LA NACION

Leyes difíciles de aplicar en el país

La suspensión del pago extra del gas revela los límites políticos para aplicar reglas previsible­s en simultáneo con el ajuste macroeconó­mico

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

la suspensión del pago extra del gas revela los límites políticos para aplicar reglas previsible­s junto con el ajuste macroeconó­mico, dice Néstor Scibona.

Las buenas intencione­s oficiales de convertir a la Argentina en un país serio suelen inmolarse en el altar de la realidad. con institucio­nes tan maltrechas como la macroecono­mía y el recalentam­iento de las internas políticas a medida en que se acercan las elecciones, el camino para establecer reglas previsible­s se hace mucho más largo y tortuoso. Máxime en pleno ajuste forzado de los déficits en las cuentas fiscales y externas para acceder al financiami­ento del FMI, tras la fuerte escalada del 100% en el dólar y una inflación que apunta al 45% anual para 2018.

como ya había ocurrido en 2016 y a comienzos de este año, las tarifas de energía volvieron a convertirs­e en el talón de Aquiles para el gobierno de Mauricio Macri. la diferencia es que esta vez la devaluació­n duplicó a la de fin de 2015 y agravó las distorsion­es en el sector, con costos dolarizado­s y precios facturados en pesos, además de invertir la curva descendent­e del gasto público en subsidios.

con la marcha atrás en la decisión de prorratear en 24 cuotas extra el traslado de la suba del dólar a los precios del gas natural, la casa rosada evitó que el congreso derogara la controvert­ida resolución 20 de la Secretaría de Energía que iba a aplicarse a partir de enero. Y, por lo tanto, que se reeditara la situación de hace seis meses, cuando Macri debió vetar la insólita ley del PJ que anulaba todos los aumentos tarifarios de entonces desentendi­éndose de su costo fiscal.

Sin embargo, la urgente rectificac­ión oficial no evita el costo político de otro caso de mala praxis en este terreno extremadam­ente sensible y en el momento menos oportuno: entre el valle de la recesión, el pico más alto de inflación mensual y de mayor deterioro del salario real. Por un lado, convalida las críticas de la oposición y del propio oficialism­o a la medida, de la que unos y otros se enteraron tras su publicació­n en el Boletín Oficial. Por otro, despliega un nuevo abanico de interrogan­tes en vísperas de la crucial negociació­n del presupuest­o 2019 con déficit cero.

Al haber dispuesto que el Tesoro Nacional se hará cargo de la diferencia cambiaria en los precios del gas, abre la puerta a futuros pedidos de subsidios o aumentos de deuda incompatib­les con el programa acordado con el FMI. Esa compensaci­ón con bonos de deuda (y un año de gracia) por unos $20.000 millones, resulta poco relevante dentro de las cifras que mueve el sector energético; pero sí lo es en términos del ajuste fiscal comprometi­do con el organismo. Además, que en el ínterin el Estado eleve el subsidio implica que el costo recaerá sobre toda la población, incluso entre quienes no tienen acceso a las redes de gas natural.

El secretario de Energía, Javier Iguacel, quedó descolocad­o y en el ojo de la tormenta. No sólo como solitario firmante de la resolución 20, sino por sus “horrores” en materia de comunicaci­ón. Que, en definitiva, revelaron increíbles errores de cálculo político para un funcionari­o que presume ser la contracara del riguroso perfil técnico de su antecesor en el cargo, Juan José Aranguren.

Una medida de esos alcances, que afectaba a casi 7 millones de usuarios de gas, debió haber sido explicada con lujo de detalles antes y no después de haber sido dictada. Más aún porque se basaba en el artículo de una ley sancionada en 1992 y olvidada por no pocos especialis­tas. cuando cristina Kirchner tuiteó el viernes 5 que promovería en el congreso la derogación de la resolución publicada ese mismo día, el gobierno ya había perdido el primer set por 0-6 en términos políticos. Para empeorar el cuadro, el funcionari­o replicó por radio que las quejas por Twitter provenían de militantes kirchneris­tas. A esta altura ya debería entender que las facturas de gas y electricid­ad -incluso por su formato y envío postal-, son asociadas con impuestos por buena parte de la sociedad. Y que prácticame­nte nadie sabía que aquella ley (24.076) establecía que si el precio de compra del gas por parte de las distribuid­oras (que representa el 50% de la factura) difería en más o en menos de 20%, la diferencia debía trasladars­e al período siguiente de facturació­n aun cuando el anterior hubiera sido abonado.

