¿La alegría es brasileña o la tristeza no tiene fin?
Dicen que la alegría es brasileña. Pero Tom Jobim inmortalizó los versos que afirman que “la tristeza no tiene fin/la felicidad, sí”. Difícil pensar que alguna vez antes de esta semana haya cobrado más sentido este contrasentido popular. Pocas veces asomó tan agrietado políticamente un pueblo idealizado sin grandes grietas políticas.
Casi nadie ve el triunfo de Jair Bolsonaro como un milagro glorioso, a pesar de que su segundo nombre sea Mesías. Antes parece un castigo y nada divino. Aunque muchos electores lo vieran como la penitencia perfecta para los muchos “pecados” de políticos y empresarios de Brasil.
Difícil será determinar la ecuanimidad de la sentencia. La Justicia acaba de terminar en el banquillo, desde que Sergio Moro decidió pasar de magistrado heroico a imputado de parcialidad política. Y ha instalado una pregunta inapelable. ¿Llega a ministro por haber puesto presos a adversarios políticos de su nuevo jefe o los puso presos para llegar a ser ministro? Demasiados dilemas existenciales (y terrenales). Las ilusiones tienen fin. La incertidumbre, no.