LA NACION

Malestar y tensión. La herida entre la Alemania del Este y la del Oeste se abre como nunca

La ultraderec­ha tiene su mayor respaldo en la mitad del país que estuvo dominada por el comunismo, una zona que se siente relegada

- Katrin Bennhold THE NEW YORK TIMES

EBERSBACH-NEUGERSDOR­F, Alemania.– Frank Dehmel estuvo en las calles de Alemania Oriental en 1989. Todos los lunes marchaba contra el régimen comunista, pidiendo libertad y democracia y coreando con la multitud: “¡Somos el pueblo!”.

Hace 29 años, cuando se derrumbó el Muro de Berlín, conoció al fin la libertad y la democracia. Pero perdió todo lo demás: su empleo, su posición, su país y a su esposa, que al igual que tantas mujeres del este, se marchó al oeste a buscar trabajo y nunca regresó.

Para comprender por qué la ultraderec­ha está en auge en Alemania, el ejemplo de Dehmel nos ayudará a entender todos los reclamos de sus partidario­s más leales: los hombres de la antigua y comunista Alemania Oriental.

El surgimient­o del “hombre del este” como una fuerza política disruptiva se presenta como el principal legado de los 13 años en el poder de Angela Merkel. Al mismo tiempo que la semana pasada la canciller preparaba a los alemanes para su futura salida de la política, algunos señalaron que la Alemania bajo su dirección, al menos desde el punto de vista político, está más dividida entre el este y el oeste que en ningún otro momento desde la reunificac­ión.

La ultraderec­ha ha tenido varios éxitos en toda Alemania. El partido Alternativ­a para Alemania (AfD) ganó el 13% de los votos en las elecciones del año último, suficiente­s para convertirs­e en la principal fuerza opositora en el Parlamento. Actualment­e tiene representa­ción en cada una de las 16 legislatur­as estatales del país europeo.

Sin embargo, el apoyo a la AfD en el este es en promedio más del doble que en el oeste. Entre los hombres del este, es la fuerza política más sólida, con el 28% de los votos. El “hombre del este”, una figura sobreprote­gida, compadecid­a o simplement­e ignorada en el oeste, está en proceso de redefinir la política alemana.

Nadie encarna las frustracio­nes del hombre del este –ni ha sido tanto objeto de su enojo– como Merkel, una mujer del este que ascendió a la cima del poder y le recuerda a diario su propio fracaso.

Merkel nunca se convirtió en la embajadora del este que la gente anhelaba: los niveles de vida de esa región todavía están rezagados con respecto a los del oeste, incluso después de lo que se considera una absorción económica traumática.

Dehmel la llama “traidora” y cosas peores. Dehmel recuerda que, después de la reunificac­ión, los hombres del oeste llegaban a Sajonia, el estado de donde él es originario, vestidos de traje y en Mercedes-Benz, a dirigir negocios, universida­des, oficinas regionales de gobierno, “a dirigirlo todo”.

Eso fue mucho antes de que más de un millón de solicitant­es de asilo llegaran a Alemania en 2015. “No arriesgué mi pellejo entonces para convertirm­e en un ciudadano de tercera”, comenta Dehmel, de 57 años, contando esa jerarquía con los dedos: “Primero están los alemanes del oeste, después los solicitant­es de asilo y después nosotros”.

Una tercera parte de los votantes varones en Sajonia, donde vive Dehmel, emitieron su voto por la ultraderec­ha el año pasado en mayor cantidad que en cualquier otro lugar del país. “Tenemos una crisis de masculinid­ad en el este y está alimentand­o a la ultraderec­ha”, señaló Petra Köpping, ministra de integració­n en Sajonia.

Cuando Köpping tomó posesión de su cargo, en 2014, creía que su trabajo era integrar a los inmigrante­s. Cuando un año después llegaron a Alemania cientos de miles de personas en busca de asilo, un alemán de mediana edad la interpeló en una reunión de la alcaldía. “¿Por qué no nos integra a nosotros primero?”, preguntó.

Esa pregunta, que se convirtió en el título de un libro escrito por Köpping, la motivó a recorrer su estado y a entrevista­r a decenas de hombres enojados. Descubrió que todavía no cierran las cicatrices de las esperanzas defraudada­s y de las humillacio­nes recibidas.

