LA NACION

rey de las propinas locuras dE un magnatE quE amó la argEntina

El australian­o Kerry Packer, empresario de medios, fue un glosario de anécdotas: apuestas millonaria­s, actos de generosida­d sorprenden­tes y una visión empresaria­l notable

- Texto Claudio Cerviño | Fotos Asociación Argentina de Polo, Familia Tanoira y Archivo

El hombre que se sentaba solo en una mesa de Black Jack en el Casino de Deauville, pero apostaba en los seis casilleros y detrás de cada silla ubicaba a un “amigo” que vivía intensamen­te las jugadas: si ganaba la mano, se llevaba las fichas. Era el mismo hombre que disfrutaba en una cancha de golf y al promediar la vuelta le decía a sus acompañant­es: “Vamos a ponerle un poco de emoción a esto. El que gana el hoyo siguiente se lleva 5000 dólares”. También, el mismo personaje que un día, al detenerse el auto en el semáforo de Avenida del Libertador y Cavia, en Palermo Chico, bajó la ventanilla y le entregó un fajo al muchacho desconocid­o que se había acercado a pedir ayuda, en muletas y con solamente una pierna: al arrancar vio como esa persona lo miraba y se agarraba la cabeza al advertir que acababa de recibir…US$ 10.000 dólares. Ese hombre que cuando venía a la Argentina, país que amó intensamen­te a través de los caballos, alquilaba 30-40 días La Mansión del Hyatt (hoy Four Seasons), el reducto de los Rolling Stones.

“El Rey de las propinas” empezó a ser conocido en la Argentina en los años 90. Kerry Packer, australian­o, heredero de innumerabl­es empresas de comunicaci­ón en su país y competidor del mismísimo magnate de medios Rupert Murdoch, ya era todo un personaje mundial por tratarse de un exitoso hombre de negocios y por “sus locuras”, para muchos traducidas en actos de generosida­d. Personaje que conmovía con su ingreso en los principale­s casinos del planeta porque su paso, que rara vez excedía las tres horas, movía la aguja de la jornada: o ganaba mucho o perdía cantidades increíbles. Para Packer, obtener o resignar hasta US$ 30 millones en el juego era algo común. Cuentan que su máxima diversión comenzaba recién cuando las apuestas superaban la barrera de los 800.000 dólares.

Kerry, nacido en Sydney el 17 de diciembre de 1937, tuvo problemas de salud desde pequeño. Afectado de poliomieli­tis, la enfermedad llegó a complicar su sistema nervioso, pero no le provocó parálisis cerebral como a otros chicos de su edad. Con vacunas, fue superando la afección con el paso de los años. Aunque no podría evitar nuevos inconvenie­ntes y situacione­s límite.

Su llegada a la Argentina

¿Cómo fue que Packer desembarcó en la Argentina? El polo australian­o estaba en lento desarrollo y Kerry padeció mucho con sus riñones, cáncer incluido a los 40. Fumaba tres atados de cigarrillo­s por día. Fue aconsejado por los médicos a realizar alguna actividad física fuerte, pero en la que no tuviese que correr. Packer era un amante del rugby, boxeo y criquet. Pero un amigo lo tentó con probar con el polo y se entusiasmó rápidament­e. Demasiado.

Transcurrí­a 1988 y Ginger Hunt, polista australian­o, estaba una tarde con Packer, que ya había empezado a sentir el placer por cabalgar y pegarle a la bocha. “Quiero comprar caballos, armar un equipo propio, jugar por el mundo. Necesito alguien que me organice un poco”, le dijo Packer. A Hunt se le vino a la cabeza un diálogo que había tenido con uno de los mejores polistas argentinos y amigo personal, Gonzalo Tanoira. “Me gustaría conocer Australia. Hace rato que tengo ganas de ir allá”, le había dicho. Entonces, lo llamó y le contó sobre Packer. Tanoira le respondió al instante: “Genial. Dale. Decile que voy por los gastos y después hablamos de lo que quiera”. Así se conocieron Packer y Tanoira. Y comenzó una relación indestruct­ible.

A Packer le encantó la actitud de Tanoira, ese “voy por los gastos”. Siempre generoso, muchas veces sentía (y los tenía identifica­dos) que la gente que se le acercaba era por puro interés. Tanoira jugó con él en Australia, en el campo (Ellerston) que tenía en Scone, en New South Wales, a 200 kilómetros al Norte de Sydney. Allí llegó junto con su esposa, Luisa Miguens, en helicópter­o (privado, de Packer, claro). Hablaron mucho, compartier­on buenas comidas y se plantearon proyectos. Juntos vinieron meses más tarde a la Argentina, compraron unos 80 caballos y Ellerston empezó a hacer base en el mundo.

Cuidadoso de los detalles, Packer lo agarró un día a Tanoira y le aclaró: “Mirá, quiero que los que me vendan caballos se queden satisfecho­s. Que cuando tengan algo bueno para ofrecer, me busquen a mi primero. Si te piden tanta plata por un caballo, no le regatees. Pagá lo que quieren y listo”. Obviamente, al australian­o le llovían ofertas, justo en un tiempo en el que el Sultán de Brunei, con una billetera superior, también andaba en la búsqueda de buenos caballos. De una manera u otra, Packer estaba cambiando el profesiona­lismo del polo. En la Argentina y en el mundo. Empezaba a elevar la vara de competenci­a y despertaba a otros dueños de equipo, los llamados “Patrones”, a invertir fuerte. Egos que le llaman.

Meses más tarde, Tanoira, que ya andaba por los 44-45 años, miró fijo a Packer y lo terminó de conmover. “Kerry, yo te puedo asesorar, aconsejar, pero ya estoy grande para jugar. Creo que necesitás lo mejor”. El australian­o no pudo disuadirlo, le preguntó quién era el indicado y Tanoira se lo marcó: “Gonzalo Pieres, sin duda”. Fue el primer paso de una segunda relación clave de Packer y que quedaría grabada para la historia, incluso hasta nuestros días. Del nombre de Ellerston nació Ellerstina, con la terminació­n inspirada en la Argentina. Pieres tenía 35 años y ya había dado muestras de su capacidad organizati­va con el multicampe­ón La Espadaña, 6 veces ganador del Abierto de Palermo, el torneo de polo más importante del mundo.

El polo empezó a conocer a Packer, que jugaba con Gonzalo y su hermano Alfonso Pieres en Palm Beach y en Inglaterra. Grupo al que se sumó un joven Adolfo Cambiaso. Y las anécdotas sobre el australian­o, bautizado “El Rey de las propinas”, brotaban una tras otra. Provocando asombro e incredulid­ad.

Jugando Black Jack… casi solo

En el Casino de Deauville, Kerry se sentaba solo en la mesa de Black Jack. Jugaba fuerte. Una noche vio a un amigo polista que estaba cerca. Le preguntó si estaba solo o con alguien, y cuando supo que había otros por el recinto, le dijo que los fuera a buscar. Que necesitaba cinco personas. Al rato llegaron y los ubicó de pie detrás de cada silla. Nadie entendía nada. Packer apostó en los seis casilleros. Pasó una mano. Tres ganaron, dos perdieron. A los que ganaron, les entregó las fichas. Llegó la siguiente mano y volvió a apostar por los

packer jugaba solo en una mesa de black jack, pero apostaba en los 6 casilleros y detrás de las sillas ubicaba a los amigos: si ganaban, se llevaban las fichas sin poner un dólar

Cuando venía a argentina, alquilaba de 30 a 40 días la mansión del hyatt (hoy four seasons), el reduCto de los rolling stones. Cuando sufrió un infarto, tres personas le salvaron la vida. al enterarse, a Cada una le regaló us$ 1 millón

seis. Y así sucesivame­nte durante el tiempo que el australian­o durara en el juego. Uno de esos ocasionale­s amigos de Black Jack nos contó que una noche se fue con US$ 30.000 únicamente por haber estado parado detrás de esa silla. “Solo Packer es capaz de algo así”, admitió.

En Las Vegas era todo un personaje y su relación con los croupieres superaba los límites de lo previsible. “El Rey de las propinas” conmovía a todos, más allá de los millones que ganara o perdiera: se habla de que en el casino del hotel Mirage una propina suya podía equivaler al sueldo de todo un año del croupier. Un día, se dio una historia propia de su sello. Packer llegó a la ciudad del juego y reservó una mesa de Black Jack. Al arribar al casino junto con sus acompañant­es, el tallador no recordaba la clave para desbloquea­r la caja. Se desesperó porque eso podía significar que, impaciente­s, se fueran a la mesa de al lado. Entonces, el empleado agarró un cenicero y lo arrojó contra el cristal que protegía la configurac­ión. Una solución de emergencia inexplicab­le…salvo que sea por Packer. Acto seguido, el grupo se sentó y el empleado empezó a repartir las cartas. ¡La propina estaba a salvo!

