La rica historia de los aperos del gaucho, a mano o estampados Artistas
El lomillo fue el primer recado del gaucho. Desde el siglo XVII hasta finales del XIX, fue su primera “silla” de montar y era una adaptación de sillas españolas pero construidas con dos chorizos cilíndricos paralelos, de suela, que envuelven un manojo de juncos o de crin de yeguarizo. Estaban unidos por arzones (especie de arco) de madera, retobados en cuero, y tienen, cada uno, una falda, especie de aletas laterales que apoyan sobre la carona, que es una pieza grande de cuero crudo o de suela, que se coloca bajo los bastos y entre las jergas, peleros, o matras, para proteger a estas del sudor del caballo entre otros usos.
Sobre el lomillo y sus partes, escribió en este Rincón Gaucho el maestro soguero don Luis Alberto Flores en febrero de 1998: “A continuación (luego de la sudadera y las matras) se ubica una carona (extensa pieza de cuero de vaca sin curtir, que conserva el pelo y que se soba ligeramente). Para el caso de que se trate de aperos de lujo se prefiere el cuero de un animal negro…”. Y continúa: “Después se agrega una nueva matra y seguidamente otra carona, esta de suela, labrada en consonancia con las faldas del lomillo...”.
Entre los bastos de hoy, de pequeñas caronas de puntas redondas, y el lomillo, que comienza a desaparecer aproximadamente en 1870, se utilizó el basto porteño o conocido hoy como de transición. Conservaba la acionera que era una tira de suela ancha que atravesaba el asiento de lado alado para colgar de allí las estriberas. Esta lonja, al ensancharse los lomos de los caballos con la mestización, se cortó y las acioneras eran una de cada lado, cosidas a cada basto. Luego las reemplazó el ojal en la encimera, donde comenzaron a colgarse los estribos (la encimera es una pieza de cuero también, que unido a la cincha por dos correones laterales, ajusta el recado).
El basto porteño también conserva las caronas terminadas en punta, como del lomillo, y bajo ellas se ponían las hoy preciadas matras. Las faldas y las caronas de suela, se repujaban a mano, incluso hoy se hace ese trabajo, pero al instalarse las talabarterías industriales en Buenos Aires, tales como López, Berdeal & Cia.; Casa Arias de Manuel M. Arias y Casimiro Gómez, un gallego que en 1867, con 13 años de edad llega a Buenos Aires y trabaja como aprendiz de talabartero, hasta fundar en 1878 La Nacional, sobre 24 de Noviembre y Buen Orden (hoy Bernardo de Irigoyen) de la Capital Federal, que llegó a tener en su momento 2000 empleados.
Estas verdaderas empresas comenzaron a estampar las faldas y caronas, con bellísimos motivos, a través de planchas de bronce o hierro, de gran relieve y filo, para un perfecto resultado. El estampado solía hacerse a balancín de rueda, impulsada a mano. Como me dijera el maestro talabartero don Alberto Vomero en una reciente entrevista radial: “El verdadero artista era el que hacía las planchas”, muchas de las cuales fueron lamentablemente fundidas para vender el metal. Como quemar un bello cuadro.
Existen recados de bastos porteños confeccionados hace unos 40 años más o menos (con planchas de hace más de cien años) realizados, casi seguramente por un talabartero llamado Fellman con taller en las cercanías del puente de la Avenida San Martín, a la altura de Chorroarín, en la Ciudad de Buenos Aires. Los motivos eran los tradicionales, o artísticos, como en este caso, con imágenes del Descubrimiento de América.