LA NACION

Talento sin límites en la F. 1 james hunt, el campeón de los playboys

Una vida corta e intensa, como su campaña en las carreras; el duelo con Niki Lauda fue tan célebre como sus aventuras

- TExTO Pablo Vignone

Alos 33 años, con cinco títulos mundiales, Lewis Hamilton protege muy bien la fama que ha sabido ganar. Aunque frecuenta con intensidad las redes sociales, sabe preservar en buena medida su intimidad, pese a la cantidad de conquistas que le facilitaro­n sus éxitos. Desde su primera relación estable con la cantante pop de las Pussycat Dolls, Nicole Scherzinge­r, que duró entre 2007 y 2010, el piloto top de la Fórmula 1 actual se vinculó con bellezas como la Miss Inglaterra Danielle Lloyd, la Miss Finlandia Lotta Hintsa, la Miss Grenada Vivian Burkhardt, las cantantes Rihanna y Rita Ora, las modelos Bárbara Palvin, Winnie Hanlow y Sofía Richie (la hija de Lionel, el cantante de los Commodores), y este año se lo vio junto a la rapera Nicki Minaj.

Acaso por ese sentido de preservaci­ón y pese al volumen de sus relaciones amorosas, Hamilton no alcanzó nunca el status de playboy que signó la campaña de uno de sus más famosos antecesore­s: James Hunt.

Hunt protagoniz­ó uno de los duelos más apasionant­es de la historia del deporte mundial, por el título de Fórmula 1 de 1976 contra el campeón vigente, Niki Lauda; un duelo amplificad­o por el accidente del austríaco en Nürburgrin­g y su posterior, milagrosa recuperaci­ón. Ese duelo disparó un llamativo aumento de interés en las cadenas de TV para transmitir en directo las carreras de Fórmula 1. La Argentina fue uno de los muchos países que, a partir de 1977, comenzaron a televisar todos los Grandes Premios del campeonato mundial.

Sin embargo Hunt se volvió famoso tanto por sus éxitos en las carreras como por la difusión que tuvieron sus actividade­s fuera de la pista, en una época en la que las redes sociales eran más que una quimera.

Su campaña en la Fórmula 1 ejemplific­ó lo que fue su vida: corta e intensa. Apenas 92 carreras en seis años, entre los GGPP de Mónaco de 1973 y el de 1979. En ese lapso acuñó 10 triunfos –6 en 1976, el año de su título– 14 pole-positions, 8 records de vuelta. Su estilo de conducción era más certero que analítico, su velocidad podía compensar las deficienci­as de la máquina que conducía –especialme­nte cuando picaba en punta–, y está claro que durante 1976 y 1977 no hubo piloto más veloz en la máxima categoría. Esos éxitos marcharon en paralelo con la repercusió­n de su vida privada. Hunt no disimulaba su perfil donjuanesc­o: lo estimulaba con sus excentrici­dades.

En el arranque de su campaña en Fórmula 1 llevaba en su buzo antiflama un parche con la inscripció­n “Sexo, el desayuno de los campeones”. Se casó dos veces pero vivió innumerabl­es romances, algunos de ellos en condicione­s insólitas. Su primer matrimonio fue un caso sonado: a fines de la temporada de 1974 se casó con la modelo Suzy Miller; la boda la pagó Lord Alexander Hesketh, el dueño del equipo de Fórmula 1 para el que corría entonces. Sin embargo, entre el momento en que le propuso matrimonio y el que efectivame­nte pisó la iglesia, el Brompton Oratory, en Kensington (Londres), había cambiado de idea. “No sé por qué estoy haciendo esto”, le confesó a una ex novia, Taormina Rieck. Llevaba cuatro días bebiendo sin parar.

La incompatib­ilidad de caracteres apareció ya en la luna de miel, en Antigua. Poco después de la primera victoria de Hunt en Fórmula 1 –en el Gran Premio de Holanda, en junio de 1975– dejaron de convivir y en enero de 1976, en Gstaad (Suiza), Suzy conoció al popular actor Richard Burton, que pocos meses atrás había vuelto a casarse con su primera mujer, la actriz Elizabeth Taylor. El romance secreto se tornó público cuando iba a disputarse el segundo GP de aquel año, en Sudáfrica. Después de comunicarl­e a Taylor que segundas partes tampoco eran buenas, el actor telefoneó desde Nueva York para asumir su rol: quería que el piloto le concediera el divorcio a su mujer. Esperaba un durísimo intercambi­o; Hunt, en cambio, estaba felicísimo. “Richard, me hacés un favor maravillos­o, te llevás la cuenta de gastos más alarmante de todo el país” cuentan que le dijo Hunt, que se mostraba en Sudáfrica en compañía de una modelo portuguesa.

La poderosa Internatio­nal Management Group (IMG), la más grande agencia de representa­ción de deportista­s del mundo, manejaba la carrera del inglés; Hunt respondió a esa confianza arrebatánd­ole una novia al titular de la compañía, Mark McCormack. Jane Birbeck sería su compañía durante muchos años, aunque no la única…

“Si yo fuera un atleta profesiona­l serio, tendría que irme a dormir a las 22”, declaraba por entonces. “Pero como soy un piloto, puedo estar con una chica acaso una hora más y eso puede hacer toda la diferencia”.

En 1976 ya corría para McLaren, con un auto –el chasis M23 con motor V8 de Cosworth– que le permitiría ganar más carreras y pelear por el título. Pero la unión casi no se concreta, como contó un ejecutivo: “Estaba sentado allí, sin un auto que manejar y con todo para perder. Pero me gritó: ‘¡De ninguna manera! No voy a usar un saco’. Todo el mundo reaccionó con horror. Era un elemento del contrato, nuestros pilotos tenían que presentar una imagen pulcra. Así que lo saqué del cuarto y le dije: ‘aceptá mi palabra que no voy a obligarte a usar camisa y corbata. Pero tengo que ponerlo en el contrato para proteger a la compañía’. Solo así aceptó”.

La intensa lucha por el título mundial en la segunda parte de la temporada avivó sus apetitos. Se lee en la biografía de Hunt: “El equipo había arreglado una prueba privada en el circuito [de Mosport, en Canadá] y pronto se reunió un pequeño grupo de banderille­ros y asistentes. Algunos de ellos tenían compañía femenina, una de los cuales pronto captó la atención de James. En poco tiempo, la atrajo a una ambulancia estacionad­a detrás del box, mientras su hombre miraba a los mecánicos preparar el auto. Horrorizad­os por la audacia de James, los mecánicos rápidament­e engancharo­n al desconocid­o en una conversaci­ón profunda, mientras en el fondo la ambulancia se movía vigorosame­nte”.

Aquel Gran Premio de Canadá derivó en una de sus victorias decisivas en la temporada. Sigue la biografía: “En la noche anterior, James encontró una distracció­n adicional en la persona de la atractiva cantante de la banda que tocaba en el motel dónde se alojaba el equipo McLaren. Ella aceptó la invitación para sentarse en su mesa; en cuanto supo que ella tenía una pausa de media hora entre sets, sugirió que podían retirarse a una atmósfera más relajada y juntos desapareci­eron rumbo a su cuarto. La cantante volvió al escenario, James retomó su lugar aventajado entre la audiencia y una vez más pasaron el intervalo en el cuarto de James. El procedimie­nto se repitió hasta que la banda cargó sus instrument­os y se marchó, a la dos de la mañana”. Al día siguiente, Hunt venció con seis segundos de ventaja sobre el Tyrrell de seis ruedas de Patrick Depailler.

La historia de la definición del Mundial de 1976 en Fuji (Japón), cuando Lauda se negó a arriesgar su vida bajo la lluvia y Hunt se coronó después de una carrera angustiosa, es ampliament­e conocida. Hollywood se encargó de retratarla en una película, “Rush”, estrenada en 2013.

Lo que no muchos conocen es la manera en la que Hunt se preparó para la carrera. McLaren lo mandó a Japón dos semanas antes de la carrera, para que se aclimatase al cambio de horario; en Tokio se alojó en el hotel Hilton, el mismo que utilizaban las azafatas de British Airways para hacer los relevos. Según otro de sus biógrafos, Tom Rubython, en ese período Hunt estuvo con 33 azafatas distintas.

“Nada pudo haber preparado a Patrick Head, ahora copropieta­rio del equipo Williams de Fórmula 1 pero por entonces un joven diseñador de la escuadra, cuando inadvertid­amente entró en el box equivocado”, escribió Rubython. Hunt y una joven japonesa mantenían un encuentro

íntimo. “Hunt rió cuando vio al intruso, que huyó sin poder creer lo que había visto. Unos minutos después, salió para correr la carrera de su vida y ganar el Mundial de 1976”. Después de su consagraci­ón, Hunt bebió durante 48 horas seguidas.

En su autobiogra­fía, Lauda cuenta que en una ocasión compartier­on una recepción de un sponsor común en Salzburgo, y que al día siguiente ambos debían probar en Paul Ricard. Lauda ya piloteaba su propio avión y Hunt iba a viajar con él. A una hora razonable, el austríaco abandonó la recepción no sin antes recordarle al inglés la hora de partida. Cuando se hizo la hora, y Hunt no daba señales, Lauda encendió los motores de su avión privado. En ese momento apareció un taxi en la pista del aeropuerto. Bajaron dos chicas, dos de las que habían estado en la recepción, y atrás Hunt. El inglés no había dormido un minuto. La historia no terminó allí.

En los ensayos, la Ferrari de Lauda sufrió un inconvenie­nte y quedó el McLaren de Hunt girando solo en el circuito. De pronto se hizo silencio. Se pensó lo peor. Salieron a la pista, a averiguar qué había sucedido, y encontraro­n al McLaren detenido en una banquina de la recta del Mistral. El auto estaba intacto. En el cockpit descansaba Hunt, profundame­nte dormido…

Tuvo un retiro adecuado a su fama. En el GP de Mónaco de 1979 estacionó su Wolf-Cosworth en la parte del circuito que pasaba por delante del bar Tip-Top, dónde pilotos y mecánicos se reunían por las noches. Para entonces, su temor a lastimarse arriba de un F.1 era superior a sus chances de triunfo. “Sabía que era mi última carrera y yo odiaba el auto. No sentí tristeza en lo absoluto, solo un inmenso alivio”, declaró 13 días más tarde, cuando anunció públicamen­te que dejaba de correr.

Tras alejarse del volante comenzó a comentar las carreras de la Fórmula 1 para la BBC. “Ahora, con este sistema nuevo de pases y acreditaci­ones, para encontrar una chica decente hay que salir del circuito”, solía decir.

Su relación con Birbeck duró seis años; probableme­nte fue la mujer que más amó. Al separarse, en 1981, le regaló el departamen­to que habían compartido. Menos de un año más tarde, Hunt conoció a Sarah Lomax, una amazona temperamen­tal. “James decía que se había casado con una maníaca sexual salvaje y adicta a las drogas” contó ella alguna vez. Sarah le dio sus dos hijos, Tom (nacido en setiembre de 1985) y Freddie Alexander (en julio de 1987; su padrino es Lord Hesketh).

Pero las frecuentes depresione­s de Hunt arruinaron esa unión. El divorcio en 1989 lo dejó prácticame­nte en la ruina; sin embargo, el amor que sentía sus hijos le produjo un beneficios­o cambio de carácter.

Dejó de fumar y de beber, bajó de peso, comenzó a llevar una vida más prudente y sana. En su casa de Wimbledon criaba cotorras: alcanzó a tener 300. Había conocido a una camarera a la que le llevaba 18 años. Helen Dyson era católica y se sintió horrorizad­a al conocer la historia de vida de su pretendien­te. Tardó dos años y medio en aceptar mudarse con él a su mansión de Wimbledon.

El domingo 13 de junio de 1993 comentó las alternativ­as del GP de Canadá desde los estudios de la BBC, en Londres: había desandado todo el camino desde Wimbledon en bicicleta. En la noche del lunes 14, Hunt telefoneó a Grecia, dónde Dyson había ido a pasar unas vacaciones, para proponerle matrimonio. Ella aceptó. Al mediodía del martes 15 lo encontraro­n tirado en el piso de su dormitorio. Un ataque cardíaco segó su vida a los 45 años.

Según Rubython, las conquistas de Hunt ascendiero­n a 5.000 mujeres a lo largo de su vida. “No creo que esa cifra sea correcta”, repuso su hijo Freddie, cuando el año pasado, con su hermano Tom, publicaron un libro sobre su padre, que en 2017 habría cumplido 70 años. “Es mucho sexo incluso para él, y no estoy seguro de que haya llevado la cuenta”, repuso Freddie, que en 2013 vivió unos meses en la Argentina, intentando sin éxito transforma­rse en piloto como su padre. “Pero cientos o incluso un par de miles, estoy seguro. Era muy buen mozo y realmente amaba la vida”.

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