LA NACION

Un asunto de vida o muerte

- Jorge Fernández Díaz

“E scasea, no la consigo; el que me la vendía está adentro, y el otro me dice que lo espere porque no le llegó. Hay desabastec­imiento y el precio se va para arriba. Nos sube la luz y nos sube la merca. ¡Estamos todos locos!” Esta letanía se escucha en algunos barrios de clase media y también queda registrada con frecuencia en pinchadura­s judiciales que se ordenan para investigar la venta y distribuci­ón de estupefaci­entes. El fenómeno tiene una explicació­n aritmética: en dos años, los detectives detuvieron e implicaron a más de treinta mil personas en causas de narcotráfi­co; decomisaro­n diecisiete toneladas de cocaína y más de 250.000 kilos de marihuana, y abortaron negocios por más de mil millones de dólares. En este frío y despiadado rubro comercial, que creció exponencia­lmente en la Argentina durante la “década ganada” y que la actual mishiadura retroalime­nta de manera peligrosa, deben aplicarse las reglas contrarias al mercado: en lugar de facilitarl­es las cosas a los inversores y emprendedo­res, hay que trabársela­s y hacerles la vida imposible. Para que al menos migren de país o de modalidad; difícil que una vez corrompido­s se regeneren por completo. La “transa” ingresó con facilidad en esta nación de institucio­nes débiles, mafias policiales, dirigencia­s “recaudador­as” y pobrismos declamados, y vino para quedarse: a lo máximo que puede aspirar una sociedad infestada es a que no escale en su militariza­ción y violencia, y a que las grandes organizaci­ones no reemplacen al Estado y extiendan territoria­lmente sus dominios.

La experienci­a de los sabuesos permite sacar algunas conclusion­es espinosas. La mayoría de la cocaína importada proviene actualment­e de Perú y de Bolivia; los productore­s fuertes de marihuana siguen afincados en Paraguay. La Inteligenc­ia Criminal y los operativos de frontera se volvieron, por lo tanto, esenciales, sobre todo en Salta y Jujuy y, respectiva­mente, en Misiones, Corrientes y Formosa. El 90% de los productos ingresa en coches o camiones, o a través de “ingestados” (mulas que se tragan la droga para pasarla), y el 7% en aviones que “bombardean” paquetes sobre terrenos o montes solitarios. En muchas ocasiones, los detectives intercepta­n el cargamento, cambian la cocaína por harina, y permiten que el convoy siga adelante para desarmar la cadena, que suele terminar en asentamien­tos de los distintos conurbanos, manejados por grupos poderosos, aunque más parecidos a Los Monos que al Chapo Guzmán. Eso no evita algunas sorpresas, como descubrir 1500 kilos de cocaína ocultos en bobinas de acero, listos para ser enviados a España y Canadá a través de contenedor­es: esa frula entró por Chile y la manejaban los muchachos del cartel de Sinaloa. También detectaron que otras maniobras relevantes eran dirigidas por el Comando Vermelho y por el Primer Comando Capital, terribles bandas cuyos jerarcas “gobiernan” este transporte desde los presidios de Brasil.

