Erudito, poeta y pornógrafo
¿Quién fue Rudolf Borchardt? nadie lo supo muy bien entonces, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, ni nadie lo sabe ahora, ya entrado el siglo XXI. ¿vale la pena saberlo? Sí, evidentemente. Borchardt, que como Kant había nacido en Königsberg, vivió entre 1877 y 1945. Que su muerte coincidiera con el derrumbe de la Alemania nazi (y con ella, de la Alemania en general) resulta bastante significativo.
Borchardt, que escribió poesía, ensayo y novela, creció intelectualmente a la sombra de Stefan George –la mayor fuerza y la última de la poesía alemana– y de Hugo von Hofmannsthal. Borchardt fue el más secreto de los tres, pero algo los unía: Italia. Claro que con algunas diferencias: la Italia de George era Roma; la de Hofmannsthal, venecia, y la de Borchardt, la Toscana, y antes de 1905 ya vivía ahí, donde tradujo la Divina Comedia, de dante. Quien se tome el trabajo de leerla, se dará cuenta de que es una traducción restauracionista, pero no solamente de los versos de dante, sino también de la propia lengua alemana. las traducciones también modifican la lengua a la que son vertidas. Para él, Italia era todavía un secreto que Alemania no había terminado de descubrir. En su libro Villa, de 1907, explicó sin rodeos: “la Italia de nuestros abuelos, desde que los trenes la han abierto al tráfico, se convirtió, como todo el mundo sabe, en uno de los países más desconocidos de Europa”.
Para Borchardt, la poesía fue siempre un enigma, un enigma que creía equivocadamente propio del poema y ausente de otras artes, y él mismo es un enigma para nosotros. Tradujo del griego a Píndaro y propició el redescubrimiento de virgilio. Creía que la Eneida era el Antiguo Testamento de todo Occidente, del mismo modo que Platón era el Antiguo Testamento del Oriente helénico. los dos, cada uno a su modo, anunciaban el Evangelio.
Para muchos lectores en castellano, Borchardt es conocido por su libro El jardinero apasionado, que tiene una de las ideas e imágenes más perfectas que puedan imaginarse: “El mundo en su conjunto ya no es más que un lugar salvaje; aquello que no es el mundo no puede ser otra cosa que jardín”.
¿Pero por qué ocuparse de Borchardt ahora? Por una razón muy simple: Alemania y el mundo vuelven a descubrirlo, y no precisamente por su latinismo ni por su posición de intelectual fin de siècle. no. la noticia es la aparición de Weltpuff Berlin, una novela vagamente autobiográfica que cuenta las aventuras sexuales de un filólogo de 24 años (¿él mismo? Tarde para saberlo). En verdad, una novela pornográfica.
Es insólito que tan tardíamente apareciera un inédito de semejante importancia, que en la edición alemana tiene casi 1100 páginas. no pude leerlas todas, y acaso nunca lo haga, porque me interesa más el Borchardt latinista que el Borchardt pornógrafo. Sin embargo, esas dos instancias no son tan fáciles de separar. En realidad, son complementarias. Tanto en el círculo del poeta George como en la Roma antigua, e incluso en el Trecento toscano y en la poesía provenzal que Borchardt tanto admiraba, había un fondo tremendamente sexual, disolvente.
Resulta particularmente conmovedor el interés exacerbado de Borchardt por las infinitas posibilidades del beso: besar murmurando, recibir besos de una prostituta, besar labios pintados, creer que se posee una boca por morderla.
nos dice: “Cada mujer besa de una manera diferente, del mismo modo en que se ríe de manera diferente”. Presumo que Borchardt aprendió eso más del arte que de la vida.
Como dijo uno de sus admiradores, el crítico Ernst Robert Curtius, “la tradición solo se hace viva cuando nos es transmitida por una persona a la que quisiéramos parecernos”. Este es uno de esos casos.
Alemania y el mundo vuelven a descubrir a Borchardt no por sus saberes, sino por una novela sexual