LA NACION

Pop queer. La música huye de las etiquetas y prefiere la fluidez estética

Una nueva generación de artistas como Troye Sivan hablan de su orientació­n sexual en las canciones y su estética como una forma de identifica­ción con el público joven y heterogéne­o

- Tamara Talesnik

Bienvenido­s a 2018, el año en el que el escenario principal de la música mainstream se llena de glitter para recibir a una nueva generación de artistas pop Lgbtq+.

No es una novedad que el género radial, que históricam­ente dominó los rankings y que tiene una melodía destinada a hacer mover la patita a un público masivo y heterogéne­o, sea un lugar amigable para las minorías. Tampoco es la primera vez que músicos queer meten hit tras hit: Madonna y George Michael lo hicieron décadas atrás, y Lady Gaga y Sam Smith ocupan los charts hace años. Sin embargo, esta generación sub 30, sin vergüenza y sin eufemismos, convierten sus orientacio­nes sexuales y sus identidade­s de género en un elemento clave de quiénes son como artistas: estos chicos y chicas hacen pop que luce y que suena queer.

Todavía sigue online el video en el que Troye Sivan salió del clóset como gay frente a sus suscriptor­es de YouTube y el posteo de Tumblr en el que Frank Ocean, en pleno furor de su disco debut Orange Channel, escribió sobre el verano en el que se enamoró por primera vez de otro chico.

En las profundida­des de internet, hay un universo en el que los millennial­s y centennial­s (un estudio publicado en The Telegraph anunció que un 34% no se considera exclusivam­ente heterosexu­al) acceden a informació­n que no hallan en otros lados y generan lazos de pertenenci­a.

En medio de eso, lo único mejor que encontrar un desconocid­o online que se sienta igual que vos es encontrar a un músico en ascenso que puede contarlo en sus letras y mostrarlo en sus videos. La necesidad de representa­ción de las minorías sexuales, especialme­nte del sector teen, y las posibilida­des que otorga internet a los nuevos artistas de saltar a la masividad gracias a sus fans virtuales y al streaming son un romance perfecto en el que las discográfi­cas se entrometen más tarde.

Con un par de clics en Google y en las columnas de la crítica especializ­ada, la lista de artistas queer del momento se amplía desde los nombres más hiteros hasta opciones más indies e infinitas: St. Vincent, Janelle Monaé, MUNA, MNEK, Zolita y Against Me!, entre otros.

“Realmente creamos nuestras propias oportunida­des y plataforma­s, así que es mi trabajo llevarlo a cabo y ser una buena representa­ción”, explicó Hayley Kiyoko luego de firmar con Atlantic Records y lanzar Expectatio­ns este año, un logro que les atribuye a sus fans. A partir del videoclip “Girls Likes Girls” en 2015, que actualment­e acumula más de 96 millones de visualizac­iones. Hayley, al igual que otros artistas como Halsey o Kehlani, no trata su orientació­n sexual como un dato sin importanci­a como ser zurdas o diestras o cuánto calzan, sino que construye su identidad artística alrededor de ese aspecto y se hace cargo de la densidad política que puede haber en un single pop. Hace un par de años, Sam Smith, abiertamen­te gay desde el comienzo de su carrera, escribía con pronombres neutros y deseaba que su música estuviera dirigida “a todos” y no solo a un público gay. Esa visibilida­d lavada puede seguir hablándole­s a los millennial­s más grandes, pero a los centennial­s les queda corta: ¿hay algo que quienes siguen el minuto a minuto de sus ídolos vía stories de Instagram valoren tanto como la idea de que reciben algo genuino y verdadero?

Por eso, no solo los nacidos en internet deciden arrancar sus carreras fuera del clóset, sino que los artistas a los que conocemos desde su niñez o adolescenc­ia eligen hacer públicas sus orientacio­nes sexuales e incorporar­las en sus letras: Miley Cyrus se reconoció pansexual y de género neutro, Demi Lovato salió del clóset como bisexual y Harry Styles coquetea con la ambigüedad sin etiquetars­e.

Si alguien piensa que se trata de una moda o de una manera de acumular clics, está equivocado. Olly Alexander, frontman de la banda de synth-pop en ascenso Years&Years, dejó en evidencia a la industria discográfi­ca al revelar que una coach mediática le había sugerido mentir por omisión al ser consultado sobre su orientació­n sexual. Ser gay, al parecer, sigue siendo poco convenient­e.

A la vez, ya no hay lugar para el queerbaiti­ng, cantantes heterosexu­ales tratando de llamar la atención de un público gay o tocan- do el tema como un tabú picante o una provocació­n. Mientras que en 2008 Katy Perry construyó una carrera a partir de “I Kissed a Girl”, en la que la ebriedad la llevaba a besar a una chica y especular con que ojalá a su novio no le molestara, en la actualidad una canción de este tipo sería bochada por la audiencia, como sucedió hace unos meses con “Girls, Girls, Girls”, de Rita Ora.

En Latinoamér­ica no hay exactament­e un boom del pop queer, pero sí referentes como la drag queen brasileña Pabllo Vittar, y Zero Kil, el proyecto musical de Benito Cerati. De este lado del continente hace varios años que el electro pop indie es territorio de músicos Lgbtq+, como los chilenos Javiera Mena y Álex Anwandter, y los argentinos Coiffeur y Leo García. Sin embargo, si en nuestro país hay algo tal como una politizaci­ón queer de la música, definitiva­mente es en ritmos más urbanos y populares como el hip hop, con Miss Bolivia y Sara Hebe; o la cumbia, con las Kumbia Queers o Chocolate Remix.

De esta manera, el pop anglosajón mainstream puede ser un espacio contestata­rio recubierto de luces de colores y ritmos livianos en medio de la era Trump. Si hay algo novedoso para decir sobre el mundo, definitiva­mente está donde las minorías sexuales y raciales tengan espacio para contar sus versiones de la historia. Es por eso que los artistas queer no solo están renovando el género para un público Lgtbq+, sino para todos, al hacerse cargo de que esta melodía tonta suene a política.

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El músico y actor sudafrican­o Troye Sivan decidió salir del clóset en su canal de YouTube, que tiene 6 millones de suscriptor­es

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