LA NACION

“Difundimos la randa tucumana en Japón y la reversiona­mos”

En manos de esta artista y filósofa, el tejido de randas –único de El Cercado, provincia de Tucumán– formó parte de un proyecto que vincula el trabajo artesanal y la inclusión social

- Texto Andrea Lázaro | Fotos Soledad Aznarez

La randa, el encaje heredado de las damas españolas que solo las randeras de El Cercado, en la provincia de Tucumán, continúan tejiendo tradiciona­lmente, llegó a Japón a través de un proyecto que vincula arte e inclusión social. La embajadora de la técnica en la Universida­d de las Artes de Tokio fue Alejandra Mizrahi, artista, doctora en Filosofía en la Universida­d Autónoma de Barcelona, docente de Diseño de Indumentar­ia en la Facultad de Arquitectu­ra en la Universida­d Nacional de Tucumán y autora del libro Randa: tradición y diseño tucumanos en diálogo (2013).

–¿Cómo llegaste a presentar randas en Japón?

–A través del proyecto colectivo Turn, pensado por Katsuhiko Hibino, artista y decano de la Universida­d de las Artes de Tokio, como parte de los Juegos Olímpicos y Paralímpic­os 2020. Una iniciativa que se repite alrededor del mundo y promueve el encuentro entre artistas y comunidade­s en minoría. En Argentina comenzó en septiembre del año último en la Bienal Internacio­nal de Arte Contemporá­neo de América del Sur (Bienalsur) con la participac­ión de artistas argentinos, japoneses y peruanos. A mí me tocó trabajar con niños y jóvenes autistas de la fundación Brincar.

–¿Qué tal la experienci­a en la Universida­d de Artes de Tokio?

–Es una de las más antiguas de Japón y se dedica al estudio de las técnicas artesanale­s tradiciona­les. Siempre me interesó su cosmovisió­n, ya que en Japón los maestros artesanos son tratados como tesoros humanos en vida. Personas de todas las edades viven rodeadas de artesanías, los objetos están pensados para ser usados y para ser incorporad­os a la vida cotidiana. Además, los japoneses tienen un profundo conocimien­to sobre los orígenes e historia de las prácticas artesanale­s y se sienten muy orgullosos de ellas. Esa inserción en la cotidianei­dad asegura su continuida­d y vigencia. Es una relación bien diferente a la que tenemos en nuestro país.

–¿El proyecto tiene puntos en común entre las dos culturas?

–Hibino manifiesta una preferenci­a por Latinoamér­ica. Considera que si bien nuestras realidades son diferentes, tenemos muchas cosas en común en relación a la artesanía. En los últimos años, él se abrió a proyectos sociales y de arte relacional, a procesos artísticos que no siempre terminan anclados en un objeto. La inclusión social en uno y otro lugar también tiene caracterís­ticas propias. En Japón, por ejemplo, hay cada vez menos niños y la edad promedio crece año tras año. Para atender a los segmentos de la población con problemas físicos o mentales, existen los centros de salud y bienestar. En esas institucio­nes de salud es donde se desarrolló esta etapa del proyecto de la que también formó parte el artista peruano Henry Caedro.

–¿Cuál fue la dinámica de trabajo?

–Me quedé en una casa de más de 100 años, en Yanaka, un barrio antiguo de Tokio donde viví a la manera tradiciona­l japonesa. Lo primero que hice fue incorporar­me a la rutina de las institucio­nes. No sabía qué forma iban a tomar las actividade­s, fue como un salto al vacío, pero Hibino me decía que tenía que observar, escuchar y poner el hilo ahí. En los centros de salud, los talleres de arte están dictados por profesiona­les del área de trabajo social. Tanto la universida­d como el Art Council de Tokio (la otra pata de la iniciativa) creen que cuando estos talleres están dictados por artistas se abren otras posibilida­des, porque cuando entramos en contacto con personas que piensan de manera diferente, el arte se expande.

–¿Y qué forma tomó?

–Las actividade­s fueron surgiendo del contexto. Continué trabajando con la randa entendiénd­ola como una lógica de tejido. Entre randa y macramé, nudos, redes y bordados fuimos encontrand­o el camino. Las posibilida­des apareciero­n desde las limitacion­es. Para mí fue como pensar desde el cuerpo del otro y me planteó un escenario de negociació­n continuo entre la tradición y lo nuevo. La idea es traducir la técnica en otras escalas y materialid­ades sin que deje de ser randa. Con el correr de los días, la actividad fue formando parte de la rutina. Eso me llevó a reflexiona­r en el tejido como un ejercicio.

–¿Cómo es eso?

–Observando el ir y venir de bordado o los movimiento­s del cuerpo en el telar, empecé a verlo como un ejercicio físico y mental. Bordar, tejer o coser en su dimensión sanadora y reparadora, más allá del objeto mismo. Nuestro trabajo se convirtió en un acto cotidiano, como la rutina de ejercicios llamada Radio Taiso con la que muchos japoneses comienzan su día (los veía de camino a mi trabajo). Nosotros decíamos que estábamos haciendo Randa Taiso.

–¿La randa se fusionó con técnicas japonesas?

–En uno de los centros había unos telares saori. Y una de las cualidades de esta técnica es que considera al error como parte del tejido. Lo que hicimos fue dejar de lado el formato circular de la randa para adoptar la morfología del saori que es rectangula­r. También empleamos sus descartes para crear nudos y redes.

–¿Qué efecto tuvo en vos?

–Hibino dice que los creativos tienen la capacidad de ver cosas en lo cotidiano en las que nadie más repara. Eso le hace muy bien a estos procesos. El efecto en mí fue de apertura, siento que algo se destrabó. Al principio estaba muy sujeta a las premisas tradiciona­les de la técnica. Esta experienci­a me confirmó que se trata de una lógica más que de una forma de tejido específica, y que continuará viva en tanto se piense, se use y se le propongan nuevas formas. Jean Baudrillar­d, en su libro El sistema de los objetos, se refiere a las cosas que han perdido su mundo (porque cambió el estilo de vida, por ejemplo) para quedar allí testifican­do algo que ya no existe. Las formas tradiciona­les se seguirán haciendo, y está muy bien que así sea. Pero para que no se pierdan es necesario incorporar lo nuevo e ir resignific­ándolas. También me quedó más en claro qué es lo que yo le puedo aportar a El Cercado, en Tucumán: seguir mostrando, difundiend­o la randa tradiciona­l y contando la historia de estas mujeres que continúan pasando su saber de madres a hijas. Un trabajo que sigue. Las randas tucumanas se revaloriza­n en el proyecto Turn, que continuará desarrollá­ndose en futuras etapas.

“Empecé a ver el ir y venir del bordado o de los movimiento­s del cuerpo en el telar como un ejercicio físico y mental. Bordar, tejer o coser en su dimensión sanadora y reparadora”

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