LA NACION

Recuerdos de Malvinas, 36 años después

Estaban sepultados junto a los cuerpos de los soldados en Darwin; hace poco fueron devueltos a sus familiares; las historias detrás de las pertenenci­as

- Daniel Santa Cruz

“Cuando nos informaron que mi hermano Eduardo era uno de los soldados identifica­dos, también nos dijeron que en un cuarto contiguo estaban sus pertenenci­as”, recuerda María Fernanda Araujo. Ella y su madre, María del Carmen Penón (foto), lograron recuperar una Biblia rota, una estampita y el carnet de conducir, que estaban sepultados junto al cuerpo de Eduardo, en Malvinas. Objetos como esos fueron claves, junto con los estudios de ADN, para identifica­r a los 121 cuerpos que permanecía­n como NN en el cementerio de Darwin.

Cartas, anillos, medallas, rosarios, estampitas religiosas, un carnet de conducir y hasta la factura de un colegio. Son solo algunos de los objetos encontrado­s junto a los cuerpos de los soldados argentinos caídos durante la Guerra de Malvinas y sepultados en el cementerio de Darwin, que recienteme­nte fueron identifica­dos.

“La mayoría de los cuerpos no tenían medallas identifica­torias, por lo que separamos los objetos personales que podían ser utilizados en un futuro para reconocer esos cuerpos. Pero nunca pensamos que esto llevaría 36 años”, relata resignado Geoffrey Cardozo, el militar británico que sepultó e identificó a más de la mitad de los cuerpos en Darwin en febrero de 1983.

“En algunos casos, no descubrí documentos que pudieran haberme ayudado a identifica­r al hombre. Estos documentos usualmente estaban muy bien escondidos en sus cuerpos, por ejemplo, en sus botas, medias, etcétera, porque estaban dispuestos a preservarl­os ellos mismos”, detalla el coronel.

“La mayoría de los efectos encontrado­s en los cuerpos eran de origen militar: fósforos, lapiceras, dulces y pañuelos”, se relata textual en el “Informe Cardozo”, considerad­o por el Equipo de Antropolog­ía Forense, que realizó la identifica­ción de los cuerpos, “tan importante como un cruce de ADN”.

Todos estos objetos recuperado­s están siendo entregados a sus familiares. Cada reencuentr­o con ellos revive las distintas historias que cada uno de ellos encierra.

“Fue muy emocionant­e y conmovedor poder entregarle­s a las sobrinas del capitán Márquez el anillo de bodas que llevaba puesto cuando fue enterrado, con el nombre de su esposa, Estela. Ellas se mostraron muy agradecida­s por el trabajo serio y constante que venimos haciendo hace mucho tiempo”, señala el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Claudio Avruj. Y aclara: “Nada de esto hubiera sido posible sin la dedicación y la responsabi­lidad de Geoffrey Cardozo en la tarea de preservaci­ón de los objetos personales de los soldados enterrados en el cementerio de Darwin”.

habló con los familiares la nacion de los soldados caídos para reconstrui­r las historias de esos objetos encontrado­s.

Una factura de una escuela

Eduardo Araujo se incorporó al Regimiento de Infantería Mecanizado N° 7 de La Plata. Fue transporta­do a las islas Malvinas, en pleno conflicto, el martes 13 de abril de 1982. Murió el 11 de junio, a los 19 años, en la batalla de monte Longdon.

Junto a la identifica­ción del cuerpo de Araujo, su familia recibió las pertenenci­as que estuvieron 36 años sepultadas al lado de su cuerpo: una Biblia rota, una estampita de la Virgen de la Merced, una libreta del Ejército, una pulsera, el carnet de conductor y una factura de un colegio privado.

Su hermana María Fernanda recuerda ese momento: “Creía que los restos de mi hermano no estaban en Darwin. Me habían dicho que una bomba cayó en el pozo donde estaba y que era imposible identifica­r su cuerpo. Pero cuando nos informaron que Eduardo era uno de los soldados identifica­dos también me comentaron que, en un cuarto contiguo, estaban sus pertenenci­as”, relata emocionada. Y agrega: “Entré a ese cuarto y vi la cara de Eduardo en una foto en su carnet de conducir, que estaba en mejor estado que el mío. Y además había una factura de su escuela que había pagado. Como se llevó varias materias estaba intentando terminar la secundaria. Ahí miré a mis hijos, Agustín y Sol, y les dije: ‘¡Este era el tío! ¿Qué tenía que hacer en una guerra con una factura de un colegio?’ Y nos reímos mucho. Eduardo nos hacía reír siempre, así que era como estar con él”.

Para María Fernanda, 10 años menor que Eduardo, su hermano era su ídolo, su héroe, la persona que la hacía correr a la puerta cuando llegaba, porque era todo alegría. “Esa tarde miré hacia arriba, como cuando hablaba con él. Luego vi el cielo y tuve ganas de correr como lo hacía cuando Eduardo llegaba a casa. Me sentí chica de nuevo y supe que ese era un regalo que él me envió por todo ese amor que me hizo sentir”.

