Los últimos cuentos de Piglia, algo más que policiales
Cuando Ricardo Piglia (Adrogué, 1941-2017) incluyó cuatro cuentos inéditos con el mismo personaje en su Antología personal (2014) los llamó “Los casos de Croce”. En este libro póstumo, agrega al título el cargo de comisario. La primera aparición de Croce había sido en Blanco
nocturno (2010), novela que, gracias a su presencia y a un violento enigma pueblerino, amenazaba con convertirse en un policial clásico. Sin embargo, la aparición en la segunda parte de Emilio Renzi, el “álter ego” del escritor, devolvía el relato a los carriles característicos de Piglia: no había enigma resuelto y sí muchas ideas y especulación.
El lector de policiales, que todavía le agradece al autor de Respiración artificial la colección de “serie negra” que dirigió en los años 60 y 70, al ver los títulos de los doce relatos incluidos en este libro póstumo pensará, con automatismo de consumidor serial, que al agente le tocará resolver igual número de enigmas. Pero la lectura de Los
casos del comisario Croce prueba que aquellos cuatro cuentos iniciales son lo más parecido que hay de la fórmula clásica, y que en el resto la cantidad de interrogantes se desperdiga hasta exceder por mucho la docena.
El comienzo es magistral. Inspirándose en el “caso Pesic”, Piglia narra en “La música” la historia real de aquel marinero yugoslavo, injustamente condenado en la Argentina a la cárcel durante años por un crimen que no cometió. El relato se convierte, por la buena disposición de Croce (que le envía a Pesic un acordeón con teclas para que distraiga la soledad), en una especie de gran cuento de hadas.
La apuesta de “La película” es más complicada. Se sospecha de un film pornográfico que estaría protagonizado por la actriz Eva Duarte. El caso viene con recaudos, paranoias y presiones varias –Evita ya se había convertido en mito– y termina con violencia discreta y la convicción de que, aunque fuera cierto, “no habría importado”. Otro personaje importante, pero deudor de Roberto Arlt, es “El astrólogo”. Ya a esa altura del libro el lector se acostumbró al montaje de datos, el borramiento entre ficción y realidad, el ejercicio virtuoso de ideas ensayísticas y la inserción de referencias o citas ocultas.
Lo curioso es que el planteo de los casos suele ser prolijo, muchas veces sutil, pero las resoluciones mezclan arranques surreales, éticos o políticos, sin acudir a la deducción ni a la lógica. En un segundo homenaje, después de Arlt, Croce describe directamente “La conferencia” de Jorge Luis Borges sobre el policial (se narra una supuesta visita del escritor al pueblo de comisario), sin negarse a compartir con él un nuevo caso hipotético.
En “El Tigre”, ese clásico sitio de retirada y refugio sirve para seguir barajando más casos. A su vez, se recorre un álbum de fotos o las manías del comisario Croce como si en vez de sucesivos policiales se tratara de una jugosa conversación sobre el mundo de un personaje fantástico.
Si bien “El jugador” cumple con el tema que también obsesionó a Dostoievski y Juan José Saer, la figura escurridiza del ganador nato adquiere una estatura peculiar cuando desaparece. El hecho se produce en un día de pesca que queda más pegado a la memoria del lector que el propio juego, que para el personaje es parte de la vida misma.
En el último de los relatos, “El método”, se detecta un espíritu más cercano al propio autor que a su invención, aforismos incluidos: “El destino verdadero de un kantiano es la escuela de policía”, por ejemplo, o “La condición de todo comportamiento criminal es la inacción”. También presenta teoremas de Croce sobre la incierta aplicación de “la inferencia hipotética” o de la “imaginación y la perspectiva”.
El “Liminar” de Karl Marx sobre el mundo de la delincuencia, que abre el volumen, produce por su parte, al releerlo, un efecto digno de Pierre Menard. Colocadas al comienzo, pero no a modo de epígrafe, sino como relato ajeno, las frases del pensador alemán parecen escritas por el propio Piglia, palabra por palabra, como si nuestro 2018 le diera al fragmento un sentido muy distinto al original de 1857.