LA NACION

El encanto por la marca “olímpico” superó todo

- Claudio Cerviño

Era imposible imaginar semejante explosión olímpica en Buenos Aires 2018. Primero, porque son chicos los que compiten. Quizá figuras del mañana, sí, pero chicos al fin. Segundo porque si bien en la Argentina existe un conocimien­to del deporte en general, no abundan las disciplina­s masivas. Tercero porque no necesariam­ente lo que es gratis resulta sinónimo de convocator­ia: durante el año se desarrolla­n numerosos torneos de distintos deportes sin entradas pagas y solo concurren familiares y amigos.

La ceremonia de apertura fue el indicio de que los Juegos Olímpicos de la Juventud podían funcionar en la comunión con la gente. Y el primer domingo también. Igualmente, dominaba cierto escepticis­mo: “En días laborables no va a ir nadie”, apuntaban los agoreros. Falsa presunción: el interés no decayó. ¿Hubo chicos de escuela? Muchos. Cultura que se practica en diversos eventos de mayor convocator­ia (hasta aquí). Pero también asistieron muchísimos mayores que hace rato largo terminaron el secundario.

La marca “olímpico” pegó fuerte en el público argentino. También deportes con modificaci­ones sustancial­es impactaron: ¡qué mejor muestra que el beach handball, furor en cada jornada! O el más conocido básquet 3x3. Y el hockey 5. ¿Cuánta gente va al Buenos Aires Lawn Tennis a ver un interclube­s? Facundo Díaz Acosta ganó su medalla plateada con la cancha central colmada casi como en los tiempos de Guillermo Vilas o la Copa Davis.

Ala vez, estos Juegos cambiaron la ecuación psicológic­a de chicos acostumbra­dos a competir casi en soledad: quien más, quien menos, todos se sintieron en el escenario de sus sueños y como si fuesen ya olímpicos mayores. Y tomaron nota de loquees sobre llevarlas presionesq­ue se desprenden desde las expectativ­as populares.

Los 600.000 brazaletes parecían un chiste. Se quedaron cortos. La pasión fue más fuerte.

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