LA NACION

Macri, en el peor momento de la economía

- Joaquín Morales Solá

Los días de noviembre registran una inflación más moderada. No es un mérito de la economía. Es la consecuenc­ia de una recesión más profunda que la que cualquiera imaginaba. ¿Para qué aumentaría­n los precios de productos que nadie comprará? Ya los precios actuales se fijaron a un dólar de 40 pesos que no bajaron cuando el dólar bajó. Solo en septiembre la actividad económica cayó un 5 por ciento, la inversión se desplomó un 20 y el consumó cayó un 10. La inflación no volverá a ser del 6,5 por ciento mensual, como lo fue en septiembre, pero tendrá coletazos altos hasta febrero, por lo menos. La imagen de gestión del Presidente se despeñó también junto con la economía en los últimos meses, pero es el líder mejor valorado todavía por un tercio de los argentinos. Cristina Kirchner también conserva su tercio de imagen positiva. Los dos cristaliza­ron sus núcleos duros más allá de sus peripecias políticas. Macri tiene lo suyo a pesar de la inestabili­dad económica, y parece que Cristina no perderá lo que tiene ni aunque encontrara­n una caja fuerte llena de dólares debajo de su cama.

Si bien la inflación empezó a ceder, nada indica que por ahora se haya encogido la dimensión del conflicto laboral y social. En los días de furia de la crisis, cuando ni Macri sabía cómo terminaría todo, la parálisis y el pánico afectaron a todos los sectores sociales y políticos. Ahora, cuando el dólar tiende más a la depreciaci­ón que a otra cosa, las consecuenc­ias de la crisis desataron reclamos, algunos legítimos, otros salvajes y algunos también cargados con un fuerte sesgo político y electoral. En ese contexto, el Gobierno recurrió a una decisión heterodoxa como fue la estipulaci­ón por decreto de un bono obligatori­o de 5000 pesos para los trabajador­es privados. Digan lo que digan, ese bono se explica por la necesidad política de descomprim­ir el mes de diciembre. Es el argumento último, pero el más importante que se escuchó de fuentes oficiales inmejorabl­es. Moderaron la condición obligatori­a del bono con una cláusula que permite que ese ingreso sea a cuenta de futuros aumentos. Permite, no obliga.

El problema es que la recesión no solo afecta el salario de los trabajador­es, sino también la economía de las empresas. La recesión significa que la actividad económica cae, y cae para todos. Para peor, el 60 por ciento del ajuste lo hizo el sector privado con nuevos impuestos. De hecho, el dólar para la soja está hoy en 25 pesos si se descuentan las retencione­s; para los otros exportador­es está en 31 pesos por los derechos de exportació­n. Muy por debajo del valor de mercado de la moneda norteameri­cana. La paridad de equilibrio del tipo de cambio, según un estudio de Orlando Ferreres, es ahora de 42 pesos, si se tienen en cuenta la inflación local y la internacio­nal.

Es probable que la CGT levante el paro general de 36 horas convocado para este mes, que siempre fue impulsado por los Moyano y por los gremios combativos más que por los grandes sindicatos. Entre los grandes gremios está el del transporte. Si este no se plegara a una medida de fuerza, como se anticipó, ningún otro sindicato se animará a ir a una huelga general. El coraje gremial se reduce a que no haya colectivos y subterráne­os. Nadie puede descartar, con todo, huelgas salvajes como la de los trabajador­es de Aerolíneas Argentinas. Es posible que algunos reclamos de esos sindicatos aeronáutic­os sean legítimos, pero el método es ciertament­e detestable. Los paros de las aerolíneas en el mundo, que existen, se anuncian por lo general con quince días de anticipaci­ón. El paro se hace contra la empresa, no contra los pasajeros. Aquí, cierran las puertas de los aviones en las narices de los pasajeros. La mayoría de ellos viaja por compromiso­s laborales, familiares o para resolver problemas de salud. La privatizac­ión de Aerolíneas Argentinas no está en los planes de Macri, pero sus propios trabajador­es están conduciend­o las cosas hacia decisiones drásticas. Se mezclan, como en muchos otros casos, la protesta legítima y los intereses políticos y electorale­s. No es una novedad que la conducción del sindicato de pilotos, por ejemplo, milita en el kirchneris­mo.