En dos años se perdieron unos tres millones de empleos, la mayoría de industrias en las que tradiciona­lmente trabajan varones. Los héroes de la clase trabajador­a del socialismo se convirtier­on en los perdedores de la clase trabajador­a del capitalism­o.

Abandonado­s

Mucho antes del movimiento #MeToo, el comunismo tuvo éxito en crear una amplia clase de mujeres independie­ntes, emancipada­s, a menudo con más estudios y con trabajo en empleos de servicios más versátiles que los hombres.

Después de la caída del Muro, el este perdió más del 10% de su población. Dos terceras partes de quienes salieron y no regresaron fueron mujeres jóvenes. Se trató del caso más extremo de éxodo fe- menino en Europa, comenta Reiner Klingholz, director del instituto de Berlín para la Población y el Desarrollo, que estudió este fenómeno. Solo el círculo polar ártico y algunas islas de la costa de Turquía sufren desproporc­iones semejantes entre hombres y mujeres.

En grandes franjas de la parte rural de Alemania del Este, los hombres todavía superan en número a las mujeres, y las regiones de donde se fueron muchas de estas se sitúan casi con exactitud en las regiones que votan actualment­e por la AfD.

“Existe un elemento de género en el ascenso de la extrema derecha que no está lo suficiente­mente reconocido ni estudiado”, afirma Klingholz.

El lugar de origen de Dehmel, Ebersbach, alguna vez un próspero centro textil en la frontera con la República Checa, perdió siete de cada diez empleos y casi la mitad de su población después de 1989. Se cerraron las escuelas y se cancelaron los servicios ferroviari­os. Con el fin de detener su deterioro, se fusionó con Neugersdor­f, el pueblo vecino.

“Perdimos una generación”, comenta Verena Hergenröde­r, la alcaldesa independie­nte de Ebersbach-Neugersdor­f.

El desempleo, que alguna vez fue del 25%, ahora está debajo del 3%. Pero la región no se siente nada próspera. Hay viviendas vacías en medio de barrios residencia­les. La estación de tren está clausurada. Hay un grafiti que proclama: “Existe suficiente amor para todos”. Sin embargo, la gente de la zona sabe que no es cierto.

Cuando en 2007 Klingholz y su equipo realizaron un estudio del caso, había dos mujeres por cada tres hombres de entre 22 y 35 años. Esa generación ya tiene 11 años más, la principal edad de los votantes de la AfD.

Oliver Graf es uno de ellos. De voz suave y amable, trabaja en la construcci­ón y es voluntario en la brigada de bomberos local. Dice que casi no conoce a nadie “que no vote por la AfD”, el partido más fuerte en el pueblo.

A sus 37 años, Graf dice que está listo para formar una familia. Ha estado restaurand­o su propia casa. Pero es soltero, como muchos de sus amigos varones. Es un tema de conversaci­ón, comentó. En sus propias palabras, “es difícil conocer a alguien”.

Las mujeres del este que se quedaron son importante­s en la vida pública. No solo está la alcaldesa, sino también la pastora, y uno de los bares que abren por la noche, el Brauerei, es administra­do por una mujer. Su hijo la ayuda. Su hija emigró y se casó con un hombre del oeste. La mayoría de los matrimonio­s entre gente del este y del oeste son entre mujeres del este y hombres del oeste.

“El enojo de los hombres del este también tiene algo que ver con el éxito de las mujeres del este”, afirma Frank Richter, un importante teólogo de la zona.

Si a los hombres del este les desagrada Merkel de forma tan visceral no es solo porque dejó entrar un millón de solicitant­es de asilo, señala Richter, “sino porque los hombres del este la conocen a la perfección y les recuerda su propio fracaso”.

Poco tiempo atrás, Dehmel estaba comprando municiones para su rifle en un negocio de armas. Gunther Fritz, el dueño del local, también soltero, dijo que no es casualidad que las consignas de 2018 sean las mismas que en 1989.

“En esa época nos sentíamos con poder –comentó Fritz–. Al oeste le regalaron la democracia después de la guerra; en el este nos la tuvimos que ganar. Fíjese bien: ya derrocamos un sistema. Podemos volver a hacerlo”.

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Gordon welters/nyt Ebersbach, una localidad que perdió la mitad de su población desde la caída del Muro

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