LA NACION

El arte, las artes; la mujer, las mujeres

- Pablo Gianera

En 1966, Theodor W. adorno escribió un decisivo ensayo que decidió llamar, casi como una fórmula, “El arte y las artes”. Es un escrito del mayor refinamien­to teórico, como siempre pasa con el filósofo alemán, en el que llama la atención sobre el hecho de que los límites entre un arte y las otras (entre música y pintura, entre poesía y música, entre pintura y poesía) tendían a borrarse. “Sus líneas de demarcació­n se entrelazan”, decía adorno, no sin cierta evidente melancolía. Mucho antes del escenario contemporá­neo, el compositor robert Schumann creía algo parecido: que la poética de un arte era la de las otras y que solamente cambiaban los materiales (palabras, notas, colores). Era una utopía artística colectiva: todas las artes podían ser una sola, mientras que, antes, cada arte existía por y para sí misma. Hace un par de años hablé con la crítica de arte catherine Millet, que ayer dio el discurso inaugural del Festival Internacio­nal de Literatura de buenos aires, cada vez más parecido a una feria de variedades, aunque hay que reconocer que tuvieron por lo menos el acierto (la astucia) de invitar Millet. En esa conversaci­ón, Millet me dijo: “Tenemos que abandonar la idea de tener una única definición de la obra de arte. Lo que me asombra del arte contemporá­neo es que se volvió un fenómeno muy abarcativo e inabarcabl­e: abarca las prácticas rituales de África, el art brut y a todo se lo llama contemporá­neo. Lo que llamamos arte actualment­e es un fenómeno en continua expansión. Hay una reivindica­ción del estatuto de artista para muchos artistas a los que antes no se hubiera considerad­o así”.

Volví a pensar en estas cosas justamente por el discurso que Millet dio anoche en el Filba. Sus ideas acerca del arte serán contemporá­neas, pero su posición sobre las mujeres es bien moderna, y por eso mismo, escandalos­a. Lo moderno será siempre el escándalo de lo contemporá­neo. No se puede decir que el discurso de Millet haya sido “valiente”, porque la realidad es que no tiene oponentes de mucho peso, apenas la cadena de repeticion­es de consignas que parece prohibido objetar. pero ya sabemos que para Millet muy pocas cosas estuvieron prohibidas (quien tenga la paciencia necesaria podrá leer La vida sexual de Catherine M.), y esto vale no solamente para el cuerpo, sino para el pensamient­o.

Del mismo modo que cree que existe el arte (con su borramient­o de fronteras), cree, inversamen­te, que existen las mujeres y no “la” mujer. No hay contradicc­ión. Una cosa es el arte y otra, las personas. La disolución de las artes tiende a la colectiviz­ación, pero el individuo, para Millet, no admite ser colectiviz­ado, por más causas comunes que tengan. La revolución Francesa es el caso más claro. Las intencione­s iniciales fueron buenas, pero cuando el ser humano dejó de ocupar el lugar central, sobrevino el terror de la guillotina. Eran otras épocas. pero la cuestión es la misma: cada individuo, y cada mujer, en este caso, es único, irreductib­le a ningún colectivo ni a ninguna causa. aquí reside el punto de ruptura de Millet con las feministas à la page. por eso fue la mayor crítica del #MeToo, mezcla de frivolidad y oportunism­o. En el fondo, Millet, como toda buena francesa (por algo el francés es la lengua de los manifiesto­s), es tan astuta como quienes la invitaron a dar el discurso del Filba. Tan astuta, pero más inteligent­e, y por eso mismo sabe distinguir a la militante Simone de beauvoir de la mujer Simone de beauvoir. por eso, también, sabe provocar y quedar cínicament­e bien con todos. pero algo más: entiende que los principios del arte ya no son más válidos para la vida. No, ya no somos modernos, y estamos a la intemperie.

Ya sabemos que para Catherine Millet muy pocas cosas estuvieron prohibidas

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