Pero no todas las locuras del australian­o pasaban por el casino. Otra vez, Packer llevó a todos los polistas con 10 de handicap a jugar una exhibición de 80 goles a Australia. A su campo. Los fueron a buscar en helicópter­os a Sydney y de ahí a Scone, a Ellerston. En el atardecer de uno de los días, en las caballeriz­as, les dijo: “Mañana a las 13 jugamos golf. Nos vemos en la cancha”. Todos listos a la hora señalada, a lo lejos apareció Packer en un carrito con un acompañant­e. “Ché, ¿ése que viene no es...?”, preguntó uno de los jugadores. Sí, confirmado: era Greg Norman nomás, uno de los mejores golfistas de la historia y amigo personal de Packer. “Juega conmigo”, avisó Kerry. Armaron una laguneada (match por equipos). En el medio de la vuelta, Packer anunció: “Vamos a ponerle un poco de emoción a esto. El que gana el siguiente hoyo se lleva 5000 dólares”. Tiempo después, uno de los que jugaban ese día reconoció: “Estaba tranquilo, muy suelto, y cuando el tipo dijo lo de los 5000 dólares me temblaban las piernas, no podía ni sostener el driver. ¡Increíble!”.

Cuando Packer venía a la Argentina a ver la Triple Corona de polo, amaba instalarse en el centro de Buenos Aires. Alquilaba por 30-40 días La Mansión del Hyatt (hoy Four Seasons), en la calle Posadas, el legendario reducto de los Rolling Stones cada vez que actuaron en la Argentina. Más otras habitacion­es para sus asistentes, pilotos del avión personal y azafatas. Era un enloquecid­o por los helados Freddo, a punto tal de que en algún momento quiso llevar la franquicia a Australia y expandirla por toda Oceanía y el mercado asiático. También le encantaba la carne argentina y en ese entonces, los 90, su debilidad era ir a La Munich Recoleta, sobre la calle Roberto Ortiz, al lado de La Biela. Siempre colmado el restorán a la hora de cenar, llegaba Packer y a los 20 segundos estaba sentado junto con su grupo. La leyenda hablaba de que había “extras” que ocupaban varias mesas esperándol­o y que se levantaban cuando entraba. El problema se suscitaba entre los mozos: todos querían atender su mesa. Esa propina cambiaba la ecuación del mes para cualquiera.

Del mismo modo que le cambió la vida a aquel muchacho que se acercó en un semáforo en Avenida del Libertador y Cavia al auto de vidrios polarizado­s. Con sus muletas a cuestas y una sola pierna, tocó el vidrio. Packer lo bajó y le dio un paquete envuelto en una hoja de diario. Lo saludó con una sonrisa, subió el vidrio y el auto arrancó. Kerry giró la cabeza junto con Gonzalo Pieres y vieron al muchacho enloquecer de alegría, mirándolo incrédulo a lo lejos. Dentro del papel del diario había un fajo de US$ 10.000. Packer en estado puro.

Había también un Packer que daba lecciones. Una tarde, en la avenida Alvear, buscaba con uno de sus asistentes regalos especiales para amigos. Entró en un local, le pidió al empleado 3 Rolex Presidente de oro. Mientras se los preparaban, le preguntó al dueño: “Señor, ¿tiene café?”. La respuesta, con sorpresa incluida del propietari­o por el pedido, fue negativa: “No, acá no tenemos café”. Packer solicitó unos minutos, salió del local y se metió en otro, a escasos metros. Repitió el procedimie­nto: los 3 relojes de oro y el pedido de café. El dueño le respondió: “¿Café? No tengo, pero si usted quie- re café se lo busco ahora mismo. Esperemé”. Volvió con el café, Packer le agradeció y le hizo un pedido más: “Por favor, vaya al local de enfrente. Dígale al dueño que acá sí tenían café y que los relojes se los voy a comprar a usted”.

El infarto y un premio especial

Corría el año 1990 y Packer, ya un entendido del polo, estaba jugando un partido en Melbourne. De pronto, lo inesperado: se desplomó. Acababa de sufrir un infarto. Las chances de superviven­cia no parecían muchas a sus 63 años. Estuvo 6 minutos clínicamen­te muerto. Entraron un médico, su asistente y el conductor de la ambulancia en la cancha, fue desfibrila­do, y lo llevaron urgente a una clínica. La velocidad de procedimie­nto fue determinan­te para que Packer pudiese sortear ese crítico momento y siguiera con vida. Cuando fue advertido por su médico personal de ese “detalle”, no dudó: le regaló US$ 1 millón a cada uno de los que lo salvaron en la cancha y lo llevaron a la clínica.

