La imagen de un presidente
La escena sucede al borde de la playa del todavía no contaminado Río de la Plata, a la altura de Vicente López. Corren los años 40, la temperatura aprieta y se abre desde adentro una puerta del auto oficial para que se cuele una brisa fresca que alivie a los ilustres pasajeros que conversan reservadamente sin bajar del vehículo. A salvo de las miradas escrutadoras de la Casa Rosada, el presidente Ramón Castillo ha decidido tener ese insólito off al paso con un periodista de un medio destacado. El mandatario quiere explicarle por qué la Argentina no le declara la guerra a la Alemania nazi. Justifica que es porque se lo han pedido algunos de los propios países aliados para que no se interrumpan los abastecimientos de vitales productos por parte de embarcaciones neutrales.
Fernando J. Ruiz refiere esta significativa
anécdota en su libro recién publicado Cazadores de noticias / Doscientos años en la vida
cotidiana de los periodistas 1818-2018. Cuenta allí también que el director supremo Juan Martín de Pueyrredón se fastidiaba porque no se le concediera equivocarse alguna vez en “sus graves y complicadas funciones” y cómo sugería a los representantes de la prensa de su época preferir “el idioma frío de la razón a las exageraciones del estilo satírico”.
Ruiz subraya que los presidentes Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento “hicieron su carrera en los diarios” y que quien los sucedió, Nicolás Avellaneda, fue “otro diarista”.
La pluma periodística de esas últimas décadas del siglo XIX ya despuntaba tan feroz que hasta “en algún momento –cuenta Ruiz– se pensó trasladar la capital del país a Rosario para liberar a las autoridades de la presión de los diarios de Buenos Aires”.
Más de un siglo después la estructura mediática es mucho más compleja y extendida. Se constituye en el sistema nervioso de la sociedad, en el que el predominio ininterrumpido y vociferante de las redes sociales imprime vertiginoso ritmo a las polémicas levantiscas que entremezclan temas graves y frívolos con absoluta desaprensión.
Hasta épocas relativamente recientes, la investidura presidencial estaba mucho menos expuesta a la ferocidad mediática. Raúl Alfonsín fue el último presidente contemporáneo que supo poner cierta distancia con el sistema de medios, entonces mucho más sencillo, con mayoría de canales estatales, cable muy incipiente, redes sociales inexistentes y aun así no pudo evitar ciertos chisporroteos. Mucho contribuyeron los presidentes Carlos Menem y Néstor y Cristina Kirchner para que el respeto protocolar se fuera desvaneciendo con los años.
Mauricio Macri, mediático en sí mismo por su propia historia –una celebridad que las revistas perseguían por sus andanzas empresarias, deportivas y amorosas–, hoy disfruta y padece por igual las consecuencias de estar tan enchufado al mundo virtual.
Compárese aquel presidente Castillo, discreto, casi invisible, que brinda una confidencia sobre un tema crucial a un periodista sin exponerse en la vidriera pública, con el actual mandatario que no usa la cadena nacional, pero que está disponible las 24 horas a solo un clic de distancia.
Veamos qué nos depara su Instagram (887 K) de los últimos días: selfies en Trenque Lauquen y con alumnos que visitan la Casa de Gobierno, se corta el pelo en Coronel Baigorria y picotea cortes de carne en la final del Campeonato de Asado de Obra en la Costanera, junto a trabajadores de la Uocra. En su Twitter (4,6 millones de seguidores), el deseo prematuro de un país más normal lo llevó a la imprudencia de suponer que la mera enunciación de que volviese el público visitante a los superclásicos de la final de la Copa Libertadores lo haría posible. Esto significó un innecesario desgaste de varias horas que tuvo que desandar, pero casi enseguida llamó “culón” a Marcelo Gallardo. El hincha de Boca le gana al estadista.
En Facebook (casi 4,5 millones de seguidores) lo vemos visitando a un matrimonio de mujeres que adoptó a una chica hace seis años y en el anuncio de que el PAMI comprará medicamentos sin intermediarios. En la inauguración de un hotel en Pilar fustigó el déficit de Aerolíneas Argentinas en coincidencia con la huelga que dejó varados a 30.000 pasajeros, y asombró al revelar que su hija Antonia, de siete años, estaba preocupada porque todos los argentinos tengamos que pagar el costo de esa compañía estatal. También encabezó la entrega de sables a oficiales ascendidos de las Fuerzas Armadas y deslizó una sugestiva frase durante una entrevista con una radio de Catamarca: “Estoy listo para continuar si los argentinos creen que este camino de cambio vale la pena”.
El incesante despliegue visual del que alardea el Presidente por tan distintos paisajes y materias combina cercanía campechana (selfies, encuentros informales), agenda progresista (visita a matrimonio de mujeres) y políticas de Estado (PAMI). Al prodigarse demasiado y sin red, el peligro de la declaración inconveniente al abarcar temas tan disímiles (visitantes en los superclásicos, opinión de la hija sobre Aerolíneas) es casi inevitable.
Distinguir imágenes que ilustran una acción perdurable (que procura una mejora tangible) de una mera estampa narcisista y publicitaria, sin mayor contenido, es un ejercicio que deberíamos aprender a decodificar todos los argentinos.
Cómo cambió en el tiempo y cómo es hoy, sin cadenas nacionales, pero en las redes sociales