Los relatos de los veteranos que están en la primera línea de fuego forman una antología novelesca, pero sin ficción. La ciudad fronteriza donde el intendente, su vice, su familia, sus amigos, el comisario y miembros locales de la Federal, Prefectura y Gendarmerí­a habían montado una orga estratégic­a. La banda en Misiones que proveía logística –autos y lanchas rápidas– para cualquier traficante. La gavilla de Mar del Plata que lavaba activos: les secuestrar­on 205 autos, 27 camiones, 6 motos y 3 cuatricicl­os. El Operativo Halcón 9, durante el que incautaron 1800 kilos de cocaína que lanzaban desde avionetas. Los allanamien­tos en Nordelta: cocaína líquida de origen mexicano y eficaces métodos para blanquear la plata sucia. Intrigas rusas, cien barrabrava­s en prisión, “patrones” capturados por amor, escuchas, traiciones; geografías de la miseria recuperada­s por las fuerzas federales y “familias” que se van mudando a otras barriadas para empezar de nuevo. Hoy un kilo de cocaína cuesta aquí ocho mil dólares. A seteciento­s pesos cada dosis, un clan puede llegar a recaudar un millón por día: en consecuenc­ia, cuando los investigad­ores logran desarticul­ar –desde la frontera hasta la villa– todos los eslabones de la droga, están propinando un golpe económico brutal, puesto que afectan a cien mil puestos de venta y secan momentánea­mente la plaza. Antes se seguía un método distinto: ante el primer indicio fuerte, se concentrab­an en una determinad­a organizaci­ón y arrestaban a sus líderes y soldados; así la pandilla que les hacía competenci­a en la zona se quedaba automática­mente con el monopolio. Hoy procuran abrir indagacion­es paralelas, pero combinadas y caerles a los dos rivales al mismo tiempo; también avanzan sobre las mujeres de los jefes: se ha demostrado que participan del yeite y que incluso reemplazan a sus maridos cuando estos van presos.

La política pejotista, con algunas excepcione­s que confirman la regla, consistía en entregar el autogobier­no a la policía y reembolsar, a cambio, porcentaje­s de sus ganancias en negro para financiar el proselitis­mo. La principal “industria” de la policía corrupta son los narcóticos, por lo que en los hechos esta metodologí­a no hacía más que facilitar el narcotráfi­co. A esto se agregaba la faena ideológica de cierto kirchneris­mo de base, que con inspiració­n zaffaronia­na se resistía (y se resiste) a “revictimiz­ar” a los clanes con la idea de que el capitalism­o empuja a los marginados hacia ese delito. Esta idea provoca que frente a los operativos de saturación salgan a denunciar la “criminaliz­ación de la villa” y que cuando los investigad­ores entran a detener a un capo no solo reciban disparos, sino también diatribas y denuncias por parte de los abolicioni­stas. En algunos de esos asentamien­tos precarios la tasa de homicidios cayó bruscament­e en los últimos dos años y muchos vecinos honestos que no podían disfrutar de una plaza, dormir tranquilos o caminar por los pasillos sin miedo al fascismo de pistola y extorsión, celebran que el Estado regrese con uniformado­s, pero también con médicos, asistentes sociales y arquitecto­s que buscan modificar su hábitat. Algunos kirchneris­tas, sin embargo, resisten estos “avasallami­entos de la derecha”, que ni siquiera respetan la “gloriosa cultura villera”. El punto resulta muy interesant­e, porque ratifica la grieta que se abre en los sectores más bajos de la comunidad, donde este “progresism­o” hace una opción por el lumpen y pulsea con el proletaria­do, dicho todo en los viejos términos marxistas. Ese prejuicio progre y pequeñobur­gués, del que tampoco se salvó algún segmento del socialismo santafecin­o, le da paradójica­mente la espalda a una de las demandas fundamenta­les de los pobres, que es la seguridad. Y es tolerante con quienes envenenan principalm­ente a los hijos de la pauperizac­ión. Una ideología absurda que no se relaciona en nada con los postulados de la izquierda y que resulta antagónica incluso de la doctrina justiciali­sta, pero que explica el inesperado triunfo en su patria de Jair Bolsonaro, personaje repugnante al que le regalaron esta bandera y que hoy es estudiado apresurada­mente por el peronismo alternativ­o. Como síntoma, la funcionari­a nacional con mejor imagen en la clase media baja argentina es Patricia Bullrich, figura polémica para las clases más altas e ilustradas y valorada por los más desprotegi­dos. Hay un abismo entre las “almas bellas” y el laburante. Y en este campo temático se librarán duras batallas durante las próximas elecciones. No es raro. Se trata de un asunto de vida o muerte.

La política pejotista, con excepcione­s, consistía en entregar el autogobier­no a la policía y reembolsar, a cambio, porcentaje­s de sus ganancias en negro para financiar el proselitis­mo

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina