Los bosques, factor clave en la agenda ambiental
Tienen una importancia clave, tanto en lo que hace a las reservas de oxígeno como a los beneficios de la biodiversidad
La deforestación es hoy uno de los temas calientes del ambientalismo. Los argumentos de por qué es clave que los bosques se mantengan como están lo máximo posible se conocen bien: son reservas de oxígeno, de biodiversidad, podrían contener remedios para enfermedades (por albergar combinaciones genéticas aún desconocidas) y bajan las posibilidades de inundaciones (por su capacidad de absorber agua), entre decenas de beneficios. Lo interesante es que, como sucede con otros temas ambientales –el cambio climático o la basura–, de a poco sale del nicho de cierta vanguardia verde y se extiende en la conciencia social como reclamo general.
Aunque aún falta mucho en la Argentina y otros países latinoamericanos para que esté en primer plano (ya que se ve naturalmente opacado por necesidades primarias como alimentos, vivienda e infraestructura), el tema empieza a llamar la atención porque a la corta o a la larga la supervivencia depende de la inteligencia en el uso del recurso natural. Por más que den la sensación de ser infinitos como la arena del mar, en algún momento se acaban o se restringen a niveles de alarma, y es muy probable que no haya tecnología que los pueda reemplazar. Ese es el mensaje que científicos y activistas del sector quieren que llegue a la sociedad.
Lo cierto es que esa toma de conciencia es aún gradual. Las malas noticias respecto de la mega deforestación se repiten como en loop aquí y allá. Dos de las últimas: se pierden bosques equivalentes a la superficie de cuarenta estadios por minuto (más que nada en el Amazonas y el Congo); por otro lado, un estudio recientemente publicado en la revista Nature (hecho por investigadores de la Universidad de Maryland con información satelital de la NASA) mostró que Sudamérica es la región con más deforestación para el período 1982-2016, con Brasil, la Argentina y Paraguay a la cabeza. El trabajo ofrece una ironía: la cobertura global de árboles subió un 7%, pero el problema es que se trata de reforestación, de baja calidad y diversidad en las formas de vida que contiene, o como consecuencia de avances boscosos producto del cambio climático que deshiela la tundra subártica (otra curiosidad es que “tundra” significa llanura sin árboles). Entonces, el saldo arroja que se pierden bosques de buenas propiedades a cambio de ecosistemas de complejidad mínima. Esto no da igual en cuanto a los mencionados servicios ecosistémicos del bosque.
“En el mundo hay cuatro regiones principales amenazadas. Una es la selva del Congo (ubicada no solo en ese país africano), por las maderas que se exportan a Europa; la segunda es Indonesia, por la palma que se usa para cosmética; la tercera es Sudamérica, por el monocultivo de soja y la ganadería intensiva; la última serían los bosques boreales de Rusia, Canadá y Noruega por las maderas y el papel”, dice Hernán Giardini, coordinador de la campaña de bosques de la organización ambientalista Greenpeace.
En la Argentina
Detrás de todo está el modelo de la industria alimentaria mundial que, según distintos estudios que cita Giardini, pese a su efecto devastador solo cumple el 25% de las necesidades alimentarias planetarias. “En la Argentina, en los últimos 30 años se perdieron ocho millones de hectáreas de bosques. La superficie de Entre Ríos entera. A este ritmo, en cien años no nos queda nada”, agrega.
Terminar con los recursos boscosos no es sinónimo de progreso, ni mucho menos. La isla La Española, que comparten Haití y la República Dominicana, vista desde el aire muestra una marcada diferencia entre un territorio que quedó arrasado y otro que –mal que bien– aún sostiene parte de su cobertura verde precolombina. Haití, el arrasado, es uno de los países más empobrecidos de la tierra. En Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, el investigador Jared Diamond dedica un largo capítulo a la forma en que, partiendo de la misma base natural, ambas naciones dieron una respuesta distinta al desafío de la pérdida de árboles: tampoco la República Dominicana podría considerarse país desarrollado, pero ha salvado algo de la ropa. “Sí, los problemas medioambientales constriñen a las sociedades humanas, pero las respuesta de las sociedades también marcan una diferencia”, escribe el geógrafo norteamericano.
