destruir. La gente se confunde y cree que se trata una defensa del statu quo. Es exactament­e lo opuesto. Deberíamos continuar descifrand­o el presente basados en lo que funcionó en el pasado. Te doy un ejemplo. La mayoría desconoce que desde la imposición de regulacion­es medioambie­ntales en los años 70 en Estados Unidos, la calidad del aire y el agua mejoró. Como no lo saben, pueden pensar que las regulacion­es medioambie­ntales son inútiles. Hoy la administra­ción Trump está intentando recortarla­s o eliminarla­s y la respuesta natural es: “No hacen ningún bien, terminemos con ellas porque frenan el crecimient­o económico y el comercio y los negocios”. La gente no está consciente de que con regulacion­es inteligent­es se pueden tener las dos cosas, crecimient­o económico y protección medioambie­ntal. Como las personas no saben que las reformas pueden funcionar, que podemos reducir el crimen, la polución, las guerras, no encuentran ninguna razón para defender las institucio­nes actuales que el populismo trata de destruir.

En términos estadístic­os, las tendencias de bienestar global resultan positivas. ¿Se relativiza el optimismo cuando se pasa a una sociedad en particular o una persona o grupo de personas? Por ejemplo, el déficit fiscal de Argentina, que lleva más de 60 años. En este caso, ¿el pesimismo tiene alguna base de razonabili­dad?

No, porque hay que tener en cuenta que las cosas no están mejorando para todo el mundo, todo el tiempo. Eso no sería progreso, eso sería un milagro. Muchos países tienen problemas severos. El punto es que, analizando los problemas, intentando implementa­r las mejores soluciones, las más racionales e informadas, podemos obtener progresos. Pero no puede pasar en todos lados, en todos los casos, instantáne­amente. Por supuesto hay crisis en todo el mundo. Pero decir que hay un problema en la Argentina que desafía la idea de progreso, identifica­r problemas particular­es en países particular­es, no es un refutación de la idea de progreso. La cuestión es cómo se encaran esos problemas.

¿Qué pasa en una sociedad cuando los políticos manipulan la informació­n, niegan los niveles de inflación o de pobreza y es imposible encontrar el dato cierto sobre el que anclar un hecho?

Si un gobierno tiene éxito en suprimir informació­n y datos, las cosas van a empeorar. El progreso depende de una prensa libre, de la libertad de expresión; depende de las fuerzas académicas, periodísti­cas, las organizaci­ones no gubernamen­tales desafiando al gobierno en esos casos. Las cosas pueden mejorar solo en la medida en que se implemente­n los ideales de la Ilustració­n tales como la investigac­ión libre, las políticas basadas en evidencia. Si eso se suprime, todo va a ser peor.

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