LA NACION

Cantar para un presidente

- Hugo Beccacece

El miércoles de la semana pasada, Oscar Barney Finn festejó su cumpleaños (80) con una gran fiesta en el Palacio Balcarce, Entre los numerosos invitados, estaba el hermano de Oscar, que no es mellizo de este, pero es como si lo fuera por la semejanza física, aunque callado y moderado como un monje trapense. El elenco de comensales abundaba en nombres famosos: Fernando Olivera, Marta Bianchi, Selva Alemán, Nacha Guevara, Antonio Grimau, Thelma Biral, Arturo Puig, Clara Zappetini, Paulo Brunetti, Josefina Delgado, Mónica Ottino, Cristina Mucci, Daniel Larriqueta, Ivonne Bordelois, Marcial Berro, Andrea Bonelli, Nora Iniesta, Marcelo Zapata, Luisa Kuliok, Martín Wullich, Leonor Benedetto y Nora Lafont, entre otros.

Antes de la comida, Barney anunció que se vería un corto de su vida. Se sucedieron fotos del director desde sus años de bebé hasta la actualidad en compañía de sus amigos y compañeros de trabajo. Todos los presentes sin excepción aparecían por lo menos en una de las imágenes. A veces, no era fácil reconocerl­os por el tiempo pasado y por esas adicciones tan criollas como el mate y los bizcochito­s de grasa: el bisturí y el bótox. Hubo un pequeño show en el que cantaron Sebastián Holtz, Marta Lubos y Florencia Vitale.

Cuando apareció en la pantalla una fotografía de Barney en París, la actriz y cantante María José Demare recordó en su mesa que ella había vivido en esa ciudad durante los años 70. “Alquilaba un departamen­to que pertenecía a Marguerite Duras, lo que me permitió conocerla y tratarla. En ese período, yo cantaba en un café-restaurant­e cerca de mi casa. Una noche, vi una pareja sentada a la que todos atendían con un cuidado especial. Me dijeron que él era François Mitterrand y ella, su amante Anne Pingeot. Faltaban unos años para que fuera elegido presidente de Francia. Un mozo se acercó y me dijo que Mitterrand pedía que cantara una canción para él y Anne. Lo hice. Los dos me invitaron a la mesa. Charlé un buen rato con ellos y Mitterrand me dio un billete de cien francos”.

“A partir de esa noche –continuó Demare–, él siguió viniendo, a veces solo, a veces con Anne. Me pedía una canción, me sentaba a su lado y me daba cien francos. Cuando fue elegido presidente, pensé que nunca más lo vería y apareció para brindar por el triunfo. Fue un regalo inolvidabl­e”.

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Ana D’Anna y su hija María Jaunarena, responsabl­es de Juventus Lyrica, son dos mujeres valientes. Se atrevieron a reponer la ópera

Hamlet de Ambroise Thomas, un compositor olvidado, famoso en el siglo XIX, que ha recuperado mucho del brillo pasado en los últimos tiempos. María Jaunarena se ocupó de la puesta en escena, que contó con la dirección musical de Hernán Schvartzma­n. Hamlet es una ópera típica de su época, con arias sublimes para cantantes intrépidos. Como explicó María Jaunarena, la obra tiene aspectos curiosos. En su origen, el libreto era de Alejandro Dumas (padre), que no tuvo ningún empacho en cambiar el final de la obra de Shakespear­e: Hamlet es coronado rey. La ópera tuvo mucho éxito en París, pero debió escribirse rápidament­e un desenlace distinto para la puesta del Covent Garden porque un teatro inglés no aceptaba semejante irreverenc­ia, con lo cual se perdían unas páginas de música sublime. Jaunarena volvió al final de Shakespear­e, pero conservó la música de la primera versión, con lo que debió escribir otro texto que se adaptara a la partitura.

Esos cambios me recordaron otra ópera con dos finales, Turandot, que Giacomo Puccini dejó inconclusa. Un final es el de Franco Alfano (1926); el otro, el de Luciano Berio (2002).

La ópera Hamlet con el final de Jaunarena puede verse hoy (última función). El final original está en https://www.youtube.com/watch?v=3uggT2Eo93­8.

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