¿Por qué las sociedades cometen el error de romper esa fuente divina? Beneficios de corto plazo para algunos, por ejemplo. Las razones de la deforestación hay que buscarlas en necesidades alimenticias y mineras (para esos fines se usan las tierras esquilmadas) tanto como en la mala planificación del territorio de la que, por ejemplo, América Latina ha hecho una religión. Pero, y esto es lo que los expertos buscan recalcar, no es del todo inevitable la deforestación, por más superpoblación que sufra el planeta o por más clases medias chinas que se sumen al consumo de proteínas sudamericanas: hay modos de hacer manejos inteligentes de las tierras ya disponibles para esos usos. El hecho de
Efecto invernadero
Respecto del cambio climático, solo mantener los bosques acercaría bastante los objetivos del Acuerdo de París, ya que buena parte de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de los cambios en los usos del suelo, es decir, la diferencia entre tener un bosque y un terreno dedicado a la agricultura.
Según una cuenta del World Carfree Network (Red por un Mundo Libre de Autos) citada por la revista Scientific American de este mes, la cuenta de autos y camiones llega al 14% de todas las emisiones del mundo, mientras la deforestación llega al 15%. Lo que sucede no solo es que el bosque deja de contribuir a la causa anticambio climático, sino que, además, tanto la ganadería (a través del metano, gas de efecto invernadero que liberan las vacas y otros rumiantes) como la agricultura (a través de fertilizantes que liberan gases contaminantes) resultan perniciosas para el proceso global.
A diferencia de otras medidas a tomar que llevan tiempo, dinero y negociaciones arduas –como lo que tiene que ver con las profundas reconversiones industriales, el cese del uso del petróleo y demás–, sería relativamente menos complejo detener la deforestación: implicaría alguna decisión política dentro de los Estados soberanos. Si eso no alcanzara, se podría asimismo reducir la demanda del comercio que empuja la deforestación. Desde luego, fácil no es en este punto de la globalización desatada en el comercio. Pero, en comparación con la modificación total del uso de la energía mundial, requiere de varios pasos menos.
“El modelo actual nos lleva a la destrucción de los ecosistemas. Cuando seamos 10.000 millones de personas (hacia 2050, hoy ya se pasaron los 7000 millones) se llegará al límite del planeta y la destrucción de ecosistemas ya viene a todo galope”, sostiene Giardini. El asunto es tan alarmante que quienes se ponen a pensar sobre el futuro y las distintas posibilidades de organización humana –del empresario Bill Gates al filósofo Slavoj Žižek– ponen al ambiente dentro de la ecuación (con el cambio climático como bandera) de posibles teorías y prácticas. Es posible que la suma de tecnologías de invención humana no alcance para competir con algo que tiene millones y millones de años de evolución: el ecosistema mundial. que buena parte del consumo de alimentos se dé gracias a agricultores pequeños va en esa senda.
Un modo de frenar la deforestación, se pensó desde las Naciones Unidas, es que el mercado, que de algún modo presiona para la tala bosques, pueda crear asimismo algún tipo de solución o de mecanismo que la evite o que compense a quienes mantienen bosques vivitos y generando oxígeno. De eso se trata la compraventa de bonos de carbono (nacidos como parte del protocolo de Kioto, con la meta de reducir emisiones de gases de efecto invernadero y morigerar el cambio climático) a la que se subieron los colombianos de Acandí (ver recuadro). Los indígenas y campesinos también entran en la ecuación, como parte de la solución y del riesgo. Solución porque saben cómo convivir dentro de una relativa conservación de los recursos; riesgo, porque sin los bosques se terminan culturas enteras, idiomas, gramáticas y formas de ver la vida. Un daño inmenso.