Un pañuelo bordado

Gabino Ruiz Díaz era conocido como “Cambacito” en Colonia La Elisa, San Roque, su pueblo natal. Tenía siete hermanos cuando partió como soldado del Regimiento N° 12 de Mercedes a participar de la guerra del Atlántico Sur. Murió el 29 de mayo de 1982 en la brutal batalla de Ganso Verde, luego de enfrentars­e durante tres días con el Segundo Batallón de Paracaidis­tas Británico.

Junto a la identifica­ción del cuerpo, su madre, Elma Pelozo, recibió las pertenenci­as que permanecie­ron sepultadas en Malvinas todos estos años: un reloj y un pañuelo bordado.

“El pañuelo seguro debió regalársel­o alguna chica y él lo llevó a Malvinas. El reloj lo recuerdo perfectame­nte. Era suyo”, cuenta conmovida Pelozo. En un principio creyó que el pañuelo era un regalo de su abuela, pero luego supo que lo había recibido de parte “de alguna noviecita que tenía en el pueblo”. Y agrega: “El reloj me dio mucha impresión. Recuerdo que lo tenía puesto el día que pasó a despedirse de todos, montado a caballo. Me emocioné al poder recuperarl­o”.

Un anillo de boda

“Es el final de 36 años de un duelo interminab­le”. Así define Lorna Márquez lo que significó la identifica­ción del cuerpo de su tío, el teniente primero Rubén Eduardo Márquez, muerto en la isla Soledad el 30 de mayo de 1982 en Bluff Cove Peak, al oeste del monte Kent, cuando enfrentó junto al sargento Oscar Blas –también muerto en esa acción– una patrulla del SAS Británico.

Márquez es emblemátic­o. Resultó ser el cuerpo identifica­do número 100 de los 121 soldados sepultados en Darwin bajo la leyenda “Soldado argentino solo reconocido por Dios”.

Su sobrina recibió en estos días un anillo, que resultó ser la alianza de matrimonio de Márquez, que se había casado unos meses antes de la guerra. “Fue muy fuerte reencontra­rnos con el anillo de matrimonio de mi tío”, relata Lorna. Y agrega: “La alianza tiene grabada la fecha de casamiento y el nombre de quien fue su esposa. Tiene un valor fundamenta­l para la familia, ya que es el único recuerdo suyo que tenemos desde que partió a Malvinas”.

Un rosario blanco

Cuando la noche del 13 de abril de 1982, Marcelo Daniel Massad partió a Malvinas, sus padres, Dalal y Said, lo despidiero­n a los apurones en el Regimiento N° 7 de La Plata. Dalal alcanzó a colgar en el cuello de su hijo un rosario blanco para que lo acompañara a la distancia. En las islas, Marcelo entrelazó al rosario blanco otro de color marrón para unirlos al rezar.

El 11 de junio de 1982, cayó abatido en la batalla de monte Longdon, y fue uno de los soldados argentinos identifica­dos en este proceso.

“El rosario blanco, que le coloqué en el cuello a Daniel para que lo acompañara, terminó siendo la confirmaci­ón de su muerte”, explica Dalal. Y completa: “Una vez finalizada la guerra, con su papá no sabíamos dónde más buscar noticias sobre su paradero. Nadie nos decía nada. Pero apenas nos informaron en el regimiento sobre su situación, Jorge Suárez, un compañero del ejército, nos trajo ese rosario blanco, ahora entrelazad­o con uno marrón, que aún estaba manchado con su sangre”, recuerda con tristeza.

“Fue el único objeto de nuestro hijo que recuperamo­s, además de unas cartas que nos envió desde Malvinas. Ahora el rosario está en una muestra itinerante en su honor, pero ya pedí tenerlo de vuelta en casa, porque verlo y tocarlo nos acerca a él”, explica. Esta historia conmovió tanto al cantante Alberto Cortez, que escribió y dedicó una canción en su memoria.

Un anillo de plata

El 1º de abril de 1982, junto al grueso de la unidad, José Ortega partió de Río Gallegos hacia Malvinas. Pasó primero por Comodoro Rivadavia y luego por Puerto Belgrano, donde se embarcó en el rompehielo­s Almirante Irízar para llegar, finalmente, en helicópter­o a Puerto Argentino. Ortega murió en un enfrentami­ento en Pradera del Ganso el 28 de mayo.

Este año se concretó la identifica­ción final de su cuerpo. Junto a esa informació­n, su madre, Sonia Cárcamo de Ortega, recibió un anillo de plata que llevaba su hijo. El objeto fue fundamenta­l para la tarea de reconocimi­ento de su cuerpo, pero además tiene una historia especial para la familia.

“José estaba de novio, y como se hacía en ese entonces, decidió compromete­rse. En lugar de usar una media medalla, ellos eligieron anillos de compromiso”, cuenta Sonia. “Ese anillo tiene la fecha y el nombre de su prometida. Lo conservo porque me recuerda su integridad”, relata orgullosa su madre, que además atesora seis cartas que José envió desde las islas. “Nos mandaba una por semana”, cuenta.

Y explica el valor de conservar el anillo. “Su novia estaba embarazada cuando José partió a Malvinas. En agosto de 1982 nacen mis nietas, las mellizas Melisa y Noelia, que José nunca conoció. ¡Cómo no voy a atesorarlo!”.

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Hernán zenteno
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Vera rosemberg Dalal y Said Massad, los padres de Marcelo Daniel, con el rosario que pertenecía a su hijo

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