LA NACION

El mejor rocanrol de The Who ahora se disfruta en el Maipo

- Pablo Gorlero

En 1969, Pete Townshend, letrista y guitarrist­a del grupo de rock The Who, creó Tommy, una ópera rock que la misma banda grabó en dos discos. A decir verdad, la primera ópera rock (por algunos meses se anticipó a Jesucristo Superstar). El disco se representó en concierto, en 1970; llegó a ser película en 1975, dirigida por Ken Russell, y en musical, recién en 1993, muy premiada, aunque los seguidores de The Who y los puristas del rock la odiaron porque perdió todo el encanto de las épocas de Woodstock. Es una gran metáfora que se desarrolla enterament­e a través del personaje central: un muchacho autista, ciego, sordo y mudo, abusado por su familia y su entorno, hasta que se convierte en un gurú, con miles de seguidores, a través de su habilidad en el flipper. La trama tiene algunas diferencia­s con el guion del film, pero se ajusta más al formato de musical tradiciona­l.

Es evidente que a Diego Ramos le gustan los riesgos. Debutó como director con un musical sumamente complejo como Falsettos, de William Finn y James Lapine, y salió airoso. Y le gustó. A poco de aquel estreno aceptó el desafío de realizar la puesta de Tommy, uno de los musicales más complicado­s de Broadway. Y puede respirar tranquilo porque su carrera como director no demandó demasiado tiempo para afianzarse. Demuestra ser un hábil conocedor del género y un puestista meticuloso, detallista y con un sentido estético brillante. Conduce con equilibrio y fuerza a la masa escénica y sabe muy bien cómo ir dotando al arco dramático.

El mayor valor de esta obra del grupo The Who es su música, una partitura rockera y estridente que la batuta de Santiago Rosso supo dominar y hasta sublimar. La banda es la que transporta al espectador a aquellos años de psicodelia. Para eso, el director supo nutrirse de un elenco con voces impecables, conducidas con erudición por el brillante Matías Ibarra. Tal vez algunos, con el paso de las funciones, dejen de preocupars­e por las armonías para concentrar­se en lo interpreta­tivo. Principalm­ente son destacable­s los trabajos de Ezequiel Rojo (presencia y solidez en el papel protagónic­o), Patrissia Lorca, Fran Efren Eizaguirre, Walter Canella, y los pequeños Nicolás Souza y Martina Iglesias.

La producción es impecable, sin grandilocu­encia, con pocos pero contundent­es elementos escénicos diseñados por las talentosas Luli Peralta Bo y Tatu Mladineo. Ramos contó con unos socios creativos impecables: la adaptación de Marcelo Kotliar, una iluminació­n exacta de Gonzalo González que sabe poner acentos a la dramaturgi­a; funcionale­s coreografí­as de Vanesa García Millán, y el elaborado vestuario de Javier Ponzio. También es destacable el diseño de sonido de Eugenio Mellano, que permite que la estridenci­a de la partitura no opaque el texto. El director optó por una puesta sumamente pulcra sin el tufillo lisérgico de aquellos años en los que The Who la concibió, una buena opción para abrir el abanico de público.

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Gentileza Fiorella romay El musical brilla en el Maipo

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