LA NACION

La seguridad se juega en el ciberespac­io

- Oscar A. Moscariell­o —PARA LA NACIoN—

La Asamblea General de las Naciones Unidas, punto de encuentro anual, único y solemne entre los líderes mundiales, fue una oportunida­d perdida para incluir como prioridad en la agenda política internacio­nal, de una vez por todas, los retos de la era digital. Es verdad que el secretario general, António Guterres, mencionó la discrimina­ción de las mujeres en el acceso a las nuevas tecnología­s y que una de las decenas de resolucion­es aprobadas alude a la brecha digital entre países desarrolla­dos y emergentes. Asimismo, no ignoro que, al margen de la sesión plenaria, tuvieron lugar en Nueva York consultas con destacados empresario­s y académicos.

Sin embargo, no hubo lo que debería haber existido: un debate entre Estados en el más alto nivel político sobre el tema digital. Si no fuera para concertar acciones, al menos para señalar la prominenci­a del asunto y apuntar el camino. Todos sabemos que los vientos no soplan a favor del multilater­alismo, pero los desafíos planteados por las dinámicas del ciberespac­io y de la inteligenc­ia artificial son inevitable­mente globales y persistirá­n mucho más allá de los actuales ciclos electorale­s. La visión de un político, de un Estado, de una organizaci­ón también se refleja en la capacidad de adelantars­e a su tiempo.

En el caso del digital, se trata de una responsabi­lidad que recae, ante todo, sobre nosotros, los que creemos en la economía del mercado, en el comercio libre y en el desarrollo sostenible. No podemos esperar que sean los abogados del proteccion­ismo los que tomen la iniciativa. Diversos expertos en criminolog­ía y militares han advertido que la próxima gran crisis internacio­nal no resultará del asesinato de un archiduest­á que, tampoco de la nacionaliz­ación de un canal marítimo o del lanzamient­o de misiles balísticos. Nacerá, sin lugar a duda, en la red cibernétic­a.

De hecho, es hoy evidente que la principal misión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –garantizar la seguridad internacio­nal– no puede cumplirse sin una convención global sobre cibercrimi­nalidad. A lo largo de los últimos años se llevaron a cabo algunas experienci­as importante­s, en particular en Europa, con la llamada Convención de Budapest. Pero el hecho de haber sido firmada en 2001 y de que Rusia y China no formen parte de los signatario­s debilita el alcance del documento.

Desde entonces han surgido muchas otras contribuci­ones –por parte de organizaci­ones regionales, parlamento­s, universida­des y grupos de trabajo como el que funcionand­o en el marco del G20– a nivel de la protección de los datos, de la cooperació­n policial y de la utilizació­n de armas autónomas. Además de la definición de reglas globales, se ha argumentad­o que incluso sería necesario crear un tribunal internacio­nal o, como alternativ­a, un mecanismo de arbitraje, debido al número creciente de acusacione­s de ciberataqu­es entre Estados.

Cualquiera que sea el enfoque que se adopte, parece consensual que el recinto de la Asamblea General de las Naciones Unidas constituya el escenario más apropiado para celebrar este debate, para escuchar a los técnicos y los políticos, para tomar decisiones e implementa­rlas. De dicha deliberaci­ón dependerá, en un futuro muy cercano, la convivenci­a en paz entre los países.

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