Las batallas ganadas que la frustración no puede opacar
Hay fotografías que no se borran. Que, por más pigmento vintage que tengan, no pierden valor. Al contrario: a la distancia ganan significado. Las cuatro cirugías de muñeca marcaron negativamente el camino de Juan Martín del Potro. En 2015 el tandilense evaluó la posibilidad de retirarse. Pero antes de llegar a ese momento crítico, aquellos obstáculos físicos –y psicológicos– lo empujaron hasta situaciones desagradables. La incertidumbre lo fue consumiendo hasta deprimirlo. Las dudas por no saber cómo resolvería su futuro lo llevaron a perder la confianza en sí mismo, algo inimaginable para alguien con personalidad de hierro desde su mismísima infancia, desde que a los raquetazos limpios llenaba de magullones el portón de su casa de Falucho 1, un barrio de clase media en Tandil.
A Del Potro, el primer ingreso en el quirófano (2010) lo despojó de las certezas que llevaba en su raquetero de aquí para allá. Dudó de sus propios latigazos. En un club de Saavedra que por entonces se llamaba El Clú (ahora, El Abierto), todavía recuerdan cuando el tenista iba con su equipo, siempre de noche, a las 21 o a las 22, y reservaba las últimas cuatro canchas del predio –solo utilizaba una– para que nadie lo viera pelotear. A esos reservados movimientos se incorporaba un psicólogo deportivo (Pablo Pécora).
En Casa Amarilla, el predio donde se entrenan varias divisiones de Boca, aun recapitulan cuando, en 2015, Del Potro apareció junto con su amigo Rolando Schiavi, DT de la reserva, para empezar a moverse un poco luego del período más difícil, en el que además se había desvinculado de su coach (Franco Davin) y de su PF (Martiniano Orazi). El primer día, Del Potro corrió 10 minutos alrededor de una cancha y se ahogó. Descoordinado, agitado, sudando más de lo normal. Daniel Cinti, el PF de los juveniles xeneizes que se puso a disposición del tenista, evocó: “Estaba muy mal. Era, prácticamente, un exdeportista”.
El extenista venezolano Jimy Szymanski tiene muy fresco cuando a fines de 2015 lo llamó Del Potro para pedirle que lo ayudara en las prácticas durante unas semanas en Miami. El argentino golpeó los primeros días con pelotitas sin presión, las que utilizan los niños. “Juan tenía la muñeca izquierda súper vendada. Parecía Robocop pero con miedo. Su mayor temor estaba dentro del court. El dolor le quedaba en la cabeza”, dijo Szymanski.
Hoy Del Potro, el resiliente, está lejos de ser aquel de las fotografías cuarteadas y sin sonrisas. Está triste porque no logró encumbrar su segundo trofeo de US Open. Pero volvió a la final del Flushing Meadows, el mismo escenario grande en el que empezó a construir su leyenda con el título de 2009, previo a las malditas cirugías. Ahora, el desenlace no fue el que deseó, pero le ganó a la vida, una vez más.