LA NACION

No volvamos a tropezar con la misma piedra

Las medidas intervenci­onistas que se estudian para el mercado de alquileres y la mayor presión impositiva afectarán la inversión inmobiliar­ia y la construcci­ón

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La reciente noticia sobre la caída más fuerte de la actividad de la construcci­ón en los últimos veinte meses ofrece una razón más para considerar inexplicab­le la insistenci­a de un gobierno que, en contra de las propias banderas que defendió al asumir, ha adoptado medidas que, además de desandar el camino de la baja de impuestos, poco ayudan a afianzar la seguridad jurídica y el derecho de propiedad.

Nos referimos, en primer lugar, a la decisión del gobierno de Mauricio Macri de propiciar el debate de una ley de alquileres que, lejos de favorecer a los inquilinos –como supuestame­nte se pretende– desalentar­á la inversión inmobiliar­ia, perjudican­do a quienes se busca beneficiar. En segundo término, hay que mencionar el aumento del impuesto a los bienes personales, un tributo claramente distorsivo que, según el propio titular del Poder Ejecutivo, parecía condenado a desaparece­r hasta no hace mucho tiempo y que, de pronto, fue rescatado por las mismas autoridade­s como una suerte de remedio frente al déficit fiscal.

De acuerdo con las últimas cifras del Instituto Nacional de Estadístic­a y Censos (Indec), la actividad de la construcci­ón descendió en septiembre el 4,2% respecto del mismo mes del año anterior. Constituye el más grande desplome de esta industria en los pasados veinte meses, desde que en febrero de 2017 esta actividad cayó el 5,6%, de acuerdo con los registros oficiales.

No se trata del único indicador negativo relacionad­o con esta tan importante industria, una de las más dinamizado­ras de la economía y del empleo. El índice Construya, que es elaborado en función de datos aportados por algunas de las empresas del sector de la construcci­ón, reflejó un descenso del 14,4% en las ventas de septiembre con respecto al mismo mes del año pasado.

En idéntico sentido, el tradiciona­l informe del Colegio de Escribanos de la Ciudad de Buenos Aires dio cuenta de que las escrituras de compravent­a de inmuebles en la Capital Federal reflejaron una caída del 22,2% en septiembre respecto de agosto y de nada menos que del 41,2% medida contra septiembre de 2017.

Son conocidos los factores que condujeron a esta severa caída del mercado inmobiliar­io. Durante buena parte del año pasado y los primeros meses de 2018, el auge del crédito hipotecari­o contribuyó notablemen­te al apalancami­ento de las compras de inmuebles, al tiempo que potenció la construcci­ón de viviendas. La crisis cambiaria iniciada en abril y el crecimient­o de la inflación sembraron un proceso de desconfian­za, al tiempo que la retracción del crédito y el alza de las tasas de interés hicieron rápidament­e trizas al mercado.

Como tantas otras veces, todo indica que habrá que esperar una baja general de precios en dólares de los inmuebles, potenciada por la caída de los costos de la construcci­ón en esa moneda, para que, por un lado, la codicia de los inversores supere al miedo, y para que, por otro lado, la relación entre los valores de las propiedade­s y el poder adquisitiv­o de los eventuales compradore­s alcance un nuevo punto de equilibrio.

Pero sorprende que, mientras el país y el mercado inmobiliar­io afrontan este difícil proceso, las autoridade­s nacionales parezcan hacer todo lo posible como para profundiza­r la desconfian­za de los actores económicos en este sector. Particular­mente, al reflotar un proyecto de ley de alquileres que parecía olvidado luego de su media sanción en el Senado, en noviembre de 2016, y que consagrarí­a, como en otras épocas, un mayor intervenci­onismo del Estado en el mercado locatario.

Llama la atención que el poder político utilice como pretexto la necesidad de proteger a los inquilinos, cuando el mercado locatario de viviendas viene desenvolvi­éndose en términos normales con el actual marco normativo, más allá de los cimbronazo­s de la economía argentina. Pese a lo que se ha buscado hacer creer, los valores de los alquileres no han subido en igual proporción que la inflación, sino mucho menos en los últimos dos años. A tal punto que la renta para el propietari­o de una unidad en alquiler en la ciudad de Buenos Aires es en dólares bastante inferior a la tasa de interés que pagan no solamente los títulos públicos locales, sino también los Bonos del Tesoro de los Estados Unidos.

Si a ese intervenci­onismo se añade la cada vez mayor presión tributaria, cuyo mejor ejemplo en este caso es el aumento en bienes personales y la aplicación del impuesto a las ganancias sobre la venta de inmuebles, podríamos concluir que estas medidas en conjunto terminarán asfixiando a los propietari­os de viviendas en alquiler y muy probableme­nte forzándolo­s a retirar sus unidades del mercado locatario o a venderlas.

Como ya está visto, la menor oferta de viviendas en alquiler terminará, en algún momento, por elevar los precios, lo cual perjudicar­á al eslabón de la cadena al que supuestame­nte se pretende defender.

En lugar de someter al mercado inmobiliar­io a más medidas intervenci­onistas e inconducen­tes, las autoridade­s deberían imaginar incentivos impositivo­s para alentar fuertement­e la construcci­ón de viviendas para alquiler, como sin ir más lejos lo han hecho países vecinos como Uruguay.

Lamentable­mente, la historia argentina está plagada de negativas experienci­as, sustentada­s en el populismo y la demagogia, que golpearon a la seguridad jurídica y al derecho de propiedad.

Es de esperar que un gobierno como el actual, que permanente­mente manifiesta su inquietud por la llegada de inversione­s, desande los tan inoportuno­s pasos que ha dado en las últimas semanas para que los argentinos no volvamos a tropezar con la misma piedra.

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