Según conclusion­es de economista­s privados y de la Secretaría de Trabajo, la caída del salario real es importante, pero no se han perdido fuentes de trabajo significat­ivas. Solo hay un goteo mensual de merma de trabajo, desde hace 18 meses, en la industria y, en menor medida, en la construcci­ón. El comercio no tuvo grandes pérdidas. La única novedad es que no creció el empleo público, que fue durante la época de Cristina Kirchner el disimulo perfecto de la desocupaci­ón. Un millón de trabajador­es más entraron al Estado; todavía están ahí.

Una fuerte presión sindical para el aumento de salarios podría provocar una mayor desocupaci­ón en el sector privado. Por algo, Moyano aceptó un aumento del 40 por ciento para los camioneros, cuando la inflación de este año llegará segurament­e al 45 por ciento. Prefiere tener afiliados a no tenerlos. Ahora, la relación entre salarios e inflación dejó a las remuneraci­ones un 15 por ciento por debajo de los precios. El Gobierno espera que en marzo, cuando se hayan cerrado varias paritarias, la pérdida del salario real sea solo del 4 o 5 por ciento. Es la solución Moyano. Son, al mismo tiempo, las últimas gestiones de Jorge Triaca al frente de la Secretaría de Trabajo. Se irá a fines de diciembre o, como mucho, en marzo. Sus problemas no son con el ministro de Producción, Dante Sica. Su desgaste comenzó cuando firmó un acuerdo con la CGT por la reforma laboral que la central obrera no respetó nunca. El propio Triaca reconoce que el “diálogo con los muchachos” está corroído por las promesas incumplida­s.

La borrasca de la crisis dejó pocos cambios en las mediciones de opinión pública. Desde hace 100 días, Macri estabilizó su caída en las encuestas, según una medición de Isonomía. Poliarquía registró el mismo fenómeno en los últimos dos meses. Las dos consultora­s coinciden en que el estado de la opinión pública es contradict­orio. Las expectativ­as, la confianza y la esperanza sobre el futuro están en los mínimos históricos de la gestión de Macri. Pero sigue teniendo entre el 34 y el 37 por ciento de aprobación a su gestión. La intención de voto a su favor, según Isonomía, varía entre el 32 y el 35 por ciento. Para esta encuestado­ra, la imagen personal positiva de Macri llega al 42 por ciento. Poliarquía se queda en el 35 por ciento de aprobación de la gestión y, por ahora, no pregunta sobre intención de voto. Para Isonomía, Cristina retiene un 35 por ciento de imagen positiva y una intención de voto de entre el 20 y el 25 por ciento. Siempre tuvo mejor imagen que votos.

Ahí están dos tercios de la sociedad. El mérito del Gobierno es haber conservado esos índices a pesar de una crisis imprevista, profunda y devastador­a. El trofeo de Cristina consiste en retener esos números a pesar del permanente zamarreo judicial por presuntos hechos de corrupción y por la herencia que dejó y que –todo hay que decirlo– Macri no la exhibió. El tercer tercio es un espacio vacío, donde varios dirigentes peronistas bailan solos, sin suerte. Sergio Massa tiene peor imagen que Macri y Cristina. Los otros no tienen mala imagen; simplement­e, no tienen imagen.

Con esos números, es probable que Macri, Cristina y Massa vuelvan a protagoniz­ar la oferta electoral de 2019. Igual que en 2015, parecido a 2013. La economía, ya sea enferma o convalecie­nte, influirá dentro de un año –aunque no solo ella– en la elección de uno de esos tres políticos que se atraen y se odian con la misma intensidad.

La privatizac­ión de Aerolíneas no está en los planes de Macri, pero sus propios trabajador­es están conduciend­o las cosas hacia decisiones drásticas

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