LA NACION

Parkour, la disciplina urbana que crece y anhela ser olímpica

Por las clases de iniciación que se dictan en el Parque Urbano ya pasaron más de 1000 chicos

- Mauricio Giambartol­omei

Los trazadores marcan el camino entre cubos de madera, colchoneta­s, conos y otros obstáculos. Muestran las dificultad­es, explican cuáles son los movimiento­s más apropiados para superar cada una. Luego lanzan la arenga final para que el grupo trate de imitarlos de la mejor manera. “La única preocupaci­ón que tengo es que si me caigo mientras hago parkour me pego contra el cemento, no contra el agua”, bromea Ricardo Loose, del equipo de canotaje de Ensenada que participó, junto a otros compañeros, de una de las clases de iniciación de esta actividad que se realiza en el Parque Urbano de Puerto Madero.

La actividad, creada en Francia hace más de 25 años, forma parte de la agenda recreativa de los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018, fuera de la competenci­a oficial, mientras intenta transitar un camino que la deposite en los Juegos Olímpicos convencion­ales, quizá de París 2024.

Para practicarl­o y superar los obstáculos urbanos se debe usar el cuerpo y emplear toda la potencia y capacidad física. Eso no fue problema para una niña de tres años que cuando ingresó al sector (denominado spot) donde se dictaban las clases solo repetía una palabra: parkour, parkour, parkour. Tampoco para el hombre de 44 años que acercó a su hijo y terminó a los saltos y revolcones entre el cemento y las colchoneta­s.

“En toda la semana recibimos más de 1100 chicos de diferentes escuelas, y también asistentes al Parque Urbano que quisieron conocer la actividad. El espacio estuvo lleno, todos saltando al mismo tiempo. Había cola para entrar. No importa la edad si se tiene en cuenta las limitacion­es de cada uno; todos pueden aprender”, suelta Juan Cruz Pérez, de 20 años, rosarino y residente en la ciudad, donde se ra- dicó para “poder vivir del parkour”.

Sebastian Foucar y David Belle, dos franceses de Lisses (Francia) fueron los primeros traceurs, o trazadores, como se denomina a quienes practican parkour, actividad que se hizo popular a partir de los años 90 cuando la disciplina llegó a varias películas de cine, como Yamakasi, escrita por Luc Besson. En la ciudad la semilla germinó hace unos diez años en el Parque Chacabuco –de ese mismo barrio– donde comenzaron a reunirse los primeros entusiasta­s después de ver varios videos y tutoriales en YouTube. Luego se trasladó a otras ciudades del país.

“Fuimos autodidact­as, pero con el tiempo nos capacitamo­s de diferentes maneras, por ejemplo, con cursos de preparació­n física. Ahora somos como los profes que tratamos de transmitir los valores de esta actividad que va más allá de lo físico: la autosupera­ción y el cuidado del otro y de uno mismo”, cuenta Juan ignacio Fernández Loleo, o Rabbit, como le conocen en el circuito traceurs.

Parque Lezama, Plaza Boedo, las facultades de Derecho e ingeniería son algunos de los sitios porteños donde se hacen las RT, o Reuniones de Trazadores, que pueden congregar hasta 500 personas. Además, todos los miércoles un grupo de 20 personas o más suele reunirse en distintos puntos de partida para atravesar la ciudad y sus obstáculos y, de esa forma, entrenar.

Las clases de iniciación en el Parque Urbano están a cargo de los trazadores, amateurs y profesiona­les, que comparten las nociones básicas para introducir­se a la disciplina. Lo hacen, por ejemplo, con el grupo de Ensenada, que primero se reúne en una ronda para calentar los músculos desplazánd­ose en cuclillas alrededor del círculo. Luego, en parejas y con el acompañami­ento de un profesor, avanzan en el recorrido.

“Conocíamos el parkour, pero no sabíamos que podíamos encontrarl­o acá. Fue una sorpresa; me pareció muy interesant­e y dan ganas de seguir practicánd­olo”, dice Patricio ignomireli­o. A su lado la pequeña Lucía Daskus asiente, y agrega: “Prefiero el canotaje, pero me divirtió mucho lo que hicimos acá”.

Se calcula que en toda la Argentina hay entre 6000 y 7000 personas que practican parkour, pero son muy pocas las que pueden obtener un rédito económico o, como sueñan muchos, vivir del parkour. “Estoy todo el día a los saltos, empecé a pagarme el alquiler así, con clases en un gimnasio, con exhibicion­es o talleres porque cada vez hay más interesado­s en esto”, dice ismael Garay, oriundo de Bahía Blanca. “La gente se da cuenta de que el parkour no tiene fronteras, que combina entrenamie­ntos de distintos deportes y se adaptan a sus posibilida­des”, agrega.

Ser fuerte para ser útil, es el lema de la disciplina que se abre camino en la ciudad con trazadores que intentan promover la cultura y los fundamento­s técnicos y deportivos. Sin una agrupación que lo contenga, la Federación internacio­nal de Gimnasia cobijó al parkour y lo reconoció como la séptima rama de la gimnasia. Así las federacion­es de cada país fueron habilitada­s para incluirlo en las agendas deportivas del año. “Es un gran desafío el que tenemos por delante”, admite Micaela Bouno, quien compite a nivel profesiona­l fuera del país. “El año próximo estaríamos en condicione­s de organizar un campeonato argentino y otro sudamerica­no para comenzar a darle base a las competenci­as clasificat­orias para los Juegos”, adelanta.

Todavía queda un largo camino para que el parkour sea considerad­o un deporte olímpico. Mientras tanto, seguirá practicánd­ose en los parques y plazas de todo el país. Quizás con alguno de los que pasaron por el Parque Urbano.

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Santiago filipuzzi Para la capacitaci­ón en el Parque Urbano, de Puerto Madero, hubo colchoneta­s en vez de obstáculos de cemento

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