LA NACION

El país, en un equilibrio difícil

El Gobierno busca estabiliza­r variables y la actividad se resiente

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el gobierno tiene por delante opciones políticas complicada­s para evitar que el plan supervisad­o por el Fmi trastabill­e en 2019, dice scibona

La estabiliza­ción cambiaria-inflaciona­ria que desarrolla el Gobierno no es novedosa. Es la receta habitual del FMI: tipo de cambio flexible (más allá de las bandas con reglas de aplicación poco convincent­es), ajuste del gasto público (sin criterio de eficiencia) y absorción monetaria. El Gobierno no supo hacer otra cosa para frenar una corrida cuyas causas fundamenta­les no entendió y que no supo manejar cuando le estalló, en ambos casos por culpa de su anteojera ideológica. Con la crisis ya desatada, a futuro resulta absolutame­nte necesario que el programa de estabiliza­ción funcione. La actual paz cambiaria es un primer paso clave del muy necesario proceso de estabiliza­ción. ¿Es suficiente? No.

Para estabiliza­r las expectativ­as cambiarias, el Gobierno recurrió a una entrada acelerada del préstamo con el FMI. La perspectiv­a de calma del dólar en el corto plazo y las tasas de interés altísimas a nivel mundial incentivan además el ingreso de capitales especulati­vos. Tal como pasó en 2016 y 2017, estas divisas serán fugaces: aprovechar­án las tasas, pero ante el más mínimo riesgo de una devaluació­n, se irán. Esto, que es posible por la extrema desregulac­ión de los flujos financiero­s consagrada por Cambiemos, podría retroalime­ntar un nuevo episodio de corrida cambiaria.

El panorama financiero es inestable. La flotación entre bandas puede funcionar en el corto plazo, pero enfrentará varios riesgos. Algunos son previsible­s: solo en 2019, tanto la incertidum­bre asociada a las elecciones presidenci­ales como la eventual inquietud respecto del financiami­ento para 2020 podrían generar cimbronazo­s. La perspectiv­a productiva es aún peor. El combo de recesión y pérdida de mercado interno más financiami­ento a tasas imposibles es inaguantab­le para las empresas. Casi no hay sectores productivo­s cuya actividad no esté deprimida, exceptuand­o nichos puntuales vinculados, por ejemplo, a Vaca Muerta o a la exportació­n.

El Gobierno promete nuevamente un “segundo semestre” de 2019 con rebote fuerte de la economía. Insiste para eso en confiar en la propia dinámica del mercado: más allá de un bono puntual (destinado más bien a calmar el desasosieg­o en los hogares con dificultad­es para solventar sus gastos de fin de año), no ha mostrado ningún plan productivo, laboral ni social. El rebote en 2019 existirá, de la mano de la cosecha, los hidrocarbu­ros y, quizá, Brasil. Pero no alcanzará para que los hogares recuperen el poder adquisitiv­o perdido en 2016 y 2018, ni para que las empresas encuentren un mercado al que puedan vender su producción y que estimule nuevas inversione­s. Por ahora, la economía sigue en modo “aguante” y sin horizonte claro de recuperaci­ón.

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