Reloj, no marques las horas...
¿C ómo hacer de una disciplina que involucra altas dosis de matemática algo comprensible y aun ameno para el neófito? El físico francés olivier Marchon tiene la fórmula: su librito 30 de febrero (Godot) transforma la medición del tiempo –tema predestinado a la aridez para quien se lleve mal con los números– en una sabrosa travesía. Es posible que al autor lo asista en la tarea su peculiar formación. a la física sumó el cine: fue director y además realizador televisivo. Y en 2003 filmó su primer documental, sobre el viaje que hizo en bote desde Tahití hasta Ushuaia. lo que Marchon se propone en
30 de febrero, con ánimo didáctico y bastante humor, es desandar la historia de una relación compleja: la del hombre con el tiempo, en sus esforzados intentos por medirlo de la manera más precisa que fuera posible, ya que medirlo implica dominarlo, o al menos la ilusión de hacerlo (en verdad, el más modesto espejismo de creer que no nos domina a nosotros). así se entiende la búsqueda del calendario ideal que ordene la vida de los pueblos. porque el tiempo, nos recuerda el autor, es “un objeto político: hay que ocuparlo, poseerlo, para controlar mejor los espíritus”. Julio césar y Gregorio Xiii fueron sin dudas los más exitosos en esa ardua conquista, aunque robespierre y Stalin también tuvieron su cuarto de hora.
Marchon procede por acumulación de anécdotas para seguir el hilo de una serie de cambios (podríamos llamarla evolución) en el modo en que los investigadores han tratado de cuantificar el tiempo, alejándose progresivamente de la observación de los astros para acercarse cada vez más a la abstracción de los números, materializada en la técnica de la relojería y luego en la informática. no se trata, nos advierte, de una historia completa. porque sería imposible y porque ha preferido concentrarse en ese occidente triunfante “en imponer al mundo su manera de medir los años, los días y las horas”.
Entre las curiosidades que Marchon rescata se puede encontrar el año más largo de la historia (46 a.c., que duró quince meses), un repaso por las “eras” que se usaron antes de la adopción generalizada de la era cristiana, o los diferentes “estilos” para decidir en qué momento terminaba un año y comenzaba otro.
no se puede olvidar la bella respuesta de San agustín al interrogante sobre la naturaleza del tiempo (“Si nadie me lo pregunta, lo sé; si alguien me plantea la pregunta y quiero explicarlo, ya no lo sé”), pero Marchon elige complementarla con otra, del astrónomo camille Flammarion: “El tiempo es el elemento más misterioso, el más difícil de concebir para el espíritu humano. Es imposible dar una definición de él. Es el reloj marchando en soledad”.