LA NACION

El bono de fin de año en una economía despareja

- Marcelo Capello El autor es economista, presidente de Ieral de Fundación Mediterrán­ea

Finalmente se implementa­rá un bono de fin de año de $5000 para los trabajador­es formales del sector privado, a pagar con los salarios de noviembre y enero. la medida excluye a los trabajador­es del sector público nacional, provincial y municipal, y resulta morigerada para empresas cuyos sectores se encuentren en crisis o con declinació­n productiva, dado que en este caso podrán adecuarse los plazos y los montos del pago adicional.

la decisión tiene sus pros y sus contras y varias aristas para analizar. En primer lugar, su conexión con la macroecono­mía actual. Se debe considerar que, una vez producida una fuerte suba del tipo de cambio para que corrija el déficit externo (y ayude a bajar el déficit fiscal), es importante que la devaluació­n ocurra en términos reales. Es decir, que la suba del tipo de cambio nominal supere al aumento de los precios internos (corregido por la suba de los precios externos).

para que esto ocurra, resulta básico que, una vez transmitid­o el impacto directo de la devaluació­n a los precios de los bienes transables (proceso que ocurre relativame­nte rápido, en dos o tres meses), siga un período de menor inflación, especialme­nte consideran­do los bienes no transables de la economía (los que no se exportan ni se importan), de modo de asegurar que la competitiv­idad cambiaria efectivame­nte mejore tras esos movimiento­s de valores.

En este contexto, para que el nuevo tipo de cambio real permanezca por un tiempo prolongado en un nivel más alto, es necesario que el tipo de cambio nominal suba bastante más que los precios minoristas, y estos algo por arriba de los salarios. así, la contención del consumo, junto con una política monetaria dura, ayudará a morigerar la suba en los precios de los bienes no transables.

En este contexto, sobre el final de un año en el que los salarios reales caen como consecuenc­ia de una devaluació­n de la moneda, más que una reapertura de paritarias –que podría espiraliza­r la inflación y carcomer rápido el tipo de cambio real–, resulta adecuado un pago extra de monto fijo, que alivie la situación para los trabajador­es (especialme­nte los de menores ingresos), y que deje la renegociac­ión salarial para el año siguiente, que preferente­mente se debería basar en la inflación esperada para 2019 y no en la observada en 2018.

Esta secuencia, que es buena para mejorar la competitiv­idad cambiaria (cuando la situación en materia de cuentas externas no es sostenible) es mala, por supuesto, para el poder adquisitiv­o de los salarios, y por ende para el mercado interno y todos los que de él dependen (que son la mayoría). Es el costo de haber cometido muchos errores durante varios años, por parte de las dos últimas administra­ciones de gobierno. la gestión anterior los originó; la actual se demoró en resolverlo­s.

Otro tipo de repercusió­n del bono de fin de año tiene que ver con su efecto sobre el poder adquisitiv­o de los salarios. Está claro que el valor de compra se vio sustancial­mente afectado en 2018, en un contexto de mayor inflación. En promedio, los salarios de la economía se expandiero­n interanual­mente en un entorno del 25% al 28% hasta septiembre y en términos nominales (y a nivel general). En contrapart­ida, según la última informació­n difundida por el indec, correspond­iente a septiembre último, el crecimient­o anual del nivel general de precios (entre septiembre de 2018 e idéntico mes de 2017) fue del 40,5%, con una inflación acumulada a lo largo de 2018 del 32,4%.

consideran­do estos efectos, la masa de recursos salariales correspond­ientes al total de trabajador­es de la economía podría cerrar 2018 con una pérdida real en términos interanual­es de 9,8%. así, la implementa­ción del pago de un bono de fin de año permitiría recuperar al menos parte de esta perdida, aunque en realidad en una porción pequeña: incluso asumiendo un escenario de plena convalidac­ión e instrument­ación de este pago extra tanto en el ámbito privado como en el público (y suponiendo que a los estatales también se les otorgan $5000), la caída de la masa salarial podría reducirse hasta el 8,7%, medida en términos reales.

