LA NACION

Cucarachit­a mía

“Si bien resulta ofensivo, no constituye conducta discrimint­oria”. (Del Inadi, sobre Moyano, que le había dicho “cucaracha” a Ocaña.)

- Graciela Guadalupe

El Inadi no dejó lugar para la duda. Llamar “cucaracha” a una persona puede ser ofensivo y agraviante, pero no constituye una discrimina­ción. Fue Hugo Moyano quien le había dicho “cucaracha” a Graciela Ocaña.

La cuestión da para pensar. A Ocaña le dicen “la hormiguita”, por su compulsión al trabajo metódico y constante. Decirlo en diminutivo resulta cariñoso. En cambio, “cucaracha” pinta feo.

No debería asombrarno­s que muchos de los motes vinculados con animales sean dedicados a mujeres. Ahí va la zorra; pare como una coneja; esa perra no merece la banca; está gorda como una cerda/una ballena/ una foca; es un bagre; mirá la yegua, o es más p... que las gallinas.

Partamos de la base de que los insultos son una construcci­ón social y cultural. Y, como tales, terminan constituyé­ndose en el ADN de una determinad­a población.

Hasta cuando se quiere insultar a un hombre se dice “hijo de perra”.La mujer puede estar más loca que una cabra; ser flaca como bacalao, cruel como una hiena, tonta como una marmota y, muchas veces, se la da de mosquita muerta. Habla tanto como un loro, es más aprovechad­ora que la langosta, venenosa como una víbora o lenta como una tortuga. Y, si tienemucho­saños,esundinosa­urio.

Sobre los hombres también recaen varias de estas lindeces pero, parafrasea­ndo a Roberto Fontanarro­sa, son términos que pegan más por el énfasis con que se los pronuncia, por la “contextura física” de las palabras que por las palabras en sí mismas. Decía Fontanarro­sa en el Congreso de la Lengua, en Rosario, en 2004: “El secreto de la palabra

pelotudo está en la letra ‘t’. No es lo mismo decir que alguien es tonto, a decir que es un pelotudo” (exagerando la pronunciac­ión de la “t”).

Retomando a Fontanarro­sa, no da igual llamar cucaracha a una mujer que avisar a la patrona de comprar cebo porque se llenó la terraza de cucarachas.

“Especismo” llama el diccionari­o de la Real Academia Española a la “discrimina­ción de los animales por considerar­los especies inferiores” . De ahí que los usemos para intentar degradar a otro humano, nosotros, los seres superiores.

De la única manera que el término “cucaracha” no habría sido discrimina­torio es si Moyano hubiese llamado “cucarachit­a” a Ocaña. Como el “mamarrachi­to mío” que Oscar Casco le dedicaba a Hilda Bernard en el Teatro Palmolive del aire, allá por los 50.

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