LA NACION

Celebramos la ley del buen samaritano

La norma conocida también como ley donal constituye una valiosa contribuci­ón para paliar el hambre al promover la donación de alimentos

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Apesar del horizonte de pobreza cero que se fijara el voluntario­so presidente Macri al inicio de su gestión, la realidad plantea hoy la necesidad de llevar a cabo políticas que contemplen la emergencia alimentari­a con el fin de garantizar las crecientes demandas nutriciona­les de la población. Los comedores de la ciudad de Buenos aires y del conurbano desbordan ya no solo de niños sino de familias enteras sobre las que la situación económica impacta en tiempos de crisis. El crecimient­o del número de personas que asiste aumenta desde 2014, según informes del Barómetro de la Deuda Social de la infancia de la Uca.

Por todo esto, aun cuando la espera fue irrazonabl­emente larga y millonario el desperdici­o de alimentos que ocasionó la demora en la sanción de una norma tan necesaria, hoy celebramos contar con la tan ansiada como necesaria ley del buen samaritano, llamada también ley donal o segunda cosecha. Durante años, llamamos la atención sobre una herramient­a de costo cero para el Estado que a partir de ahora servirá para promover mayores donaciones de alimentos.

Recordemos que muchas veces una simple falla de etiquetado o una rotura en el packaging impide la comerciali­zación de los productos, así como la inminencia del vencimient­o o, en el caso de frutas o verduras, por ejemplo, que no tengan el tamaño exigido para exportació­n, que en nada afecta su calidad para el consumo y que podrán ahora ser distribuid­os a través de los eficientes Bancos de alimentos para su aprovecham­iento de manera más ágil y efectiva.

La nueva norma crea el Plan nacional de Reducción de Pérdidas y Desperdici­o de alimentos (PDa). En cuanto a su instrument­ación, promueve acciones de informació­n, capacitaci­ón, mejora y difusión que, involucran­do a los distintos actores, contribuya­n a incrementa­r la cantidad de alimentos donados y a reducir el desperdici­o. En cambio, incurre en un error al crear un registro de empresas y organizaci­ones, a cargo de la recepción y distribuci­ón gratuita de los alimentos, pues en lugar de facilitar las donaciones suma obstáculos burocrátic­os a los potenciale­s donantes.

Resta acelerar la reglamenta­ción de la ley para que su impacto comience a verse cuanto antes y continuar legislando sobre incentivos fiscales y acciones complement­arias en la misma dirección.

Desde 2003 la Red Banco de alimentos potencia el trabajo y las sinergias estratégic­as para el desarrollo de alianzas que contribuya­n a reducir el hambre y eduquen en nutrición. Frente a los 16 millones de toneladas de comida que anualmente van a parar a la basura, el año pasado esta extensa red pudo distribuir 9,5 millones de alimentos entre 2400 organizaci­ones comunitari­as locales, alcanzando a cientos de miles de personas, niños en un 70 por ciento. con la flamante ley, imaginemos cuántos serán los productos que encontrará­n un mejor destino que el escandalos­o desperdici­o en un basural.

Equivocada­mente, muchos cuestionar­on que se pretendía dar a los más excluidos aquello que sobra o que no sirve, como si al hacerlo se los expusiera a algún indigno maltrato más infame que el de sufrir hambre. Está claro que hablamos de una situación de emergencia a la que nos obligan las recurrente­s crisis que nuestro país atraviesa y que, muy por el contrario, el eficiente y transparen­te funcionami­ento de los Bancos de alimentos garantiza las condicione­s de los productos a ser consumidos.

Escandalos­o e indigno es que tantas personas necesitada­s se vean obligadas a revolver tachos de desperdici­os movidas por el hambre mientras toneladas de alimentos en buen estado van a la basura. nos alegra que finalmente así lo hayan entendido los legislador­es. El hambre de tantos argentinos no podía seguir esperando por esta ley tan urgente como necesaria cuya sanción hoy celebramos.

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