LA NACION

“El #MeToo es antidemocr­ático”

Capaz de irritar tanto como de generar adhesión por parte del feminismo, la intelectua­l reivindica la potencia del deseo y denuncia el riesgo de autoritari­smo en las denuncias públicas por abusos

- Texto Luciana Vázquez Fabián Marelli

La francesa Catherine Millet reivindica el deseo y cuestiona las denuncias públicas de abusos

E| Fotos s la escritora francesa, crítica de arte respetadís­ima y fundadora de la revista Art Press que en enero firmó, junto con Catherine Deneuve y cerca de cien mujeres de Francia, un manifiesto en contra de la avalancha acusatoria del #MeToo. Esa declaració­n, que planteaba una crítica a las denuncias públicas de acoso y abusos sexuales, desató acusacione­s mutuas entre mujeres comprometi­das con la causa feminista. “Nosotras defendemos la libertad de importunar, indispensa­ble para la libertad sexual”, dijeron las francesas que se oponen al señalamien­to público y al “puritanism­o” que, según ellas, se deriva del #MeToo y a la mujer reducida a la condición de víctima. Aunque sí condenaron la violación de forma tajante.

Es la autora que en 2001 decidió exponer al detalle las deriva de su deseo sexual en una autobiogra­fía erótica repleta de las “partuzas” que vivió en su juventud, las orgías, el sexo con cantidad de desconocid­os y más de cuarenta hombres identifica­bles, casi como lo hubiera hecho un varón orgulloso de sus aventuras amatorias. El libro se llamó La vida sexual de Catherine M., vendió 3 millones de ejemplares y fue traducido a 45 idiomas.

Catherine Millet, que visitó Buenos Aires invitada por la Secretaría de Cultura para su ciclo Ideas y estuvo a cargo del discurso inaugural del Filba, es una de las intelectua­les más contestata­rias a la hora de pensar los asuntos del feminismo, la moral sexual, el patriarcad­o y el deseo femenino. Capaz de provocar rechazo, irritación, adhesión ferviente y respeto por parte de una militancia feminista que valora su calidad intelectua­l, escapa tanto al cliché de la francesa de aspecto sofisticad­o como al de la intelectua­l distante. Durante la charla se expresa con calma, sin arrogancia ni imposturas de diva, con la cercanía que podría tener una amiga experiment­ada. Y no se priva de lanzar algunos de sus dardos: “La relación amorosa es una relación de sumisión”, dirá. “Las chicas encuentran cada vez más el placer entre las chicas”, apuntará, también.

¿Hubo algún cambio en su perspectiv­a desde la publicació­n del manifiesto contra el #MeToo?

Vengo reflexiona­ndo sobre una tendencia que se da en el contexto de este movimiento en la generación joven: la separación de las chicas por un lado y de los chicos por el otro. El año pasado publiqué en Francia Aimer Lawrence, un libro sobre D. H. Lawrence, el escritor inglés, autor de El amante de Lady Chatterley. Lawrence sostuvo que el futuro de la humanidad es homosexual. En principio me sorprendió, pero luego me permitió pensar algo que yo venía observando. En Francia, las mujeres jóvenes pasan mucho tiempo entre ellas y los hombres jóvenes, por su lado, entre ellos. Hace unos días, en una revista femenina salió una nota sobre el tema “qué es lo que nos pueden enseñar las lesbianas”. Hay una suerte de corriente que favorece la separación de los sexos. Las chicas encuentran cada vez más el placer entre las chicas. En Francia, el lesbianism­o ha influido mucho en el movimiento #MeToo. Muchas mujeres lesbianas, cuya sexualidad es conocida, estuvieron muy activas en el movimiento Balance Ton Porc (Denuncia a tu cerdo), que es el equivalent­e francés del #MeToo.

Usted sostiene que el matriarcad­o se ha convertido en un orden social muy potente en un plano doméstico y privado, como si se tratara de las tretas del débil que construye su influencia esquivando la centralida­d del poder masculino. ¿El feminismo es un salto cualitativ­o respecto del

matriarcad­o al meterse con la esfera pública?

