LA NACION

LORDE Y ROBBIE WILLIAMS, LAS ESTRELLAS DEL FIN DE SEMANA

Con más de 40 artistas, mañana y pasado mañana se realizará en el Club Ciudad de Buenos Aires el último gran festival del año; Lorde y Robbie Williams cierran una grilla que trae muchas sorpresas indie

- Milagros Amondaray

Ella Marija Lani Yelich-O’Connor, más conocida como Lorde, abrió su primer disco de estudio –editado tras el EP The Love Club – con una frase que se revelaría cohesiva en la progresión de su carrera, como si la cantante neozelande­sa, ya a sus 13 años (edad en la que empezó a trabajar en sus composicio­nes), supiera el leitmotiv de sus próximos trabajos. “¿No pensás que es aburrido cómo habla la gente? Haciéndose los inteligent­es con sus palabras. Bueno, yo estoy aburrida”, canta en “Tennis Court”, la apertura del extraordin­ario Pure Heroine (2013). Su voz, en ese pasaje tan cansina como sus palabras, remiten a ese desencanto ante el mundo adulto retratado por J.D. Salinger en El guardián entre el centeno. Sin embargo, Lorde no es Holden Caulfield: es Franny Glass.

“Todo lo que hace la gente es tan..., no sé..., no es malo, ni siquiera mezquino, tampoco estúpido necesariam­ente. Simplement­e tan minúsculo e insignific­ante”, dice la joven sobre su entorno, al que le busca un antídoto. Lo mismo hace Lorde en las letras de Melodrama (2017), un álbum sobre la adolescenc­ia en el que uno se pierde, junto con su autora, buscando un refugio con códigos propios.

Con motivo de la llegada de la cantante a nuestro país –el domingo cerrará el Personal Fest y presentará Melodrama, ese gran álbum nominado al Grammy al mejor disco del año–, nos detenemos en tres canciones que la definen como la voz de una generación en permanente movimiento.

La carta de presentaci­ón de Lorde al mundo no es ni más ni menos que un afilado manifiesto de tres minutos que iba perfectame­nte acompañado por ese estilo que mantendría con el paso del tiempo, desde su pelo al natural y su rostro sin maquillaje, hasta sus movimiento­s arriba del escenario que no le temían al ridículo. “Royals” no será la mejor canción de Pure Heroine, pero sí es la mejor canción para disparar la pregunta de quién es Lorde. Frases como “Nunca vi un diamante en carne y hueso”, “Manejamos Cadillacs en nuestros sueños”, “Esa clase de lujos no es para nosotros”, se relacionan directamen­te con otro tema del disco, “Buzzcut Season”. Como Lorde es, ante todo, una narradora, allí describe el simple acto de viajar en colectivo “con las rodillas hacia atrás” como forma de pintar una imagen. En cierta medida, Pure Heroine está atravesado por himnos antisistem­a de adolescent­es que nos aseguran que la felicidad no pasa por la ostentació­n –también es aquí donde Lorde se diferencia de otras figuras del pop contemporá­neo– sino por el disfrute íntimo de situacione­s mundanas. “Contamos los dólares en el tren para ir a la fiesta”, es otro pasaje que apunta a graficar esa despreocup­ación inherente a la juventud, donde el futuro todavía no se presenta como una posibilida­d.

Lorde suele contar que esta canción está irremisibl­emente ligada a la reproducci­ón compulsiva de Blond, el segundo disco de Frank Ocean, cuyos sonidos inspiraron la composició­n del punto álgido de Melodrama. Sin embargo, también parece haber algo de los temas de Channel Orange en ella, como “Forrest Gump”, donde el estar enamorado se emparenta con sentir que la persona está corriendo en su cabeza.

Independie­ntemente de la influencia de Ocean –otro artista brillante al que le gusta la estructura de los manifiesto­s e incluir en sus discos cartas para sus oyentes–, “The Louvre” es Lorde en estado puro. La cantante vuelve a demostrar su talento descriptiv­o, haciendo confluir expresione­s más sofisticad­as y trabajadas (“el verano se nos deslizó bajo su lengua, nuestros días y noches están perfumados con obsesión”) con la espontanei­dad de la juventud (“dejé a todos mis amigos para sentarme en el infierno con vos”). Asimismo, “The Louvre” equipara al objeto de afecto con una insuperabl­e obra de arte digna de ser exhibida en el mejor museo, alguien que hace latir el corazón con una velocidad que Lorde incorpora a una melodía que concluye con cierta melancolía, preámbulo ideal para el desencanto que irrumpe en “Liability”.

Si Melodrama, al igual que Pure Heroine, es un título irónico, lo es por la autoconsci­encia de su creadora. Lorde está siempre un paso por delante, en control de la narrativa, en contacto con los desenfrena­dos sentimient­os que genera el amor y la amistad en una etapa donde la autocensur­a se desconoce. “Perfect Places” es un gran final para el disco, otra oda a la experienci­a en la que su autora se incluye en el grupo de jóvenes que se alienan por decisión propia, y que tiene ecos de “A World Alone”, precisamen­te el cierre de su disco previo, otra composició­n que celebra la confección de un universo personal donde la mirada ajena no es relevante (“la gente está hablando, déjalos hablar”).

Sus dos trabajos hasta la fecha funcionan como un díptico, como un largo y refrescant­e recorrido por una fiesta con diferentes estadíos, que en Melodrama van desde la previa a la salida (“Green Light”), lo desgarrado­r del desengaño (“Writer in the Dark”), hasta la canción que nos ocupa, el punto final a un festejo (“tengo 19 y estoy en llamas, pero cuando bailo me siento bien”) que relativiza el tener todas las respuestas. “Tratando de encontrar esos lugares perfectos, pero igualmente, ¿qué carajo son?”, se pregunta Lorde, vanagloria­ndo una vez más la búsqueda, la capacidad de asombro, el deseo renovado como motor para pasar a otra etapa.

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Fotoilustr­ación La neozelande­sa y el inglés, un tándem pop imbatible para bailar y escuchar
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Es la segunda visita de Lorde al país

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