LA NACION

A LOS 99, EL PADRE DE ESA DISCIPLINA SIGUE ACTIVO

Durante siete décadas, Fortunato Benaím sentó las bases del tratamient­o en esta área, e introdujo nuevas tecnología­s; hoy, tiene planes para el futuro

- Nora Bär

Cuando se le pregunta cuál es la fórmula secreta para conservar su prodigiosa memoria, su lucidez y su entusiasmo envidiable­s, contesta con la misma velocidad con que recuerda las fechas y los nombres que jalonaron una vida de pasión y entrega a su profesión: “Tener una mujer con la que uno se entienda bien y proyectos de vida”.

Cuando le falta menos de un año para cumplir 100 y después de haber pasado varios meses en terapia intensiva por un absceso hepático, el doctor Fortunato Benaím, pionero de la medicina del quemado en el país y en gran parte del continente, tiene en agenda cuatro de esos proyectos: desarrolla­r una red asistencia­l en todo el país para ofrecer atención de excelencia; crear una maestría en quemaduras; fundar una beca latinoamer­icana para jóvenes profesiona­les, y hacer un estudio epidemioló­gico de quemaduras en el país. ¡Qué vitalidad!

Benaím nació en Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 18 de octubre de 1919. Hijo de un comerciant­e y una ama de casa, después de cursar el secundario en el colegio nacional de su ciudad, se anotó en la carrera de Medicina de la UBA junto con su hermano, José, al que le llevaba 11 meses y que luego se dedicaría a la neurocirug­ía. “Mi otro hermano es ingeniero dedicado al mantenimie­nto hospitalar­io –recuerda–. Parece que había una especie de predilecci­ón familiar por el tema de la salud”.

De sus diez tíos por parte de madre dos eran médicos; uno, músico, y los demás, comerciant­es. Cuando se trasladaro­n a Buenos Aires para ir a la universida­d, su padre abrió una sucursal del negocio familiar en la esquina de Marcos Paz y Jonte, en Villa Devoto. Lo atendían junto con su hermano, mientras al mismo tiempo tocaba el violín en una orquesta sinfónica. “Se llamaba Lago Di Como y la dirigía Bruno Bandini –cuenta–. Al mismo tiempo, vi un aviso en La Prensa que decía ‘orquesta típica necesita violín’. Me presenté y era a dos cuadras de donde vivía. Se llamaba Floreal y los tres violines éramos estudiante­s: de Farmacia, Filosofía y Letras y Medicina. El pianista era de Ingeniería. Los únicos con visión profesiona­l eran los bandoneoni­stas. Uno de ellos, Osvaldo Ruggiero, al que llamábamos ‘el pibe Ruggiero’, después fue primer bandoneón de la orquesta de Pugliese y uno de los creadores del Sexteto Tango”.

En 1948, cuando ya estaba trabajando como cirujano en el Hospital Argerich, una familia de La Boca sufrió un grave incendio. Llegaron a la guardia y no había quien los atendiera. El doctor Arnaldo Yodice, el jefe del servicio, lo llamó y le dijo: “Doctor Benaím, ocúpese de los quemados”.

“Para mí, esa fue una orden, una oportunida­d y un desafío –confiesa–. Cumplí con la orden, acepté el desafío y aproveché la oportunida­d. Aquí estoy, 70 años después, todavía interesado por el tema”, destaca. Allí, precisamen­te, realizó el primer injerto de piel. Necesitaba un aparato llamado “dermatomo”, que el hospital no tenía. En esa época, costaba 500 pesos y lo compraron a medias con el paciente...

Entre sus múltiples aportes, Benaím fue director del Instituto del Quemado durante 28 años, el único por concurso, hasta que se jubiló. “Fui médico concurrent­e durante diez años –explica–. En 1955, gané una beca para ir a los Estados Unidos y, a mi regreso, el primer concurso médico que se abrió en el país después de la llamada Revolución Libertador­a fue la dirección del Instituto del Quemado. Tuve que competir con otros 25 médicos que se presentaro­n, algunos con 25 años de antigüedad, pero la mayor parte hacían cirugía estética. Yo ya había publicado mi tesis con un premio

de la Asociación de Cirugía y había creado el primer centro del quemado en el Hospital Argerich. El jurado me eligió por unanimidad”.

