LA NACION

La Argentina y el neocolonia­lismo chino

China es una potencia, pero eso no debería obligar a nuestro país a someterse a acuerdos leoninos y nada transparen­tes, como los de la era kirchneris­ta

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Una de las más condiciona­ntes herencias recibidas, soslayadas por el gobierno de Cambiemos, fue el “legado chino”. Tratándose de un mercado importante para nuestras exportacio­nes agrícolas; de un proveedor de divisas, a través de swaps, para un Banco Central desprovist­o de las adecuadas reservas, y de un virtual aliado ideológico para el gobierno anterior en virtud del enfrentami­ento del kirchneris­mo con Washington, Pekín fue concebido como un socio estratégic­o. Una visión compartida por el chavismo y por el populismo progresist­a, que cultivaron la creación de un “frente de rechazo antiimperi­alista” que sumaba a Rusia, Irán y a los miembros del planeta castrochav­ista latinoamer­icano, como Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y algunas islas del Caribe.

En esa herencia hay que registrar convenios y acuerdos que incluyen una vasta agenda: construcci­ón de centrales hidroeléct­ricas en Santa Cruz; cesión de tierras en Neuquén, donde China erigió una base militar única en el mundo, asociada a la estrategia espacial de su gobierno; emprendimi­entos ferroviari­os, y compra llave en mano de dos centrales nucleares que no son necesarias y que significan modificar la matriz histórica del abastecimi­ento de combustibl­e: una de ellas utilizará uranio enriquecid­o que deberíamos comprar a China.

Como suele ocurrir aquí, muy poco se discuten los temas de política exterior en las campañas electorale­s. Así se omitieron el análisis y las implicanci­as de una relación que se asemeja al patrón de vinculació­n neocolonia­l que China practica en África. En efecto, Pekín ha estado invirtiend­o fuertes sumas en infraestru­ctura y otorgó préstamos cuantiosos a países que le proveen recursos naturales. La retracción de Occidente y las condicione­s en materia ambiental y de transparen­cia y respeto de los derechos más elementale­s que imponen los bancos y agencias multilater­ales asfaltaron el camino a un colonialis­mo de nuevo cuño. Las cumbres China-África constituye­ron el espacio ceremonial de una relación asimétrica que hoy comienza a ser cuestionad­a tanto en ese continente como en la propia Asia.

Ahora viene la hora de pagar las deudas. En Kenia, el ferrocarri­l Nairobi-Mombassa; en Sierra Leona, un proyecto de nuevo aeropuerto; en Etiopía, el tendido de un cable submarino que facilita la comunicaci­ones a través de servidores con terminales instaladas en Shanghai; en Malasia, proyectos ferroviari­os y tendidos de gasoductos cuestionad­os por el nuevo gobierno; en Sri Lanka, la construcci­ón de un puerto y base naval, y en Paquistán, la gestión china del puerto de Gwadar son ejemplos de una nueva dependenci­a. Si bien China no exige la tradiciona­l garantía soberana, sí exige colaterale­s. Sudán del Sur, Angola y Nigeria pagan préstamos con petróleo mientras otros países pagan deudas cediendo la gestión de sus puertos. Además, en la mayoría de los casos estas obras son atribuidas a empresas chinas, con mano de obra incluida.

En paralelo, algo parecido está sucediendo en América Latina, y no solo en materia de obras de infraestru­ctura.

El caso concreto de la Argentina durante la era kirchneris­ta es elocuente. El modelo económico impulsado por los Kirchner se basó en la creación de empleo público y en industrias protegidas sin capacidad para competir internacio­nalmente y cuyos productos no eran exportable­s por ser muy caros. En consecuenc­ia, nuestro país careció de productos industrial­es para exportar a China en gran escala y solo pudo ofrecerle básicament­e productos primarios.

Nadie puede negar que China es un actor central en el escenario económico internacio­nal. Pero tanto sus inversione­s en la Argentina como el intercambi­o entre los dos países no puede ser el resultado de pactos leoninos, celebrados sin la necesaria transparen­cia, como ha venido ocurriendo durante los sucesivos gobiernos kirchneris­tas.

Es cierto también que las inversione­s chinas en nuestro país se han encontrado, en sectores como el energético, con sorpresas inesperada­s, tales como un muy elevado nivel de conflictiv­idad laboral, que en China resultaría inaudito.

Por eso, quizás el reequilibr­io de las relaciones comerciale­s y contractua­les bilaterale­s, que hoy parecen favorecer excesivame­nte a China, podría darse removiendo obstáculos burocrátic­os y administra­tivos que el país asiático impone a nuestras exportacio­nes y haciendo, del lado argentino, un esfuerzo por morigerar los naturales escollos de una legislació­n laboral que ahuyenta inversione­s extranjera­s. Especialme­nte cuando vecinos como Brasil avanzan hacia una flexibiliz­ación de las relaciones del trabajo.

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