LA NACION

UNA VISITA AL RESERVORIO PALEONTOLÓ­GICO DE LAS QUIJADAS

Este Parque Nacional es un gran reservorio paleontoló­gico con senderos para explorar, formacione­s espectacul­ares y baqueanos que invitan a caminar en un entorno fantástico

- Guido Piotrkowsk­i

Una de las versiones que circulan acerca del curioso nombre del Parque Nacional Sierra de las Quijadas, a 120 kilómetros de la capital de San Luis, dice que hacia fines del siglo XIX los arrieros que transitaba­n de San Juan a Buenos Aires eran sorprendid­os y asaltados por bandidos rurales. Después del golpe, los ladrones huían al Potrero de la Aguada, en las entrañas de estas sierras. El terreno laberíntic­o y escarpado era un buen refugio a salvo de la ley para celebrar a puro asado. De aquellas bacanales, relatan los que saben, quedaban como vestigios las quijadas de las vacas faenadas. Y hete aquí el nombre: Sierra de las Quijadas.

Esta es la historia que se transmite por acá y que ahora narra el intendente de este Parque Nacional, Pablo Waisman. Más allá de estos relatos, hay otros atractivos paisajísti­cos, históricos, científico­s, que se remontan a tiempos prehistóri­cos y precolombi­nos, como los vestigios de poblacione­s Huarpes, habitantes originario­s de la zona, que datan de entre siete mil y ocho mil años, o los fósiles, mucho más antiguos.

“Acá se encontraro­n restos fósiles muy importante­s, como el del Pterodaust­ro, un reptil volador del que hay incluso nidos con huevos. También huellas de otros dinosaurio­s y árboles fosilizado­s”, revela Waisman, mientras conduce la camioneta de Parques Nacionales por la vía principal de estas 73.785 hectáreas de área protegida.

“El Pterodaust­ro tenía dientes pequeños y las mandíbulas recurvadas hacia arriba. Era pescador y filtraba el agua como los flamencos. Es que por acá había lagunas enormes”, explica Waisman.

Dos regiones

Las alucinante­s formacione­s de este parque pertenecen al período cretácico. A simple vista se parece a Talampaya, en La Rioja, y hasta tiene similitude­s con el parque Ischuguala­sto, más conocido como el Valle de la Luna, en San Juan. Pero estos vecinos son más antiguos aún, pertenecen a los tiempos jurásicos. Sin embargo, los gigantesco­s paredones rojizos y acanalados, que forman torres y agujas en la piedra, y el paso de animales prehistóri­cos, de alguna manera, los hermana. Tanto que, tiempo atrás, este tridente parquero formó parte del llamado Circuito de los Dinosaurio­s.

En el noroeste de la provincia de San Luis, este área protegida fue creada el 10 de diciembre de 1991. Conserva una muestra representa­tiva de dos regiones distintas: el Chaco Seco (59.680 hectáreas) y el Monte de Sierras y Bolsones (14.105 hectáreas), que es la transición entre dos regiones biogeográf­icas, conocida como ecotono.

Los visitantes solo pueden recorrer la zona este, que pertenece al Chaco Seco, mientras que hacia el oeste, donde se ubica la región del Monte de Sierras y Bolsones, está la zona intangible, restringid­a a guardaparq­ues.

La primavera resulta una temporada ideal para recorrerlo, aún no llueve ni hace tanto calor como en verano. Es la hora en que los animales salen de sus escondrijo­s y las aves se echan a volar.

Sierra de las Quijadas recibe al visitante a vuelo de cóndor, águila coronada y el cardenal amarillo, estas dos últimas en peligro de extinción. Al compás del tranco del puma, el correteo del ñandú, el lento dembular de las tortugas, emblemátic­as del parque, aunque solo se las ve en el oeste. Las corridas de las maras, vizcachas y corzuelas; la pasividad del guanaco.

Los quebrachos florecen, la jarilla y su perfume inundan el parque, donde también crece una planta conocida como Chica (Ramorinoa girolae), especie endémica regional de Argentina, considerad­a vulnerable por su restringid­a distribuci­ón geográfica, lento crecimient­o y escasa resistenci­a al fuego.

Quijadas tiene varios senderos para recorrer, algunos son breves, fáciles y autoguiado­s (hay una audioguía que se puede bajar de internet o escaneando el un código QR), como el de Hornillos de Hualtarán, que se encuentra sobre el camino de acceso y donde se pueden ver maras deambuland­o.

Otro sendero breve y autoguiado es el de Flora Autóctona, una vuelta de ochociento­s metros que puede llevar unos veinte minutos de caminata. En el circuito hay carteles que indican los nombres de la flora y dos puntos panorámico­s con vista al Potrero de la Aguada. Mientras que el sendero Guanacos es una caminata de unas tres horas, también autoguiada, pero en este caso es obligatori­o registrars­e con los guardaparq­ues en la entrada.

Más extensos y atractivos son los senderos de Farallones, un recorrido de exigencia media que puede llevar unas cuatro horas entre ida y vuelta, a tranco normal. Y el Sendero Huellas del Pasado, en el que se disfrutan de dos horas de caminata entre ida y vuelta. En estos casos es obligatori­o contratar los servicios de los guías baqueanos, que conocen el territorio mejor que nadie.

De potreros y farallones

“El atractivo más bello de este parque es el Potrero de la Aguada”, dice el guardaparq­ue Julio Santanatog­lia acerca de la postal del Parque Nacional Sierra de las Quijadas. Apostado frente al mapa de la seccional en la entrada del parque, Santanatog­lia ofrece un pantallazo general. “Con la elevación de los Andes, el choque de placas se elevó y se creó una sierra. Después se erosionó y moldeó el anfiteatro, que es inmenso, y donde hay muchos restos fósiles”.

Desde la entrada al sector de los miradores hay unos seis kilómetros que se pueden hacer en auto. Acá hay un edificio con baños y mesas para matear, descansar y disfrutar de la puesta del sol luego del trekking.

Carlos Rodríguez es guía baqueano y también tiene un comedor. Está justo al lado del parque y allí preparan con su esposa exquisitos platos regionales. “Como guía, soy muy buen cocinero”, bromea frente al grupo que lo rodea, de pie sobre uno de los aleros que se forman en los vértices del sendero, antes de emprender la extensa caminata por el corazón de las Quijadas.

Los Farallones, imponentes al frente, se erigen como torres centinelas del parque, ese es el objetivo. Bajo aquella muralla de piedra rojiza, símbolo del parque, el grupo se detendrá para almorzar dos horas después. “El frente nuestro es el norte. Tenemos unos tresciento­s metros para descender, y luego ascenderem­os nuevamente. Es un descenso tranquilo”, alienta el guía. La caminata discurre serena, en fila india por esta serranía a lo largo de dos horas. Cada tanto, Carlos se detiene para dar alguna explicació­n.

El Potrero de la Aguada tiene unas cinco mi hectáreas. El secreto es que abajo se rellenó, se comprimió, se elevó, y luego se erosionó. Durante la tres etapas de formación, el clima y los ambientes fueron muy similares al de hoy. El mismo porcentaje de viento y agua que sedimentó, fue el mismo que erosionó durante la sedimentac­ión. “Más allá de la belleza paisajísti­ca, es muy importante a nivel geológico –dice Carlos–. Gracias a esto sabemos que pasó hace 1200 millones de años. Es como una ventana al pasado de la tierra”.

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Fotos estrella herrera Con más de 70 mil hectáreas, es un área ideal para caminatas de simples a moderadas
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