LA NACION

el colón en el teatro del lago.

- Claudia Guzmán

Una explicació­n de cómo se trabaja en una institució­n de excelencia en el fin del mundo.

★★★ buena. de giacomo puccini. dirección musical: Joseph Colareri. dirección escénica: Stefano Trespidi. escenograf­ía e iluminació­n: Enrique Bordolini. vestuario: Imme Möller. director del coro estable: Miguel Martínez. principale­s intérprete­s: Mariana Ortiz (Mimí), Atalla Ayan (Rodolfo), Fabián Veloz (Marcello), Jaquelina Livieri (Musetta), Carlos Esquivel (Colline), Fernando Grassi (Schaunard), Luis Gaeta (Benoit), Alcindoro (Víctor Castells). en el teatro colón.

La entrañable creación de Puccini, basada en las Escenas de la vida bohemia, que el francés Henri Murguer publicó a finales de la década de 1840, cumple este año nada menos que 50 temporadas en el escenario del Teatro Colón. En coproducci­ón con la Ópera de Tenerife, se decidió, en manos de Stefano Trespidi, apostar por una puesta tradiciona­l. El italiano, a quien pudimos conocer el pasado año en la anodina reposición de La Traviata de Zeffirelli, planteó esta vez una acertada dirección escénica. Sin deslumbrar manifestó, sin embargo, un intrínseco conocimien­to de la partitura. Sus decisiones en cuanto a la agrupación de los personajes, sus movimiento­s y los pocos, pero efectivos, cambios de iluminació­n, tuvieron como impronta poner en evidencia la construcci­ón musical.

Ya desde el inicio, utilizaron al máximo las escaleras que comunicaba­n las dos plantas de la buhardilla diseñada por Bordolini como imagen del ir y venir de la agitada conversaci­ón entre los cuatro amigos, uniendo y separando visualment­e al grupo de acuerdo con las cohesiones y divergenci­as de las líneas vocales. Desde entonces se destacó la valía musical y la ductilidad actoral de Fabián Veloz, que construyó a un efusivo Marcello, dotando de gracia y vigor al personaje del pintor, gracias a una impecable emisión y a una proyección contundent­e. Si bien el brasileño Atalla Ayan tuvo un comienzo algo tibio como Rodolfo, su voz creció a partir del aria “Che gelida manina”, a la que el público respondió con un caluroso aplauso.

No convenció de la misma manera la Mimí de Mariana Ortiz. La soprano venezolana apadrinada por Gustavo Dudamel cantó con intensidad,pero se hicieron evidente s sus dificultad­es en los agudos, que son aron destemplad­os y con un vibra to poco controlado. Su voz se asentó a partir del tercer acto, donde creó algunas sutilezas dinámicas que volvieron a oírse en el final.

Lo más logrado de la noche resultó el segundo acto. Fue entonces cuando Trespidi creó coloridos cuadros en los cuales coros y protagonis­tas quedaban estáticos, moviéndose tan solo al momento de sus intervenci­ones, destacando cada uno de los dúos de los protagonis­tas, la impecable labor del Coro de Niños y del Coro Estable y resaltando pasajes tan fugaces como ese en el que Puccini realizó un magistral paralelism­o entre Mimí y una pequeña niña, ambas con sus ilusiones simbolizad­as por objetos: de la cofia a la trompeta y el caballito.

Magnífica, seductora y graciosa fue la Musetta de Jaquelina Livieri, dotada de justo histrionis­mo vocal y una excelente actuación. Fundamenta­l fue asimismo el aporte de Víctor Castells como un muy efectivo bajo buffo en el rol de Alcindoro. Fernando Grassi y Carlos Esquivel cumplieron, sin sobresalir particular­mente, como Schaunard y Colline, respectiva­mente. La dirección de Joseph Colaneri fue precisa, correcta y con una buena elección de tempi, aunque sin lograr transmitir, al frente de la Orquesta Estable, la refinada construcci­ón tímbrica y los dinámicos cambios gestuales de color de Puccini. Sin deslumbrar, por momentos apenas correcta y en otros con gran acierto, transcurri­ó esta Bohème.

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Arnaldo colombarol­i

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