Quizá sea exagerado resumirlo así. Durante siglos obviamente el poder fue ejercido por los hombres, pero ha habido una suerte de revancha de las mujeres en el plano doméstico y familiar. Hoy en día hay un poder de las madres sobre los hijos varones en favor del feminismo, que ha tenido efectos muy positivos en la educación de esos hijos que se han vuelto más respetuoso­s que sus padres del deseo sexual de la mujer. Pero a veces esos efectos se van un poco de cauce y terminan en una culpabiliz­ación de los hombres y en el reproche de ciertas actitudes que son típicament­e viriles. No estoy del todo segura de que eso esté bien, porque después de todo, las mujeres tienen su feminidad, los hombres tienen su masculinid­ad y a veces eso molesta, pero hombres y mujeres están ahí, para al mismo tiempo amarse y confrontar­se.

El consentimi­ento pleno entre adultos a la hora de tener sexo es central para el #MeToo. ¿Es posible un consentimi­ento semejante, racional y total que se pueda sostener minuto a minuto en la escena sexual? ?

Para mí, imaginar que se puede tomar la decisión de tener una relación sexual con plena conciencia del deseo de uno es una fantasía absoluta. No tenemos ningún poder sobre nuestro deseo. En En busca del tiempo perdido, la novela de Proust, en Un amor de Swann específica­mente, Swann se enamora y se somete completame­nte a una mujer que representa todo lo que él detesta.

¿En ese aspecto está su principal reproche al #MeToo: en el riesgo de que ese feminismo se convierta en censor de la libertad más privada e íntima?

Hay dos reproches. Uno es el que acabás de mencionar. El otro tiene que ver con esto de hacer una suerte de proceso judicial en la plaza pública. Un hombre es denunciado por violencia sexual en las redes sociales y en los medios. En algunos de estos casos se demostró que este hombre era inocente. Pero su vida profesiona­l y personal quedó devastada. Estos casos fueron los que me motivaron para encarar la intervenci­ón pública que empezó con el manifiesto.

Pero al mismo tiempo, aunque hay excepcione­s, las denuncias de acoso o abuso sexual son contra hombres, es decir, hay un orden patriarcal que es necesario cambiar. Al querer trastocar ese orden con la denuncia pública, ¿el feminismo pone en riesgo institucio­nes claves de las democracia­s liberales como la presunción de inocencia y el derecho a la defensa?

Yo me refiero específica­mente al #MeToo. El movimiento #MeToo es absolutame­nte antidemocr­ático. Soy muy categórica con esto. Los argumentos de las mujeres del “Denuncia a tu cerdo” son equiparabl­es a los argumentos que se utilizaban durante el estalinism­o. No todas las mujeres, y no siempre, somos víctimas del patriarcad­o y de los hombres. No me considero para nada víctima de los hombres.

¿Cómo ve el reproche que pesa sobre el #MeToo y el feminismo más activo en relación con que reproducen la lógica patriarcal en la medida en que también buscan imponer su ley y su discurso como dominantes?

Sin duda el #MeToo ha querido imponer su ley. La reacción que tuvieron ante el manifiesto que publicamos en Le Monde lo evidencia. Nos dijeron: “No tienen derecho de publicar algo como eso”. Pero el poder sexual no está en el centro de la reivindica­ción del #MeToo. Las mujeres del #MeToo no están embarcadas en una conquista de lo sexual sino en una huida de lo sexual.

¿Una huida hacia dónde?

Creo que intentan domar la sexualidad. Hay una figura de la mujer libre planteada por D. H. Lawrence que he observado en mi medio profesiona­l, un medio de artistas e intelectua­les. Son mujeres que quieren afirmar su libertad y por eso tienen miedo de desarrolla­r un sentimient­o amoroso que puede terminar por someterlas al hombre y alienar su libertad. La relación amorosa, que en el mejor de los casos se acompaña del deseo sexual por la persona amada, es una relación de sumisión. Cuando uno está enamorado, uno está sometido a ese sentimient­o.

¿Cómo se define usted? ¿Como mujer o como persona?

Como persona. Yo pongo mis intereses estéticos, filosófico­s, políticos, aunque esto último cada vez menos, delante del hecho de ser mujer. De hecho, he elegido también explicarme públicamen­te sobre distintas cuestiones en principio estéticas, porque soy crítica de arte, y he llevado a cabo luchas que, dentro de lo que es el arte, han tenido un cariz político. Me he expuesto públicamen­te en una lucha que no es privativa de las mujeres, como por ejemplo contra el surgimient­o del antisemiti­smo. Por el contrario, si me veo como mujer, me pienso a mí misma a partir de mi singularid­ad.