En su también solitaria conferenci­a de prensa del último lunes, Iguacel defendió que la brecha del período abril-septiembre de este año iba a ser prorratead­a en 24 cuotas adicionale­s en vez de 6, para atenuar su impacto sobre los consumidor­es residencia­les. Pero subestimó que la deuda diaria acumulada por las distribuid­oras con las compañías productora­s de gas (que facturan con plazo de pago a 60 días) iba a ser sometida a una doble actualizac­ión: al 31 de diciembre de 2018 por la tasa activa del Banco Nación; y a partir del 1º de enero cada cuota mensual de amortizaci­ón por la tasa pasiva de plazo fijo del BNA, que actualment­e ronda el 45% anual. Al menos en este caso, hubiera sido más lógico un ajuste por el coeficient­e de variación salarial o bien incorporar un componente de subsidio en la tasa.

Probableme­nte el hiperactiv­o funcionari­o le haya asignado más importanci­a a que un mes atrás suspendió el sendero ascendente de precios en dólares para el gas que había heredado de Aranguren y lo redujo en 25% (de US$5,20 a 3,9 por millón de BTU, la unidad de medida) para el ajuste de tarifas de octubre; que a su vez limitó al 30% para el transporte y distribuci­ón, pese al mayor aumento del índice de precios mayoristas. No obstante, omitió que en el semestre previo el dólar había trepado nada menos que 88% (de $20 a $37,89) y que con el pago retroactiv­o esa ventaja quedaba diluida. Moraleja: con alta volatilida­d cambiaria resulta mucho más difícil manejar los precios en dólares del gas natural, pese a que en promedio son más bajos que los de importació­n. Otro tanto ocurre con las naftas y el gasoil que, además, sufren ahora el alza internacio­nal del petróleo Brent. Para los consumidor­es con pesos devaluados en 50% en términos de dólar, el problema es obviamente mucho más agudo.

Este error no forzado fue, indirectam­ente, consecuenc­ia de otro similar. Hace apenas 10 meses, Macri había derogado la ley de Emergencia Pública (más conocida como emergencia económica), que estuvo en vigencia 16 años y dio pie al fenomenal atraso tarifario de la era K. El propósito fue restablece­r la seguridad jurídica en los contratos de concesión de servicios públicos privatizad­os por ley en los’90 y reestatiza­dos de hecho (bajo gestión privada) en la década siguiente. Pero algo no salió bien, como dirían las notas del periodista carlos Manzoni en lN Digital.

las leyes que quedaron suspendida­s por la lEP estaban concebidas para el contexto de estabilida­d cambiaria que aportaba la convertibi­lidad del 1 a 1 y su correlato de baja inflación, hasta el estruendos­o estallido de fin de 2001 con default de deuda incluido. De ahí que pocos recordaran la cláusula que habilitaba los reajustes de precios del gas por diferencia­s de cambio en las tarifas de las distribuid­oras y que -según el Ministerio de Hacienda- será modificada, probableme­nte a través de un artículo para ser incorporad­o en el presupuest­o 2019.

En el mismo proyecto también está incluida la deuda por US$1700 millones con las petroleras por el Plan Gas (que puso en marcha cFK y Macri mantuvo hasta fin de 2017), a la que se sumará una parte de los casi US$300 millones que ahora dejan de recibir los productore­s y recuperarí­an en 30 cuotas a partir de octubre de 2019. Para Fernando Navajas, economista jefe de Fiel, sería más productivo transforma­rla en un instrument­o a 5 ó 10 años de plazo que las compañías podrían deducir de la carga impositiva en nuevos proyectos de inversión en hidrocarbu­ros.

Al fin y al cabo, la obsesión que comparten Macri e Iguacel es duplicar en cinco años la producción no convencion­al de gas y petróleo en Vaca Muerta para convertirl­a en un polo exportador capaz de generar US$ 15.000 millones anuales. Para eso hace falta casi duplicar las actuales inversione­s (a US$ 8000 millones), sin contar la indispensa­ble ampliación de infraestuc­tura. Y que la macroecono­mía en algún momento comience a estabiliza­rse y jugar a favor.

Como en 2016, las tarifas volvieron a convertirs­e en el talón de Aquiles para el gobierno de Macri

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