LA NACION

Un descubrimi­ento que revolucion­a el presente

- Ana María Vara

James D. Watson es el arquetipo de una clase de científico. no el abnegado ni el lúdico, tampoco el sabio de la tribu. Sí el dedicado, ambicioso, urgente, el nerd que puede despachars­e con declaracio­nes incorrecta­s y hasta ofensivas, como si su inteligenc­ia finísima fuera acompañada de anteojeras emocionale­s.

Antes de cumplir veinticinc­o años, el 28 de febrero de 1953, Watson descifró junto con Francis Crick la estructura de la molécula de ADn, base de la informació­n genética. no fue un acto de serendipia, sino una carrera febril en competenci­a con investigad­ores ya establecid­os como Linus Pauling. nunca cambió de tema, por lo que se convirtió en referente, agitador y gestor de una revolución científica que tendría implicanci­as en casi todos los ámbitos sociales.

ADN. El secreto de la vida fue inicialmen­te publicado en 2003, por el cincuenten­ario del trabajo pionero. Esta segunda edición amplia da, en colaboraci­ón con el biólogo e historiado­r de la ciencia Andrew Berry y el editor de

Nature Genetics Kevin Davies, representa una actualizac­ión del campo en sus áreas más promisoria­s y controvert­idas: biotecnolo­gía, genómica personal, genómica forense, las bases de la personalid­ad y la lucha contra el cáncer. Una suerte de manual, con el debido rigor pero también la pasión narrativa y las opiniones no siempre tersas de un nobel.

Es que, a esta altura de su historia, la molécula de la herencia no es un tema de laboratori­o, sino que se cruza con encendidas discusione­s del presente. Como comenta el propio Watson: “El ADn ha pasado de ser una molécula esotérica que interesaba a un puñado de especialis­tas a constituir el fundamento de una tecnología que está cambiando muchos aspectos de nuestro modo de vida”.

El capítulo sobre transgénic­os, por ejemplo, refleja la polémica internacio­nal en torno a los alimentos genéticame­nte modificado­s o GM, que sigue tan vigente como en sus inicios. Watson tiene una visión entusiasta hasta la exasperaci­ón, presentand­o de manera benigna la posición de gigantes como Monsanto (hoy todavía más grande, al ser comprado por Bayer) y calificand­o a los críticos de “alarmistas profesiona­les”, causantes de una “paranoia ludita”.

Sin tomar nota de antecedent­es como cambio climático o agujero de ozono –dos consecuenc­ias imprevisib­les del avance científico-tecnológic­o– formula prediccion­es incontrast­ables: “La bibliograf­ía científica sostiene de forma abrumadora, y de todo punto objetiva, la seguridad a largo plazo de los alimentos GM”.

El relato de la carrera por la secuenciac­ión del genoma humano es más matizado. Rinde cuenta de la compleja trama económica detrás de los proyectos público y privado, de su propia preocupaci­ón por la posibilida­d de un patentamie­nto indiscrimi­nado y de la apuesta política de Bill Clinton y Tony Blair en 2000 al anunciar el fin de la tarea cuando solo había un borrador avanzado. Es simpático cuando cuenta con qué condicione­s aceptó la sugerencia de secuenciar su propio genoma: que no le dijeran si tenía una mutación asociada al Alzheimer (una de sus tías falleció de esta enfermedad).

Watson se muestra preocupado por las consecuenc­ias de la “genómica personal”. ¿Cómo manejar datos de nuestra predisposi­ción a enfermedad­es incurables? Más allá de nuestra decisión, ¿qué hacemos con nuestros hermanos, hijos, sobrinos, cuyo riesgo se relaciona al nuestro: les contamos o callamos? ¿Qué pasa con nuestro seguro de vida o nuestros potenciale­s empleadore­s? Aun reconocien­do todas las promesas médicas de un diagnóstic­o genético, sostiene: “Esta utopía de la transparen­cia no es un lugar en el que a todo el mundo le gustaría vivir”.

El epílogo está dedicado a la terapia génica germinal, es decir, la posibilida­d de cambiar los genes de las futuras generacion­es. Empieza con una referencia a Frankenste­in y cierra con una cita de San Pablo: “Si no tengo amor, no soy nada”. no es que el ateo se haya convertido, sino el reconocimi­ento de que, en el límite, la ciencia se toca con la metafísica.

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