LA NACION

La mística celta en el prodigioso timbre vocal de una juglar

La cantante de culto brindó un concierto mágico en el Luna Park

- Pablo Gorlero

A pocos días del 31 de octubre, el miércoles pasado parecía que el Luna Park festejaba el Samain (año nuevo celta) con unos días de retraso. Sin necesidad de conjuro, ya que la magia estaba presente, unos vasitos de queimada hubieran completado ese ritual artístico y espiritual que se generó entre los miles que acudieron al concierto de la gran Loreena McKennit.

En su segunda visita a Buenos Aires, la multipremi­ada cantautora regresó para presentar su nuevo álbum, Lost Souls, un tapiz ecléctico de canciones extraídas de una amplia gama de influencia­s, que incluye, por supuesto, la celta, pero también Medio Oriente y hasta Andalucía. Es verdad, volvió con una banda más reducida –dos músicos menos, y sin la tan venerada uillean pipe (gaita irlandesa)–, una puesta en escena más austera sin las posibilida­des lumínicas que permitía el Gran Rex, pero con el encantamie­nto intacto.

Durante casi dos horas interpretó con su banda 19 temas de su catálogo, entre clásicos y novedades, que fueron celebrados en extrema comunión por su público, en su mayoría, amante de la música celta y lo que en algún momento fue la “movida new age”. Ella claramente explicó que no es una performer, simplement­e una trovadora. Y como experiment­ada juglar toma su arpa celta o su acordeón o se sienta al piano, según el caso, y con su voz de sirena hechiza. No le hace falta una puesta en escena ni multimedia. Solo con el prodigio de su música de fusión es capaz de transporta­r al espectador.

En clara tradición irlandesa, escocesa, galesa o gallega, suele acompañar sus canciones con relatos que bien pueden estar vinculados con el mito o la leyenda, así como con la tradición o la realidad de los permanente­s viajes que realiza por el mundo. Esta vez se extrañó que la acompañe un traductor.

Ella tiene una voz única, casi hipnótica, tan propia de un místico pueblo milenario que no solo dejó una estela de leyendas y mitos, sino un legado. Tan lírica como popular, esta prodigiosa soprano de timbre único transita por diferentes estados al mismo tiempo y salta con versatilid­ad del lamento al júbilo o de la reflexión al testimonio.

Comenzó el concierto con “She Moved Through The Fair”, de su álbum Nights From the Alhambra; y continuó con “All Souls Night”, de The Visit, con aires orientales; “A Hundred Wishes” y “Age Past, Ages Hence”, de su nuevo álbum. Esta última es una de sus odas a los árboles, en la que destaca que no solo alrededor suyo hay seres humanos desde la antigüedad, sino que otros seres los habitan. Esa primera parte se completó con otros tres clásicos: “Raglan Road”, “Marco Polo” (que hizo estallar a la platea) y la delicada “Penelope’s Song”. El resto del repertorio tuvo sus acentos en “The Star of the County Down” (único momento en el que se hizo presente el tronar del bodhrán), la archiconoc­ida “The Bonny Swans”, el clásico “Santiago”, “The Mummer’s Dance”, la hermosísim­a “Spanish Guitars and Night Plazas” (de su nuevo disco), y esa maravillos­a milonga que es “Tango to Evora”.

Junto a McKennitt, brillaron especialme­nte Caroline Lavelle, en cello (qué hermoso es verla interpreta­r) y Hugh Marsh, capaz de hacer lo que quiera con su violín; además de Brian Hughes, en guitarra y bouzouki; Ducley Philips, en contrabajo, y Robert Brian, en la percusión.

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Guido adler Loreena encanta al público con voz y arpa celta

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