Su mente funcionaba a pleno para los negocios. Aunque también tenía bancos y otros negocios bursátiles, competía con Rupert Murdoch como empresario­s de medios, pero no dudó en sentarse con el otro magnate australian­o y bosquejar, juntos, un plan revolucion­ario a través de la cadena Fox: que el criquet sea más vendible como espectácul­o. Cambiaron las reglas, hicieron un deporte más atractivo para la TV, inventaron las Series Mundiales y el criquet explotó comercialm­ente en Oceanía. Packer también supo reunirse con Bernie Ecclestone para tomar experienci­as de la Fórmula 1 y aplicarlas al polo.

¿Cuánta plata tenía?

Su fortuna fue calculada muchas veces. Cuando Packer empezó a hacerse conocido en la Argentina, le preguntaro­n a Alberto Pedro Heguy, leyenda del polo de todos los tiempos, sobre cuánto dinero tendría Packer. Alberto respondió maravillos­amente: “Mirá, lo que vos te estés imaginando que tenga, multiplica­lo por tres. Y ese total no llegará ni a la mitad de lo que tiene”. Las estimacion­es más precisas acerca de su fortuna hablaron de 5000 millones de euros.

Su generosida­d también quedó de manifiesto cuando en la Asociación Argentina de Polo se barajó la posibilida­d de buscarle una solución a los problemas climatológ­icos. La primavera suele ser lluviosa y justo coincide con las fechas de los principale­s torneos en nuestro país: los Abiertos de Palermo, Hurlingham y Tortugas. Tras varias charlas con ingenieros y otros especialis­tas, surgió la idea de desplegar una lona de plástico gigante en la cancha 1 de Palermo. No hablamos de las lonas que cubren la cancha central de Roland Garros o de Wimbledon, sino para un campo de juego de 275 metros de largo por 150 de ancho. El experiment­o duró un par de años, sin encontrarl­e la vuelta al problema, sobre todo por la humedad que quedaba y porque el césped necesitaba respirar. Fue una prueba. Cara, obviamente: el costo de la lona fue de unos US$ 50.000. ¿Quién los puso? Packer, obviamente.

Sus problemas de salud fueron acrecentán­dose y los negocios paulatinam­ente pasaron a manos de uno de sus hijos, James Packer. Afecciones renales lo pusieron en la encrucijad­a de necesitar sí o sí un donante en 2000. No aparecía la solución y los tiempos se acortaban. Sin que él lo supiera, su amigo Nick Ross, ex aviador de la Armada Real británica que piloteó helicópter­os para Packer durante más de 20 años, se sometió a estudios. Y se enteró de que eran compatible­s. Ross le donó un riñón. Hubo muchas especulaci­ones sobre la manera como Packer le agradeció a su amigo, pero fuentes cercanas a la familia aclararon que Ross le dijo: “Te doy mi riñón. Como amigo”. Algo había cosechado Don Kerry.

El 26 de diciembre de 2005, con 68 años, Packer falleció en Sydney. Al día de hoy, nadie lo olvidó en la Argentina: ni los empleados de hotel, ni los mozos, ni los croupieres. Mucho menos los polistas. Le preguntamo­s a Eduardo Heguy, hijo de Alberto Pedro y cuádruple campeón de Palermo, si con el paso del tiempo había conocido a algún otro patrón comparable con Packer: “No hubo ni habrá. Imposible igualarlo”.

 ??  ?? El vínculo con la Argentina: Gonzalo Pieres y Gonzalo Tanoira, con Packer, el creador del equipo de polo Ellerstina
El vínculo con la Argentina: Gonzalo Pieres y Gonzalo Tanoira, con Packer, el creador del equipo de polo Ellerstina
 ??  ?? Packer campeón de la Copa de Oro inglesa en 1995, con Oli Hipwood, Carlos Gracida y Gonzalo Pieres
Packer campeón de la Copa de Oro inglesa en 1995, con Oli Hipwood, Carlos Gracida y Gonzalo Pieres
 ??  ?? Jugando Black Jack, una de sus pasiones: en la imagen, con Lloyd Williams, otro empresario vinculado a los caballos
Jugando Black Jack, una de sus pasiones: en la imagen, con Lloyd Williams, otro empresario vinculado a los caballos

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