LA NACION

De Vido, la Biblia y el calefón

- Texto Martín Rodríguez Yebra

No hace mucho a Cristina Kirchner, acorralada por el escándalo de los cuadernos, le aconsejaro­n una “solución bíblica”. Debía recordar el Sermón de la Montaña: “Si tu mano derecha te es ocasión de pecar, córtala y échala de ti; porque es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno”.

La traducción prosaica ala política argentinai­mplica admitir que figuras importante­s de su círculo de poder incurriero­n en el pecado de la corrupción, despojarse de ellos y resguardar el capital político que conserva. Ella ni lo consideró. Aunque las sospechas y las pruebas vayan afianzando el techo a sus aspiracion­es presidenci­ales, prefiere el papel de víctima. Se queja en privado de que si pecó fue por moderada, por no haber sido más radical en su vocación por controlar a los jueces que hoy la investigan, a los políticos peronistas que le huyen, a los medios que destapan miserias de su larga aventura en el gobierno.

Fue un alivio para Julio Miguel De Vido, hoy lo más parecido a esa mano que Cristina podría cortar para tomar distancia del festival de coimas expuesto en las escrituras profanas del remisero Oscar Centeno. Encarcelad­o desde hace un año, De Vido pasó de la paranoia a la fe. Ya no despotrica contra la Jefa como hacía meses atrás, cuando se veía abandonado a su suerte y sospechaba que iban a convertirl­o en chivo expiatorio. Se siente arropado por los propios, que en los mensajes que le hacen llegar a la prisión le dicen que es un mártir y le dan esperanzas en lo que vendrá.

Ese espíritu movió el alegato del exsu- perministr­o al cerrar el juicio por la tragedia de Once. Se declaró un perseguido de Mauricio Macri y recurrió a la Biblia para describir sus penurias. No dudó en compararse con Jesús, cuando mencionó a Judas Iscariote como “el primer arrepentid­o de la historia”, en una agria alusión a los empresario­s y exfunciona­rios que pasaron de alabarlo a delatarlo.

Por más místico que se muestre, De Vido –como Cristina– cree en una resurrecci­ón que es terrenal. Puede verse como un Cristo, pero no se imagina esperando siglos a que se forme un culto que reivindiqu­e su legado. Sueña –sueñan– con una elección ganada que archive expediente­s y sentencias, acaso por decisión de los mismos que hoy se dedican a redactarlo­s.

Tiene motivos para el consuelo. El kirchneris­mo, con todas sus complicaci­ones, se sostiene como la alternativ­a opositora más firme. El tormento de Cambiemos le resulta alentador. ¿Qué pensará cuando la crisis del Gobierno se agrava por las subas de tarifas del gas, justo él, artífice de la bomba de subsidios que Macri intenta desactivar? A De Vido la Biblia le da ánimos, pero también el calefón. Es cierto que la Justicia acaba de condenarlo a 5 años y 8 meses de cárcel por administra­ción fraudulent­a en el caso de Once y lo tiene como acusado en otras once causas. Pero nada es irreversib­le en la justicia humana y sobre todo si además de humana es argentina. De Vido –que alguna vez fue intocable para jueces y fiscales– lo sabe.

A su adorado Jesús, en cambio, lo mandaron a la cruz sin posibilida­d de juicio. Algo evoluciona­mos en estos 2000 años.

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