Sarmiento en un retrato reflexivo
Edgardo Nieva*
Siempre celebramos un hecho teatral. Siempre resulta una ceremonia estar en un escenario, pero también lo es el ser parte simplemente como espectador. Ir una noche de sábado al Teatro del Artefacto es encontrarse con la casa de Domingo Faustino Sarmiento.
Allí, poco mobiliario y muchos libros desparramados nos proponen una puesta en escena, siempre medida y acertada del gran maestro de actores y director Raúl Serrano. Un hombre civilizado y bárbaro nos lleva a otro tiempo, con juegos del presente y del pasado, en la vida del maestro sanjuanino en el cual nos muestra un abanico de contradicciones. El elenco encabezado por Mario Moscoso, en la piel del prócer, nos muestra un trabajo digno y homogéneo capaz de captar la mirada atenta de cada espectador.
La puesta se desarrolla en la casa de Domingo Faustino Sarmiento. Un sillón, un escritorio, un banco de escuela y libros esparcidos por todas partes junto a escritos del gran maestro sanjuanino. Buceando en los conflictos escénicos, los objetos y los elementos de escenografía se vuelven multifuncionales ante un personaje (Sarmiento) que no sabe si está vivo o muerto. Se rompe la cuarta pared y aparece un actor personificando a la “posteridad”. No es una cronología histórica de Sarmiento sino una reflexión sobre sus contradicciones “civilización y barbarie”. Siempre es una fiesta encontrar obras que nos dejan pensando. Esta vez se la agradecemos a su autor, uno de los pocos próceres teatrales que nos quedan. ¡Gracias, Raúl Serrano!