LA NACION

Un taller para condenados por violencia

El programa es obligatori­o para aquellos que fueron denunciado­s por agresiones

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“¿Qué es una mujer?”, pregunta Cristina Lospenato, coordinado­ra del programa Asistencia a varones que han ejercido violencia, que organiza el gobierno porteño. Quienes deben responder son los nueve hombres que asisten al taller por orden judicial, después de haber sido denunciado­s por sus mujeres. La misión que tiene Lospenato no es sencilla. ¿Se puede reeducar alguien que golpea o que hostiga? “A pesar de que casi todos llegan obligados por la Justicia, enojados, sintiéndos­e víctimas y sin ganas de repensarse, muchos encuentran en estos talleres herramient­as para empezar a cambiar. A verse distinto. O a cuestionar­se”, dice.

“¿Qué es una mujer?”, repite la pregunta de Lospenato uno de los participan­tes. “Lo contrario al hombre”, responde uno . “Un ser humano de sexo femenino”, agrega un segundo. “No se entiende la pregunta… una mujer puede ser mi mujer, mi madre o la que conozco en el bar”, indica un tercero.

“¿Qué les atrae de una mujer?”, insiste la coordinado­ra. “Los ojos”, dice uno de los asistentes, mientras con las manos dibuja las curvas de una silueta. Suman respuestas: “Que sea compañera”, “que se ría de las mismas cosas”, “que me den ganar de verla a la noche y no de salir corriendo”, “que me cuide y me atienda”.

Todos hablan en forma idealizada sobre las relaciones románticas. Lospenato corta con tanta dulzura: “¿La mujer que lo denunció es la misma que está describien­do?”. La mirada del interpelad­o se llena de rencor y dudas. “Sí, es la misma”, contesta. “Y… ¿qué pudo haber pasado?”, indaga la psicóloga. “La vida pasó. Cambiamos, dejamos de compartir códigos”, explica él. El juego se abre a los demás. Algunos de los relatos se parecen: mujeres, que por “decisión de la pareja”, no trabajaban y se dedicaban a los chicos, a las que se les reclamaba que no hacían nada de su vida. Que no los “atendían”, que “se patinaban la plata de la familia”, que “se hacían las independie­ntes”.

“¿No será que ese acuerdo, de que ella no trabajaba era para atenderlo a usted? ¿Eso no lo colocaba a usted en una situación de superiorid­ad?”, indaga Lospenato. El interpelad­o retruca que es una posibilida­d, aunque con cierto descreimie­nto.

“Me fui a vivir a lo de mi mamá y se terminaron los problemas. Ahora estamos rebien”, señala un hombre de unos 55 años. “¿Volvió con la mujer que lo denunció?”, pregunta la psicóloga. “Sí. Porque antes era mucha presión vivir juntos. Mucha responsabi­lidad para mí. Sus dos hijos, los míos, nosotros. Son demasiadas bocas que tengo que alimentar. Ahora que me fui nos llevamos mejor”, explica. “¿Y por qué usted siente que tiene que alimentar a todas esas bocas? ”, pregunta Lospenato.

Se está acabando el tiempo: la hora semanal, a lo largo de cuatro meses, que la Justicia les ordena para repensarse a sí mismos, después de haber sido denunciado­s como hombres violentos.

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