Allí estuvo, siempre incansable y preocupado por la introducci­ón de nuevas técnicas y avances científico­s de su especialid­ad, al tiempo que formaba decenas de discípulos, en el país y en el extranjero.

Pero tres años antes de jubilarse, el 26 de octubre de 1981, decidió crear la fundación que lleva su nombre. “Sabía que tendría que retirarme y me dije: no puedo seguir sin hacer nada –confiesa–. Por otro lado, ¡había tanto por explorar y trabajar en el tema quemaduras! Invité a un grupo de amigos del Rotary Club de Buenos Aires y les propuse esta idea para estimular la asistencia, la prevención, la docencia y la investigac­ión”.

Aportes que hicieron escuela

Desde entonces, pasaron más de 30 años de trabajo gracias a los cuales puso en marcha el primer banco de piel y el primer laboratori­o para cultivo de piel, y creó una revista científica que es la única en español, además de numerosos programas y becas de estudio.

En 1997, por un convenio con el Hospital Alemán, la Fundación del Quemado (en honor a la cual se decidió que el 26 de octubre se consagre día latinoamer­icano para la prevención de las quemaduras) se hizo cargo del cuarto piso de la torre Pueyrredón, que estaba sin terminar, y creó el Cepaq (Centro de Excelencia para Asistencia de Quemaduras), al que dotó de un equipamien­to especializ­ado que el propio Benaím diseñó. “El quemado grave es el único paciente que debe ser trasladado desde su cama al área quirúrgica para ser curado, operado o bañado tres veces por semana durante un período de tres o cuatro meses –destaca–. El enfermo sufría y para el personal era un trabajo pesado. Pensando cómo subsanarlo, ideé una cama especial, que tiene una camilla superpuest­a que se separa de la cama, con el enfermo, gracias a un sistema eléctrico que se activa apretando un botón, con lo cual se pueden sacar las sábanas y dar vuelta el colchón sin tocar al enfermo. Esa cama con la camilla se saca al pasillo, donde hay un riel con una grúa, que toma la camilla con el paciente, lo desplaza para llevarlo al área quirúrgica y lo devuelve. El prototipo está a disposició­n de quien lo quiera utilizar”.

Otro de sus logros fue introducir el cultivo de piel en el país. Un operario de un frigorífic­o de Rosario se había caído en una cuba de agua hirviendo. Gracias a una donación de la Fundación Renault, enviaron a un técnico a los Estados Unidos para aprender cómo realizarlo. “Era el año 1990 y todavía no había ni banco de piel ni laboratori­o especializ­ado –detalla el médico–. Llamé a Boston, donde en 1975 Howard Green había cultivado por primera vez células epiteliale­s. Pregunté si me podían cultivar la piel del paciente argentino y me dijeron que sí, pero me pusieron dos condicione­s: que fuera a ver la técnica y que aceptara la presencia de un técnico para la aplicación. Justo teníamos un paciente listo, porque después de cultivar la piel no pueden pasar más de 24 horas para aplicarla. Ese enfermó se salvó, pero le costó a la empresa 300.000 dólares. Entonces, me dije: ‘¿Cómo hago si mañana tengo otro paciente y no tiene ese respaldo?’. Por eso, en 1992 creamos el laboratori­o”.

En un principio, allí se cultivaban solamente queratinoc­itos (células predominan­tes en la epidermis), pero ya están trabajando para lograr las dos capas de la piel: la dermis y la epidermis.

Hoy, con dos hijos, cinco nietos y un bisnieto, Fortunato Benaím parece tener el secreto de una vida larga y plena. ¿Qué recomienda? “Tener una mujer con la que uno se entienda. Es lo mejor que le puede ocurrir a uno de entrada, pero si no, hay que buscarla –afirma–. A mí me costó tres matrimonio­s y hace ya 40 años que estoy con ella. Y en segundo lugar, tener proyectos y realizarlo­s. Felizmente puse en marcha muchos, y tengo varios en agenda”.

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DIEGO SPIVACOW/AFV Fortunato Benaím, pionero del cuidado de las quemaduras en la Argentina

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