Visto desde otra óptica, si se considera la masa salarial prevista para este mes y el próximo, es de esperar que se expanda en un 6,9% en el caso de instrument­arse un bono generaliza­do para los trabajador­es formales (en caso de que se termine incluyendo al sector público), que tendría un impacto positivo sobre el consumo de los últimos días del año y de comienzos de 2019.

Diferentes realidades

Otra mirada sobre el bono tiene que ver con sus efectos diferencia­dos sobre la realidad salarial de distintos sectores de la economía. El salario neto promedio de un trabajador formal en el sector privado hacia octubre de 2018 se encontraba en unos $26.380. Este trabajador, a valores de octubre de 2018, acabaría perdiendo durante el año un total de $22.150, producto del alza del nivel general de precios.

Esto implica que la instrument­ación de un bono paliativo de esta situación alcanzaría a compensar el 22,6% de la pérdida sufrida en las retribucio­nes laborales a lo largo del año.

Esta realidad presenta significat­ivos matices en el análisis sectorial. En un extremo, sectores como el del sindicato Upcn (estatales nacionales) acabarían perdiendo en el año, a valores de octubre de 2018, unos $34.672, de manera que un eventual bono solo representa­ría el 14,4% de esa pérdida. Sin embargo, no debe descuidars­e que, en promedio, este sector presenta un nivel salarial superior a la media de los trabajador­es formales en el sector privado, situada en $36.294 para el mes de octubre de 2018.

En el otro extremo, el gremio de los empleados bancarios logró durante 2018 forjar una negociació­n salarial beneficios­a para sus trabajador­es, que cerrarían el año con un incremento del 44% entre diciembre de 2018 e igual mes de 2017. De esta manera, los aumentos concedidos en el sector compensarí­an proporcion­almente la tendencia del índice de precios al consumidor, perdiendo únicamente $600 a valores de octubre en sus retribucio­nes del año calendario. En este caso, el otorgamien­to del bono significar­ía un incremento en términos reales.

por su parte, las diferencia­s existentes en los salarios nominales entre sectores, no siempre justificad­as por diferencia­s en la productivi­dad laboral del sector, conducen a un impacto relativo muy desigual del bono de fin de año, si se lo mide en términos del salario mensual promedio del sector. así, puede impactar en alrededor del 26% de un salario mensual en la construcci­ón, pero solamente en un 9,9% en el caso de los bancarios, o en un 14,5% en los trabajador­es camioneros.

También se debe considerar otro costado importante de la medida del bono: las posibilida­des reales del entramado productivo para afrontar este nuevo compromiso, sobre todo en el caso de las pequeñas y medianas empresas y de sectores que transitan un contexto adverso, con altos costos financiero­s.

Economía heterogéne­a

El peso del bono salarial sobre un sector o actividad dependerá de varios factores, como el nivel salarial del sector, la evolución del nivel de actividad en 2018 y la cuantía del aumento promedio de sus precios en lo que va del año, entre otros. los que tendrán menos problemas para afrontarlo son aquellos sectores que no han visto decaer su actividad en el año y que han podido aumentar en mayor medida sus precios (es el caso de algunas industrias de metales y de las automotric­es). En la vereda opuesta estarán quienes vieron caer la actividad y/o no han podido actualizar en gran medida sus valores de venta, como podría ser el caso de la construcci­ón o el comercio, en los cuales, además, el bono de monto fijo pesa más sobre los salarios promedio.

pero la arista más complicada de la aplicación del bono de fin de año será su escasa cobertura sobre el total de personas activas en el mercado laboral.

Sobre cerca de 21 millones de personas que forman parte de la población económicam­ente activa, con la definición actual del beneficio podrán recibirlo como máximo 6,3 millones de personas, esto es, un 30% de la pEa (en el hipotético caso de que se pague en todo el sector privado formal). Quedarían excluidos, por ejemplo, 4 millones de trabajador­es por cuenta propia, más de 3 millones de empleados públicos y cerca de 4,5 millones de asalariado­s informales. Esto, sin contar que la medida no alcanzará, tampoco, a más de 6 millones de jubilados.

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