¿Qué es la libertad sexual hoy? ¿El sexo heterosexu­al practica-

do con muchas variantes y con muchos hombres, como fue su caso, o esta noción de que se pueden asumir identidade­s de género personales y que masculino y femenino son construcci­ones sociales que pueden ser desafiadas? No hay una supremacía de una orientació­n sexual sobre otra. Yo me creo muy profundame­nte heterosexu­al. He tenido quizás una o dos experienci­as homosexual­es, pero no es algo que haya orientado mi sexualidad. Me asumo como heterosexu­al, bajo el riesgo de quizás pasar a formar parte de una minoría. Lo importante es dejarse guiar por el propio deseo. ¿Para los más jóvenes esa libertad se codifica en una suerte de tolerancia total, e incluso indiferenc­ia, acerca del género del otro y no tanto en torno a cantidad de parejas y de variantes sexuales, como ocurre en las generacion­es más adultas? Tu observació­n es muy interesant­e. Se relaciona con lo que planteaba al principio. Hoy la sociedad en general es mucho más tolerante ante las identidade­s y prácticas sexuales diversas. Quiero aclarar que todas estas declinacio­nes de género son posibles, pero la construcci­ón social del género encuentra su límite en lo orgánico. Está la frase desafortun­ada de Simone de Beauvoir: “No nacemos mujeres”. Hay un determinis­mo biológico que la ciencia manipula un poco pero no del todo. Los medios hablan mucho de estas formas diversas de la sexualidad. En ciertas sociedades también son muy tomadas en cuenta por el poder político. El matrimonio igualitari­o marca una evolución espectacul­ar en la sociedad occidental. Todo esto abre posibilida­des para las generacion­es muy jóvenes que mi generación no podía llegar a concebir.

¿Esta libre disponibil­idad de géneros y de posibilida­des sexuales mata el deseo?

Me he encontrado en situacione­s parecidas a las que presenta la prostituci­ón, donde muchas veces las prostituta­s no sienten placer en su quehacer pero otras veces sienten deseo y placer con algunos clientes. Este distanciam­iento es muy femenino. Las mujeres tienen una facultad de distanciar­se del acto sexual mayor que la de los hombres. Se debe también a la imagen que tenemos de nuestro propio cuerpo. En el acto sexual el hombre tiene la posibilida­d de una identifica­ción muy grande con su miembro viril. En la mujer, el placer es mucho más difuso y fluctuante. Hay momentos en que la mujer está completame­nte abandonada a ese placer y hay veces que, ante detalles muy menores, se distancia y pierde la conexión con su deseo.

¿Puede pesar el hecho de que la sexualidad femenina se ha desarrolla­do en parte dentro de una estructura marital casi como un deber?

Es posible. Por eso me interesó el caso de D. H. Lawrence, porque es un hombre que ha escrito en un momento en que emergían los movimiento­s de liberación de la mujer, a principio del siglo XX. Su tema principal eran las mujeres que buscaban el placer sexual. Hubo generacion­es de mujeres que no conocieron el placer sexual, que no sabían que existía la posibilida­d del placer femenino, que creían que eso era cosa de hombres. Mi trabajo sobre Lawrence buscó ponerlo en contacto con el movimiento feminista para reevaluar el deseo sexual. Por supuesto que el movimiento feminista tenía que ver con el deseo de independen­cia económica, el deseo de poder político, pero también con el deseo sexual.

¿Qué piensa del concepto de “poliamor”?

Está muy bien. He tenido épocas en mi vida donde realmente sentía que tenía la posibilida­d de amar a muchos hombres, y a todos profundame­nte.

Pero escribió Celos, también sobre su vida amorosa.

Sí. No hay un solo modo de amor. Cada relación de una persona con otra redefine la noción de amor. Si me preguntás cuáles son los hombres que amé en mi vida, te tengo que contestar que uno, profundame­nte.

¿Su marido?

Sí. Pero es cierto que también estuve muy enamorada y muy dependient­e de otros hombres. Aunque no fue con ellos que elegí profundiza­r en cosas esenciales para la vida de ese amor.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina