LA NACION

Daniel Marcove. “Tengo una atracción particular por la dramaturgi­a argentina”

El director que, en la actualidad, tiene cuatro obras en cartel, asegura que nunca quiso dejar la actuación, simplement­e no lo llaman

- Texto Carlos Pacheco

Llegó a la actividad teatral siendo muy joven. Su vocación se despertó de manera muy inesperada y encontró una guía excepciona­l, Hedy Crilla. A los 19 años, Daniel Marcove, quien por entonces estudiaba filosofía y trabajaba en una fábrica, necesitó encontrar una actividad que le permitiera ocupar parte de un tiempo libre que tenía mientras esperaba a una noviecita. Un compañero le preguntó qué le gustaría hacer y sin saber por qué, él dijo “teatro”.

Al día siguiente, le acercaron un recorte del diario Crónica en el que un aviso anunciaba que empezaban las clases para adolescent­es en el estudio de Agustín Alezzo. Marcove no sabía de quién se trataba pero decidió ir. Los cursos estaban destinados a jóvenes hasta los 18 años, no fue aceptado. Pero, Crilla, en el mismo estudio, tomaba ingresos para sus nuevos talleres. Rindió el examen y aprobó. Su sorpresa fue mayor cuando la maestra lo relacionó con Alezzo, quien empezaba a dirigir con ella Despertar de primavera, de Frank Wedekin. Meses más tarde, el 26 de septiembre de 1976 (día de su cumpleaños) Marcove debutaba junto a un elenco que integraban, entre otros, Luisa Kuliok, Norberto Díaz, Boris Rubaja, Edgardo Moreira y Camila Perisé.

Cuarenta y dos años después este actor y director que ha trabajado con los puestistas más importante­s del país, recreando tanto un repertorio nacional como internacio­nal, afirma que tuvo mucha suerte. “La suerte tiene mala prensa –dice–. Cuando decís, ‘tuve suerte’ te responden, ‘no, tenés talento’. La suerte existe, sino toda la gente talentosa tendría la forAlbarel­los. tuna de ejercer su pasión, su vocación y lamentable­mente no es así”.

En los años 90, Daniel Marcove dejó la actuación para transforma­rse en director. Actualment­e tiene cuatro proyectos en cartel y muy diferentes. Coronado de gloria, de Mariano Cossa, es una obra que habla sobre la creación del Himno Nacional Argentino; Moscú, de Mario Diament, es una versión libre de

Tres hermanas, de Antón Chéjov, donde el autor coloca en el centro de la escena solo a tres de los personajes de la pieza original, Olga, Maya e Irina; en A la izquierda del roble el dramaturgo Pacho O’Donell se detiene en la personalid­ad y la creación del escritor uruguayo Mario Benedetti. Por último, La herencia, texto de la autora argentino israelí Laura Bauab expone una dolorosa historia familiar. –¿Por qué tomaste la decisión de dejar la actuación para dedicarte solo a la dirección? –Siempre las cosas parecen que son casuales y nunca lo son. Deseo muchísimo volver a actuar. No me llaman para hacerlo. El teatro es el actor y el espectador. En ese latido compartido está el rito teatral. Empecé a dirigir porque me estaba convirtien­do en un actor insoportab­le. El actor es opinador, es un creador. Estaba actuando en el San Martín y polemizaba con los directores sobre la luz, el vestuario, y sentí que debía sacar el deseo adelante y dirigir. Y justo en ese momento el mismo teatro abrió una convocator­ia. Empezaba a hacer coproducci­ones con salas independie­ntes. La obra que elegí fue Nunca usarás medias

de seda, de Cristina Escofet. Fue selecciona­da y la hicimos en el teatro De la Campana. Y ahí empecé. Después me llamó Tito Cossa para estrenar uno de sus textos en el San Martín, me convocaron también del Cervantes. No soy alguien que haya ido detrás de los sueños, de los proyectos. Siempre he trabajado en relación con propuestas que me acercaron y curiosamen­te, como actor, hice muchas obras del teatro universal. Me di grandes gustos como hacer La muerte de un viajante, de Arthur Miller, o Recordando con

ira, de John Osborne, pero como director todas mis puestas han sido a partir de autores argentinos.

–¿A qué se debe ese particular interés? –Tengo una atracción por nuestra dramaturgi­a. Siento que está en constante y pleno desarrollo. Son los autores los que me acercan materiales. En las primeras páginas tengo que sentir un acuerdo sensible con la pieza y ahí viene el gran milagro del teatro. Porque uno de golpe, cuando está por estrenar, se da cuenta de que de una hoja en blanco hizo aparecer toda esa vida y muerte que armó, en esos ensayos donde a veces la nave va y otras es el Titanic. Un día se estrena, viene la crítica, los compañeros, gusta o no gusta. Viene el público, no viene. Y otro día se termina y todo fue un sueño. Aquello que parecía la vida y la muerte se transformó en un sueño. Esa cosa efímera, inmensa del teatro, a mi me convoca y me atrapa mucho. –Tu carrera está muy ligada a grandes maestros de la escena nacional contemporá­nea, ya sean directores o dramaturgo­s. ¿Eso te marcó un camino? –No fue buscado. Se fue dando así. Roberto Cossa quiso hacer una obra (Pingüinos) a partir de ensayos con los actores y con un director joven. Y me invitó a hacerlo. Cuando Chacho Dragún llegó a la dirección del Cervantes me propuso reponer Auto de fe entre bambalinas, de Patricia Zangaro, y un día me llamo y me dijo: “Estoy reunido con Goro (Carlos Gorostiza), se cumplen cincuenta años del estreno de El puente y quiere que la dirijas”. Gorostiza siempre había dirigido sus obra. Y me eligió a mí. Después dirigí otras piezas de él como Toque de queda, El alma de papá. Monté de Pacho

O’Donell El sable, Vincent y los cuervos, Escarabajo­s. Con Mario Diament iniciamos una muy buena relación y ya llevo dirigiendo tres obras de él

(Tierra del fuego, Franz & Liz, Moscú).

Además estrené obras de Ricardo Talesnik, Beatriz Mosquera, Carlos Pais, Roberto Perinelli, y también autores nuevos como Andrés Binetti, Patricia Suárez, Mariano Saba, Pablo Tengo un amor particular por el teatro argentino y una enorme confianza en él. Sin descalific­ar el teatro extranjero. Nuestra dramaturgi­a tiene una fuerte identidad. El público se relaciona muy fácilmente con sus temas y hace asociacion­es sensibles y emotivas. Por otro lado, estoy más grande y hay valores que se me han dimensiona­do mucho y uno de ellos es la gratitud. Siento una enorme gratitud por aquellos que confiaron en mí, que me tendieron una mano, me abrieron una puerta. Hedy Crilla, Gorostiza, Cossa, O’Donell, Kive Staiff. Es mucha la gente por la que siento mucho reconocimi­ento porque el camino es muy duro. Y mi ser director lo he armado de todo lo que he mamado de ellos.

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| Foto Patricio Pidal / AFV

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