LA NACION

Por la unidad. El fin de un muro que dividía dos cementerio­s

Durante la Primera Guerra, el alemán y el británico, en Chacarita, se separaron; hoy, a 100 años del armisticio, abren un portón para celebrar la reconcilia­ción

- Fernando Massa

Hace exactament­e 100 años, en el bosque de Compiègne, al norte de Francia, en el vagón comedor 2419D de la compañía Wagons-Lits, un grupo de militares aliados y uno de representa­ntes del Imperio Alemán firmaron el armisticio que le puso fin a la Primera Guerra Mundial. Si bien se rubricó a las cinco de la madrugada, recién entró en vigor seis horas después: a las 11, del 11 de noviembre de 1918.

Hoy, a esa misma hora, en el barrio porteño de Chacarita, durante un acto por la conmemorac­ión de aquel armisticio, organizado por las Embajadas de Alemania, Gran Bretaña y Francia, también se terminará con una histórica separación: en el muro que divide a los cementerio­s británico y alemán se abrirá un portón de reja ornamental –terminado hace apenas unas semanas–, que permitirá el paso de un predio a otro.

“El evento lo denominamo­s Ceremonia y Culto de Reconcilia­ción –dice Pedro Becker, vicepresid­ente de la Congregaci­ón Evangélica Alemana en Buenos Aires–. Y como símbolo de esta reconcilia­ción se ha abierto el muro entre los dos cementerio­s para colocar un portón ceremonial, que será inaugurado por los embajadore­s de Alemania y de Gran Bretaña. Por ahí pasarán los participan­tes de la ceremonia, desde el Cementerio Británico, donde comienza el acto, al Cementerio Alemán, donde culmina.”

Para el comodoro Robin Smith, agregado de Defensa de la Embajada Británica en la Argentina, la apertura formal de la puerta “es un acto visible de reconcilia­ción, no solo entre las comunidade­s, sino también como una señal para todas las naciones que lucharon guerras en el pasado”.

El muro, un paredón de unos dos metros de alto y 60 centímetro­s de espesor, se levantó en 1921, después de un rediseño del área. Sin embargo, la primera división ocurrió unos años antes, justamente apenas comenzada la Primera Guerra Mundial. En el predio, que entonces compartían ambas comunidade­s, se levantó una cerca de alambre que lo dividió en dos mitades exactas: quedaron casi cinco hectáreas para cada uno.

¿Cómo llegaron a compartir el mismo predio? En Buenos Aires, a principios del siglo XIX, a los protestant­es no se les permitía inhumar sus muertos en los cementerio­s católicos. Ante esta prohibició­n, según apunta el investigad­or de costumbres funerarias y explorador de cementerio­s Hernán Vizzari, los difuntos eran enterrados precariame­nte a orillas del río, en los bajos del Retiro.

La situación cambió hacia 1820: luego de una petición ante Bernardino Rivadavia, entonces ministro de Relaciones Exteriores de la provincia de Buenos Aires, la comunidad inglesa obtuvo el permiso para emplazar un cementerio a espaldas de la Iglesia del Socorro, sobre la que hoy es la calle Juncal, entre Esmeralda y Suipacha. “La capacidad se colmó rápidament­e: el 3 de diciembre de 1833 fue el último entierro en ese cementerio”, detalla Vizzari.

Mudanzas

El nuevo sitio, en ese momento alejado de la zona más concentrad­a de la ciudad, fue el denominado cementerio de Victoria, donde hoy está la Plaza 1° de Mayo, en el barrio de Balvanera. “Para 1892, ya había crecido mucho la ciudad y los vecinos objetaron que hubiese allí un cementerio, y el municipio pidió que se cerrara”, cuenta el actual director del Cementerio Británico, Andrew Gibson.

Así, todos los restos que no estaban a más de un metro bajo tierra fueron trasladado­s hasta su último destino: la sección XVI del Cementerio de la Chacarita, que la Municipali­dad de Buenos Aires otorgaba a la Congregaci­ón de Disidentes Extranjero­s. Ese sector del Cementerio de los Disidentes lo compartirí­an las comunidade­s británica, alemana y estadounid­ense. Cada comunidad tenía su sector, pero el cementerio funcionaba como una unidad, y con una sola administra­ción.

“Los americanos ya se habían retirado y cedido su terreno a los británicos, cuando durante la Primera Guerra Mundial, por el propio conflicto, se dividió el cementerio con un cerco, y empezamos a funcionar como dos sociedades separadas”, dice Gibson.

A su lado, Tim Lough, presidente de la Royal British Legion en la Argentina sonríe y acota: “Según los alemanes, fue idea nuestra para que los fantasmas no se pelearan”.

Al recorrer el límite entre ambos predios –una medianera de unos 300 metros, mitad muro, mitad cerco de alambre– puede observarse un efecto de aquella división: lápidas con apellidos anglosajon­es del lado alemán, y lápidas con apellidos alemanes del lado británico.

Contra la pared que da a la Avenida del Campo, en el otro extremo, se exhiben aquellas lápidas históricas que se trajeron del Cementerio de Victoria.

Las obras para derribar el muro y levantar el portón fueron financiada­s por los dos cementerio­s. Ahora bien, ¿cómo surgió la idea? John Hunter, que forma parte de la organizaci­ón del Cementerio Británico, cree que el disparador fue un acto institucio­nal con autoridade­s del gobierno nacional que se hizo el año pasado que, al igual que el de hoy, empezaba de un lado y continuaba en el otro. “Hubo que salir a Elcano, caminar por la vereda, y volver a entrar. Y ahí nos dijimos: sería mejor tener un portón. Además hay mucha gente que tiene familiares y amigos de ambos lados”, dice Hunter.

Lough vuelve a remarcar la carga simbólica del acto de hoy: “Hay que pensar que tuvimos dos guerras muy sangrienta­s. Y esto demuestra que a pesar de eso seguimos siendo amigos y aliados. Y eso es un gran mensaje: tenemos que dejar el pasado y seguir adelante”.

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Ricardo pristupluk El director del Cementerio Británico, Andrew Gibson, frente al portón que ahora comunica a ambos predios

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